Capítulo 4
Me encontraba sentada en una banca en la mitad de un parque lleno de niños corriendo de un lado a otro, llenos de energía. Verlos me aterra porque me hacen pensar en el futuro, el que en mi vida se ve incierto.
Me encontraba aquí, ya que estaba esperando a que mi hermano me trajera mi dulce de leche, la que fue a comprar hace media hora.
Que tanto se puede demorar una persona cruzando una calle y decir «me vende una leche condensada» pues según lo que mi cabeza calcula no más de cinco minutos, pero mi hermano se demora una eternidad, de seguro está coqueteando con alguna por ahí, será tonto, y sin contar que Lilian tampoco aparece, tenía que haber llegado hace una hora y para más piedra no contesta su teléfono, ella nunca entiende que me preocupo.
Me distraigo viendo a los niños jugar en los columpios, a las madres y padres jugar con sus hijos, lo que me hace preguntar si seré una buena madre para ellos y si podré encontrar a su papá, si él los querrá es lo que me causa más temor.
Ya fastidiada me pongo de pie y para mi desgracia un típico mareo se hace presente, busco algo para apoyarme, pero no encuentro nada, cuando estoy lista para caer al suelo este nunca llega.
—¡Oh! Estoy flotando — balbuceo, una carcajada se hace presente y abro los ojos y me encuentro con el cielo azul — ¿quién habla?
—Un alma en pena que asusta a las señoritas en el parque —responde el cielo.
—Los fantasmas no aparecen de día, las nubes no hablan y están muy lejos ¡Debo de estar volviéndome loca! - digo.
—Claro que está loca señorita, deje de decir tonterías y gire la cabeza — al hacerlo me encuentro con un bello rostro —¿está usted bien?
—Si —volteo la mirada — ahora suélteme señor.
—Suélteme usted a mí —me habla con cinismo.
—Yo no lo estoy tocando que le pasa — replico.
—Está segura — y unas manos aparecen en mi vista — es usted la que parece un pulpo señorita.
Discretamente, alejo mis manos de su cintura donde lo tenía aprisionado y estabilizo mi peso, poco a poco siento la sangre subir a mi cabeza, paso mis manos por mi jeans para limpiar el sudor que empezó a formarse en ellas.
—Lo siento — digo tímidamente — suelo ser histérica
—Lo noté señorita — hasta ahora le hago caso a su voz la cual es gruesa y roca, sinceramente la encuentro sexi.
Alzo mi cabeza y la muevo ligeramente para apartar unos mechones de pelo de mi cara y observo bien a quien me salvo de caerme. Debo de decir que está guapo, muy guapo, re-guapo para ser justa. Unos ojos verdes se hacen presente, cabello negro, alto, corpulento, bien formado, vaya sí que parece un actor de telenovela.
—Una foto te dura más — habla y sonríe curiosamente esa sonrisa me recuerda a mi doctor.
—No suelo tomarle fotos a desconocidos creídos — le digo mirándome las uñas, toda una vida tratando de mostrar indiferencia.
—Eso no se escucha como un agradecimiento señorita — se queja — la acabo de salvar y aunque no me considero un caballero andante me gustaría saber que es agradecida usted señorita.
Y el chico guapo tiene razón, se lo debo, si fuera Lilian ella se daría la vuelta mostrándole el dedo medio, pero yo suelo hacer ese tipo de cosas.
—Gracias, si hubiera caído al piso le hubiera pasado algo… — dejo de hablar porque dos voces se escuchan.
Giro mi cabeza encontrándome a mis hermanos, corriendo, hacía a mí uno a cada extremo, señalándome y gritando al mismo tiempo, qué pena, estamos en un lugar público, me fijo en mi hermano y gracias a todas las marías del mundo trae mi anhelada leche condensada.
—Aquí tienes tu dulce de leche, me demoré porque había un chiquillo entrometido que no dejaba de hablar y no se decidía…
—Sabes que vivo de la manutención de mis padres que están a miles de kilómetros de mí. Y ese dinero no alcanza para nada, me tengo que acoplar a la velocidad de autobús ¡Como odio el transporte público!
Ambos comenzaron a hablar al mismo tiempo fuertemente mientras trataban de explicarme, levanto mi mirada y me encuentro al chico guapo mirándonos divertidos, ahora somos un show de diversión gratis. Viendo que ambos hablaban, al mismo tiempo empezaron a pelear entre ellos y empujarse.
—¡Basta! — les hablo tan fuerte que se escuchó un eco — parecen guacamayas borrachas — ambos se callan — dame mi lechita— le arrebató mi leche.
Me concentro tanto en mi leche que me olvido de las personas que están a mi alrededor, no puedo creer lo que una embarazada siente por la comida, es como una necesidad. Estos niños van a hacer unos golosos, seguro se parecen al papá.
—Señorita, tenga cuidado con lo que dice, se puede malinterpretar.
—¿Tú quién eres? — pregunta mi hermano.
—Hola, soy Derek, la señorita casi se desmaya, solo la estaba ayudando.
—¿Estás bien? — pregunta Bill, solo asiento.
—Gracias, soy Bill — le tiene la mano — ellas son Nina y Lilian.