Camino en medio de la masa de gente sudada y embriagada, esquivando cuerpos como si la humanidad entera hubiera decidido vivir pegada a una bocina. Solo quiero una bebida. Una simple bebida. Algo frío que me devuelva la dignidad.
—¡Por fin! —exclamo al lograr incrustar mi cuerpo entre la multitud que rodea la barra.
—¿Qué le ofrezco? —pregunta un barman con cara de querer jubilarse a los veinticinco. Pobrecito, también está saturado.
—Dame una soda, limón, azúcar y un poco de vodka —su ceja sube. Sí, ya sé… un trago de niña buena perdida en un antro de mala muerte.
—Enseguida —dice, sonriendo un poco. Al menos alguien se alegra de verme.
—Una niña buena en estos sitios —escucho una voz detrás de mí—. Aunque admito que ese vestido dice otra cosa.
La voz me recorre la espalda. Literal. Como si me hubiera bajado una descarga eléctrica. Me giro lentamente, sintiendo el corazón subirme a la garganta…
—¿Qué ha dicho? —pregunto.
Y justo ahí…
Despierto.
Otra vez.
Despierto con el corazón a mil, frustrada, furiosa con el universo por cortarme el sueño en la mejor parte. Tres días soñando lo mismo, el mismo instante, la misma voz, el mismo misterio… y jamás llego a ver su rostro.
Solo alcanzo a percibir…
algo.
Y ese algo me ha tenido intranquila desde entonces.
Intento volver a dormir. No puedo. Me tapo la cara con la almohada, resoplo, gruño. Parece comedia, pero por dentro es angustia pura.
Y entonces…
Sensaciones.
Esponjosas.
Cotton candy vibes.
Mis ojos se cierran de nuevo. Floto. Casi siento manos sosteniéndome, como si me deslizaran por un colchón de nubes.
—Hermosa —susurra alguien. Esa voz… esa maldita voz dulce y ronca me hace sonreír dormida.
Abro los ojos en el sueño y veo un techo blanco. Siento peso sobre mí. No incómodo. Cálido. Querido.
Intento enfocar…
Oscuridad.
Sombras moviéndose.
Humo.
La silueta de un hombre sobre mí.
—Vamos… —susurra otra vez, cerca de mi oído, como si ya me conociera de siempre.
Todo vuelve a esfumarse… y una única imagen queda tatuada en mi mente:
Una espalda.
Un tatuaje de alas.
Grande. Perfecto. Inolvidable.
…pero sin rostro.
_______________
Termino de contarle todo a Lilian. Estamos en una cafetería, café en mano, intentando descifrar el rompecabezas más absurdo del universo: mis sueños.
—¿Nada más? —pregunta ella.
Niego.
—Bueno… —resopla, golpeando su taza—. Al menos ahora tenemos una camisa negra y un tatuaje. ¡Que tomaste esa noche!
—No entiendo por qué no puedo ver su rostro —suspiro—. En ninguno de mis sueños. Solo veo las alas. Todo lo demás… es como neblina.
La frustración se instala en mi garganta como un nudo.
Es él… lo sé.
Quien sea que sea, está ahí.
En ese limbo entre recuerdo y sueño.
Y yo necesito recordarlo.
Porque llevo a sus hijos en mi vientre.
—Ya sabemos que efectivamente quisiste enredarte con el culpable. Quién te ve tan seria… —ríe—. Me saliste tremenda, Nina. Espérame aquí.
—¿A dónde vas, loca? —pregunto con falso enojo.
—Por somníferos y leche tibia —dice con absoluta seriedad—. Te voy a poner a dormir para que sigas soñando y salgamos de este misterio, amiga —su carcajada atrae miradas.
—Uy no… ¿qué haré con la comediante? —la fulmino—. Esto es serio, Lilian.
—Lo sé —responde bajito—. Solo era un chiste. —Me toma la mano—. Pero hablando en serio… me tranquiliza saber que esto no fue algo en contra de tu voluntad.
Suave, sincera. Su ternura siempre aparece cuando menos lo espero.
Suspirando, me levanto de la silla como quien carga un piano. Le estiro la mano para que ella también se ponga de pie.
Mientras aparece el hombre misterioso, hay algo urgente que resolver: dinero.
—Bueno —digo sacudiendo mi ropa como si pudiera desempolvar mi vida—. A buscar trabajo.
Ambas bufamos al unísono. Nos vemos y rodamos los ojos juntas, como si hubiéramos ensayado el gesto frente al espejo.
—Ojalá no sea difícil —agrego—. Ya sabes… considerando mi situación.
La preocupación vuelve a instalarse como un nudo en mi garganta. Sí, el mundo está lleno de buenas intenciones, pero con buenas intenciones no se compra ni un pan. Tocará luchar, por ellos y por mí.
Cinco días después estoy tan cansada que podría dormirme parada como un burro.
Solo escuchan “estoy embarazada” y me botan como si fuera una granada activa.
—Esta es la penúltima dirección —digo jadeando—. Si esta no funciona, me entrego al destino. O al caos. O a lo que venga. Estoy agotada, Lilian. “No”, “no”, “no”, “vuelva otro día”… ya parezco disco rayado.
—Ojalá esta sí —responde ella—. Porque después de aquí solo quedan las casas de rico… y si toca limpiar mansiones, tocó limpiar mansiones, amiga.
Mi dignidad está colgando de un hilo, pero ella tiene razón.
Nada nos ha resultado. Unos dicen que me falta experiencia, otros que me falta estudio… y otros que mi barriga futura es un problema. Pero tengo mellizos y una vida que pagar; no puedo rendirme.
Respiramos profundo antes de entrar a una agencia de eventos y fotografía. El lugar huele a perfume caro, café y estrés laboral.
Nos acercamos a la recepcionista, que sonríe con esa amabilidad profesional que uno no sabe si es real o parte del contrato.
—Buenas… —digo con mi voz más educada—. Venimos por la entrevista de trabajo.
Ella escribe, teclea, revisa, analiza…
Y yo casi me santiguo.
—Oh, sí —dice por fin—. El señor las está esperando.
Nos indica la dirección con una cortesía que me da esperanza.
Lilian y yo nos miramos.
Ambas tragamos saliva.
Ajustamos ropa, postura, nervios.
Y caminamos hacia la entrevista número mil.