¿quién es él Culpable?

Capitulo 8

Camino por la calle sin saber realmente hacia dónde voy. Mis pies avanzan solos mientras mi cabeza va por otro lado, tratando de encontrar sentido a todo. A veces siento que, además de correr más rápido que Lilian, debería aprender a decirle “no” más seguido.

Cuando Cristian le propuso ser su modelo, vi el miedo en sus ojos. La conozco mejor que nadie: no corrió por cobarde, sino porque algo dentro de ella —ese rincón que no deja ver nunca— se quebró un poquito. La alcancé por un minuto y me dijo que debía ser fuerte, no solo aparentarlo. Que un par de fotos no la iban a matar. Pero luego volvió a correr… y esta vez ya no pude alcanzarla.

Suspiro. El viento me despeina y me recuerda que estoy sola en medio de la noche, caminando sin rumbo. No es sensato. No es prudente. Pero a veces necesito respirar lejos de los demás.

—¿Estás bien? —pregunta una voz ya conocida.

Me detengo, giro la cabeza, y ahí está él de nuevo: Derek, el hermano de mi doctor. Ese hombre que aparece siempre en los momentos más extraños de mi vida.

Le sonrío, sin querer, porque tiene algo… no sé qué.
Un aire tranquilo.
Un misterio.
Una sombra que me atrae sin razón.

—Sí, no se preocupe —respondo—. Ya me iba.

Me observa con esa curiosidad suave, esa que no presiona, pero que tampoco pasa desapercibida. Y yo también lo miro. Hay algo en él que me inquieta… como si mi memoria quisiera decirme algo, pero no tuviera suficiente fuerza para gritarlo.

—Puedo acompañarla hasta que tome su transporte —dice, con esa voz grave y cansada que parece arrastrar historias—. No es bueno que esté sola a estas horas.

No sé por qué acepto.
No sé por qué confío.
Pero asiento.

Caminamos juntos en silencio. No el silencio incómodo, sino el que aligera el aire, el que te permite pensar sin sentirte observado. Él mira al frente; yo también. Y por un momento, todo parece suspendido, tranquilo, casi… raro.

Cuando el autobús aparece, me preparo para subir. Me giro para darle las gracias, pero las palabras no me salen completas.

—Gracias… —susurro, torpe—. De verdad.

Él asiente apenas, serio, como si no necesitara más.
Yo subo.
La puerta se cierra.
Y mientras el bus se aleja, lo veo desde la ventana.

Quieto.
Inmóvil.
Mirándome irme…
Con una expresión que no logro descifrar.

***********************************

Doy un giro brusco con mi Lamborghini y dejo que el motor ruja como si quisiera tragarse la madrugada. Acelero, y el viento me corta la cara mientras la ciudad duerme. Conducir me libera. Es lo único que logra callar la tormenta que llevo dentro… aunque esta vez no quiero olvidar.
Quiero recordarla.
Sé que estuvo conmigo. Sé que tocó mi vida —mi cuerpo— por un instante, aunque mi memoria juegue a esconderme el rostro.
Lo único que tengo es la certeza de que se llevó algo mío.
Y tengo que encontrarla.
¿Para qué? No lo sé. Mi alma lo pide y mi cabeza lo niega. Me gusta mi vida sin ataduras, sin complicaciones, sin nadie que me marque el camino.
Una vida simple.
O eso intento convencerme.

Cuando el reloj marca las dos de la mañana doy otro giro y regreso a casa. Seguramente me espera mi cuota diaria de gritos cortesía de mi hermano —mi todo, mi único lazo con el mundo—, pero al entrar noto otra cosa.

La luz de su habitación está encendida…
Y no está solo.

Camino en silencio, como un león acechando su propia guarida, y me acerco a la puerta entreabierta. Hay unos brazos envueltos alrededor de él.
Una voz suave:
—Tranquila…

Me aparto. No es mi asunto. Cuando mi hermano esté listo para hablar, lo hará.
Me voy a mi habitación, agradeciendo que esta noche me libré del drama gratuito. Caigo en la cama y me duermo rápido.
Y allí está ella otra vez.
Ese cuerpo, esa sombra, ese perfume que no olvido aunque no tenga rostro.

Unos pasos fuertes me arrancan del sueño. Abro los ojos. Algo pasa.

—No te vayas… —dice mi hermano.

Me levanto sin hacer ruido, abro la puerta como si fuera James Bond en pijama, y me escondo detrás de una viga en el pasillo.

Veo a mi hermano forcejear con alguien.
Se empujan, giran, caen al suelo…
Esto parece una escena sacada de una telenovela barata.

—Vaya… esto está interesante —pienso.

Trato de acercarme más, pero se mueven demasiado rápido. Intento ver quién es, hasta que al fin una voz femenina retumba:

—¡Eres lo más imbécil que he conocido!

Suena furiosa… y asustada.
Antes de que pueda descifrar algo más, una puerta se cierra de golpe. Bajo corriendo y me encuentro a mi hermano sentado en el suelo, despeinado, respirando fuerte y con una sonrisa que no me gusta ni un poquito.

—Vaya, vaya… —digo cruzándome de brazos— esto sí que estuvo interesante.

Él pega un salto y me mira sorprendido.

—¿Qué haces aquí?

—Pues… vivo aquí. —Me encojo de hombros.

—Claro, ahora sí quieres estar aquí.

—A ver, aclárate: o te quejas porque nunca estoy, o te molesta que aparezca. —Lo miro con diversión— Algo te pasa… cuéntame, ¿quién era?

—Alguien que, por ahora, no

Mi madre y mi hermano no han dejado de reprocharme desde que Lilian desapareció hace horas. Ella prácticamente vive aquí, así que su ausencia pesa como un silencio incómodo en toda la casa.
Me preocupa, claro que sí. La conozco tanto como para entender que hay batallas que ella necesita pelear sola… pero igual duele no saber dónde está.

—¿Dónde está? — insiste mi madre por décima vez. Lleva rato caminando en círculos, como si fuera a abrir un portal solo por dar vueltas.

—No sé — respondo otra vez, con la paciencia a punto de vencerse — ayer, cuando estaba en la sesión de fotos, salió aturdida.



#325 en Novela romántica
#138 en Chick lit

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.