—Caramba… —Lilian abre los ojos como platos, fascinada— ¿cuánto llevan juntos? Parecen una vieja novela mexicana.
—No sé con exactitud —susurro—, pero deben ser meses… aunque su intensidad dice “ocho temporadas y dos especiales”.
La escena frente a nosotras es digna de un Emmy.
Mi jefe, el histérico, tiene a su pobre hombre del cuello —literal— mientras suelta acusaciones como si estuviera en un tribunal divino.
—Nunca me han gustado las telenovelas —suelta Lilian con solemnidad— pero con estos protagonistas… me la echo completa.
Yo asiento.
La voz dramática de Christian resuena, él nació para el teatro, estoy segurísima:
—… Sabes, la información que tengo es tan contundente, que SÉ que estuviste con una mujer.
Me muerdo los labios.
No sé si llorar, gritar o abrazarlo.
Lilian no ve telenovelas, pero Christian claramente sí, está armando un guion de terror en vivo.
Y, honestamente, siento un poco de pena por Josué.
—¿Acaso estás loco? —responde Josué con un cansancio que se siente desde aquí— No sé de dónde sacas estas calumnias, Christian. NO he estado con nadie.
—¡Mentiroso! —ruge mi jefe— ¡Yo pensé que era un tema de aceptación! ¡Que te daba miedo! ¡Pero ahora resulta que NO SOLO te vas con tus amigotes… sino con mujerzuelas! ¡En el bar! ¡Nuestro bar!
Lilian me da un codazo.
Yo me trago un grito histérico.
Christian sigue, desatado:
—¡Es como si la hubieras llevado a NUESTRO hogar! ¡Como si hubieras profanado mi cama!
Aunque no lo veo, estoy segura de que Josué cierra los ojos y respira. Christian debe de esta rozando su límite.
—¡Basta! —exclama, firme por primera vez— ¿Qué clase de espectáculo es este? Se supone que me hiciste venir a hablar, pero hasta ahora solo he tenido que escuchar un monólogo dramático, lleno de calumnias y mentiras. ¿Puedo hablar? ¿O me largo?
Lo dice con una mezcla de dolor y cansancio que me encoge el alma.
Qué ironía.
El dueño del bar… el que me dio la pista… el hombre que podría tener mis respuestas…
Ahora está atrapado en una guerra que yo misma encendí sin querer.
—No puede irse… — susurro temblando.
Mi jefe se está pasando con el show y mira que yo soy dramática, pero si Josué se va ahora… se nos cae todo.
—Va a hablar — dice Lilian, firme, casi profética — Christian sabe lo que hace.
Señala el teléfono, exigiendo silencio.
No puedo creer que mi fe ahora dependa de una mujer que una vez quiso usar un condón como bolsa para vómito.
Pero aquí estamos… escuchando.
…—Habla, te escucho.
Josué suspira tan fuerte que el aire se me mete en el pecho.
—Esa noche que tanto te enoja… tú no sabes nada. ¿Y quieres saber por qué no sabes nada?
—A ver — Christian, escupe la frase — ilumíname.
—Porque ni siquiera yo sé con exactitud qué pasó — responde Josué, cansado, roto — así que imagínate tú.
Pero sí estoy seguro de algo: no hubo chicas, te lo juro. Por lo menos, no de mi lado.
Mi corazón se hunde.
Lilian me aprieta la mano.
—Acúsame de lo que quieras — continúa Josué — soy un cobarde, un miedoso, un gallina, lo que quieras…
pero de traicionarte, NO. Eso sí que no, Christian.
El silencio pesa.
—¿Y cómo estás tan seguro de que no hubo chicas? — suena mi jefe — dices que no te acuerdas de nada.
—Christian, no te hagas el que no sabe — la voz de Josué se endurece — un encuentro sexual deja huellas: en la piel, en la ropa… tú lo sabes. Además, desde que estoy contigo, no miro para otro lado.
Y si no me crees a mí, créeme que Derek estaba ahí. Ya sabes cómo se pone, a falta de tener una hermana te tiene a ti. Lástima que todavía no sepa queno necesitas quien te cuida, eres lo mas parecido a una hermana sí, pero hermana psicópata.
Me tapo la boca para no reír.
Lilian está a punto de carcajearse también.
Christian, sin embargo, no tiene nada de humor en la voz.
—¿Con quién más estabas? — pregunta — Cuéntame lo que más recuerdes de esa noche.
Yo trago en seco.
Lilian deja de respirar.
Esta es la pregunta que puede incendiarlo todo.
La pregunta que, si se responde “bien”, podría acercarme más al padre de mis hijos.
Mis manos sudan.
Mi corazón late tan fuerte que siento a los bebés moverse.
Y del teléfono llega el sonido de Josué tomando aire…
—Me extraña tu interés —comienza Josué, con esa voz que intenta sonar calmada, pero que claramente está conteniendo rabia, cansancio… y miedo—. Pero ya que quieres dejar de fregar, te lo voy a decir.
Lilian aprieta los audífonos; yo sostengo el mío como si fuera una cuerda de vida.
—Ese día yo no iba a ir al bar —continúa Josué—. Había una fiesta de universitarios.
Sabes cómo se ponen esos pubertos con el alcohol… no los aguanto. El plan era quedarnos en casa tomando con Derek.
Mi estómago da un salto.
Lilian también se endereza, como si acabara de escuchar un disparo.
—Bien entrada la noche llegó Esteban —dice Josué— se acabó todo el alcohol y pues… terminamos en el bar. Había llegado un tequila importado, edición especial, que me está dando más dolores de cabeza que tú.
Christian suelta un bufido indignado.
—¿Por qué? —pregunta.
Josué suspira.
—Porque vino con los estándares de producción pésimos… adulterado, Christian. El tequila estaba adulterado.
Lilian ahoga un pequeño grito.
Yo siento que me falta aire.
—¿Repartiste eso gratis en el bar? —el tono de Christian tiembla entre furia y preocupación.
—No, claro que no. —Josué se defiende de inmediato—. Ese tequila sale carísimo. Lo estábamos probando nosotros y un par de clientes habituales. Y sí, estoy solucionándolo. Pero te pido prudencia… esto puede afectar al bar.
Yo siento cómo se me hiela la sangre.
Ese maldito tequila adulterado es el culpable de mis lagunas mentales.
Es el culpable de mis recuerdos a medias.
Es el culpable de mis hijos.