Nina
Estoy frente al lugar de los hechos:
el bar de los olvidados, de las lagunas mentales y del tequila maldito.
Y aquí estoy yo, con un enjambre de emociones zumbándome en el pecho.
Primero, la idiotez. Sí, la mía, la que me martilla sin compasión.
Solo a mí —a mí, justamente a mí— podía pasarme una situación tan absurda, tan de telenovela barata, tan increíble que hasta dudo que haya ocurrido… si no fuera porque lo llevo creciendo en el vientre.
Segundo, el nerviosismo. La brutal certeza de que, en unas horas, podría mirar a los ojos al padre de mis hijos sin siquiera saber si él va a reconocer mi mirada.
Y tercero… el impulso animal de huir.
De meterme bajo una mesa, o en un clóset, o en un hueco de pared como cucaracha asustada y dejar que este desastre siga sin mí.
Las luces del bar, los gritos, la fila de gente apretándose para entrar…
todo me empuja de regreso a esa noche lejana y borrosa.
Una noche que parece inventada, pero que fue dolorosamente real.
—Sonrían, bellezas —dice Christian, enlazándonos a Lilian y a mí por los brazos, como si fuéramos sus guardaespaldas de lujo—. ¡Que empiece la acción!
Y yo trago saliva.
Entramos sin problema, como si la vergüenza no existiera ni para mirarnos de reojo.
Adentro todo es ruido, luces, cuerpos moviéndose en masa; el mismo escenario de hace meses,
el origen de mi bendito–maldito desorden.
Mis ojos son un abanico descontrolado: giro, miro, busco, examino…
reto a mi memoria a despertarse, aunque sea un segundo.
—Ahí está el apartado de la fiesta, vamos —ordena Christian, arrastrándonos como si llevara dos perros chihuahuas con correa.
Nos mete a la zona VIP con la autoridad de un rey sin corona— Actúen como mujeres de fiesta, pónganse locas, niñas. Váyanse al despeñe.
Yo río, porque de los tres, él es el que más necesita medicación.
—¡Ah! Una loca embarazada, sí, claro —dice Lilian como si eso fuera un eslogan.
Christian va a replicar, pero entonces algo en su cara cambia.
Lo sigue una mueca, una chispa, un “ay Dios mío, esto se puso bueno”.
—Mira quién acaba de llegar… un posible papá —me clava el dedo en el hombro—. Y llegó acompañado de un posible tío.
Y es ahí cuando lo veo.
El cumpleañero.
Derek.
Se me eriza la piel como si alguien me hubiera pasado un hielo por la espalda.
Ese hombre me altera de una manera tan absurda que quisiera meterme dentro de una alfombra.
—No te escondas, cobarde —me regaña Christian—. Además, tú vives enamorada de Octavio… qué tal que el sea el tío de los mellizos.
—Pero si él es el tío, eso significa que Derek es el papá, y yo no quiero —gimoteo, sintiéndome una caricatura —. ¡No quiero!
hristian me mira como quien observa un documental de animales raros.
—Te lo traduzco —dice Lilian—: el Derek la pone nerviosa.
Entonces no quiere, aunque su amor platónico sea el tío de sus bebés.
—Ustedes dos tienen un problemita emocional con esos hermanos o qué —espeta Christian, mirando a Lilian—. ¿Y tú por qué te escondes?
—Porque le cae mal la cosa preciosa de Octavio —respondo yo, muy suelta—. No lo soporta.
Christian gira los ojos tan fuerte que casi los pierde por los oídos.
—Compórtense como adultas, por favor.
Lo dice él.
ÉL.
El hombre más inestable del hemisferio occidental.
Decido no darle importancia y me lanzo a la pista, arrastrándolos conmigo.
Si la vida quiere circo, le vamos a dar circo.
Hacemos un sándwich con mi jefe en medio, bailamos como si no fuéramos tres personas quebradas emocionalmente.
—Sean coquetas conmigo, obedezcan —dice Christian, todo diva peligrosa.
Nos reímos, le seguimos el juego, nos movemos con descaro y exageración.
Minutos después, de un parpadeo a otro, me quedo sola en la pista.
Sola.
Desaparecieron.
Como si alguien los hubiera absorbido con una aspiradora industrial.
—Perfecto. Maravilloso. Divino. —Murmuro mientras busco una silla.
Los tacones son una tortura medieval. Mi alma está cansada, mis pies también, y mi dignidad ni te cuento
****************************
DEREK
—Octavio, no mires a la gente como si tuvieran peste. Contrólate.
No puedo creer que le esté rogando a este hombre —mi querido hermano amargado— justo hoy.
—Es mi cumpleaños, solo trata de divertirte… tómate un trago, algo.
Mi súplica es tan patética que me dan ganas de darme un golpe en la cabeza con la mesa más cercana.
—Está bien.
Ese tono… ese bendito tono me decepciona.
Claro que no quiere estar aquí.
Claro que lo traje a rastras.
Claro que su espíritu perfecto estaria flotandoen el aire.
—¡Amigo, feliz cumpleaños! —Josué aparece como un huracán.
—Está todo listo, pueden pasar al apartado.
Entramos.
Veo luces, escucho música, siento el ambiente cargado de alcohol y cuerpos sudados.
Perfecto.
Eso sí es mi territorio.
Caras conocidas empiezan a llegar, me abrazan, me felicitan, se ríen alto.
Yo me relajo. Me sirve el trago. Me lo tomo.
Comienzo a disfrutar.
Los demonios de mi cabeza, por un rato, se callan.
Hasta que escucho a Octavio.
—¿Esa es Nina?
Casi escupo el trago.
Me giro y sí… ahí está.
Ese torbellino de imprudencia.
Esa criatura que atrae problemas como si fueran mariposas.
—¿Y Lilian? ¿Qué hacen con Christian?
Sigo la línea de su mirada y me aturdo:
Nina baila.
Baila con una libertad tan descarada que algo en mi pecho hace un chasquido.
Se mueve sin ritmo… sin sentido… sin cuidado.
Y por algún motivo no puedo despegarle los ojos.
Hasta que Octavio vuelve a hablar y me jala de mi trance idiota: