¿quién es él Culpable?

Capitulo 18

NINA

He pasado el último mes sorprendida conmigo misma… y con Derek.
Han sido días un poco raros, porque, sorprendentemente, hemos logrado acoplarnos a la compañía del otro.
El tipo se ha comportado bien.
Muy bien, si lo comparo con lo que me esperaba.

Ahora mismo lo tengo enfrente, mirándome con burla.

—¡No lo hagas! —el grito que sale de mi garganta hace que Derek se tape los oídos—. Solo tengo cinco meses de embarazo. Te queda mucho que soportar. Te repito: no lo hagas.

El sonido de su risa llega a mis oídos como un canto.

¿Cómo un canto?
¿Qué carajos acabo de pensar?
Es Derek.
El estúpido padre de mis hijos riendo.
No hay nada extraordinario en eso.
Mucho menos para que lo considere un canto celestial.

¿Celestial?
¿Ahora lo estoy elevando al cielo?
Sacudo mi cabeza de inmediato, como si así pudiera expulsar los pensamientos idiotas que acabo de tener.

—Nina… Nina, ¿te pasa algo? —el aplauso que hace para llamar mi atención me hace parpadear—. ¿Todo bien?

—Sí —me apresuro a contestar.
No debo olvidar que Derek es un idiota.

Vuelvo a mirarlo.
Ahí sigue, con un tarro de ketchup en una mano y un postre de chocolate en la otra.

—Te decía que en internet salió que esto es un antojo común en las embarazadas. Por eso te lo traje.

Levanto una ceja, indignada.

—Si quieres tener más descendencia aparte de los que vas a tener conmigo… aparta esa salsa de tomate de mi vista.

Nuevamente sonríe.
Pero esta vez me regala el placer de ver sus hoyuelos.
¿Regala? ¿Placer? Este embarazo me está volviendo loca.

—Me esfuerzo por complacerte —dice con voz de falsa inocencia.

—Estoy chiflada —susurro—. Derek, dame mi postre de chocolate. Ahora.

En el último mes he pasado bastante tiempo con él.
Puedo decir que está haciendo un esfuerzo real por involucrarse.
Aunque, siendo sincera, todavía no lo veo como un futuro papá… y él mucho menos se siente uno.

Pero al menos estamos transitando el camino hacia ser amigos.
Supongo que eso ya es un avance, y un beneficio para nuestros hijos.

—Mi hermano llega en unos minutos —dice de pronto.

Lo miro, sorprendida.

—¿Para qué? —No es que me queje de ver a Octavio, pero no entendía qué pintaba él aquí.

—Me acabas de decir que vas a amanecer en la agencia —responde, serio—.
Sinceramente, no estoy de acuerdo. Pero no te puedo mandar. Debo respetar tus decisiones.

Asiento, conmovida por la delicadeza inesperada.

—Pero eso no me excluye de preocuparme —añade—.
Por eso, antes de irse a casa, va a venir a revisar que no sea demasiado agotador para ti.

—Me parece una exageración… —admito—. Pero lo acepto.
Le sonrío—. La noche va a ser larga. Lilian tiene fotos toda la noche.

—Le he visto la cara en cada dos comerciales —dice él con un tono de voz lindo, estoy de psiquiatra, no de ginecólogo.

—Es la estrella, definitivamente. Acompáñame.

Hago que Derek me acompañe al estudio de fotografía, donde se está llevando a cabo la sesión.
Lilian es la revelación del año: su imagen se está volviendo muy requerida a pasos agigantados.

La gente solo ve un par de fotos finales, pero detrás de eso hay un trabajo brutal.
Mi amiga pasa horas posando, cambiándose, escuchando indicaciones, repitiendo movimientos una y otra vez.

Entre llamadas, correos, gritos del equipo y cambios infinitos de vestuario, la noche empieza a deshacerse y la madrugada se asoma.

—¿Estás seguro de que te quedas conmigo hasta el amanecer? —pregunto.
Él asiente.

—¿Y tu hermano?

—Ya está llegando. Se le presentó un asunto. Dame un momento.

—Entiendo.

Lo veo alejarse para hablar con Christian.
Los observo reír y charlar, cosa que me sorprende profundamente.
Mi jefe odia que lo distraigan durante las fotos, pero ahí está, conversando con Derek como si fueran amigos de toda la vida.

Miro a mi amiga, concentrada en su sesión.
Lo mejor es que lo disfruta. Este trabajo le está abriendo puertas y posibilidades que nunca imaginó.
Ojalá algún día se dé cuenta de cuánto ama lo que hace.

—Nina… —la voz de Octavio me saca de mis pensamientos.

Me giro y ahí está mi doctor bombón, frente a mí.
Me sorprende verlo.
Se le notan las ojeras, el cansancio.
Tiene el aspecto de alguien con demasiadas cosas en la cabeza y muy poco tiempo para procesarlas.

—¡Octavio! Hola… —lo saludo con un entusiasmo que me sale del alma.
Si él ha tenido un mal día, yo sería capaz de desvivirme por arreglárselo.

—Disculpa la demora —dice con voz cansada—. Sé que son casi la una de la mañana, pero tuve una urgencia.

Le sonrío como una tonta.
A pesar de sus ojeras y del agotamiento evidente, la perfección de su rostro sigue ahí, intacta, como si el cansancio no pudiera tocarlo.

—Disculpa al descarado de tu hermano por hacerte venir hasta acá a estas horas, después de un día largo de trabajo —me quejo, divertida—. Es un exagerado. Le he dicho mil veces que estoy perfecta.

—Se está involucrando —responde él, con una sonrisa genuina.
Esa sonrisa tiene el poder de aflojarle la espalda a cualquiera.

—Sí… —me acerco un poco a él, bajando la voz—. Aquí entre nos, puede que llegue a ser un buen padre, pero le faltan un par de calificaciones.

—¿Calificaciones? —pregunta, intrigado.

—Sí —ruedo los ojos—. ¿No te contó cómo me convenció para que olvidara lo que quería hacer con nuestros hijos?

—Me comentó algo sobre un trato.

—Me pidió que le enseñara a ser padre —digo, todavía sorprendida por eso—. Le armé una lista de tareas, un pequeño curso intensivo.

—¿Y cómo le ha ido?

—Ha sobrevivido más de un mes. Ahí va —respondo, logrando que sus facciones cansadas se relajen un poco.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

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