¿quién es él Culpable?

Capitulo 19

NINA

—No entiendo nada… —lo digo en voz alta, para que Lilian me escuche.

Desde que recuperó la conciencia, mi amiga se quedó mirando a Octavio durante unos segundos que parecieron eternos.
Luego se soltó de su agarre con una mezcla de fuerza y rechazo tan evidente, que el pobre hombre se puso de pie como si lo hubieran golpeado, con la mirada perdida, y dio cinco pasos hacia atrás… como quien huye de un recuerdo.

Ahora estoy en medio del camerino, caminando de un lado a otro, tratando de unir cabos que no me cuadran.

—¿Qué pasó hace un rato? —pregunto, incapaz de guardarme la inquietud.

La mirada cristalina de Lilian hace que deje mis teorías a un lado.
Voy hacia ella y la abrazo.

—Estoy deduciendo cosas —susurro—. Hay algo raro entre Octavio y tú.

Ella solo emite un gruñido y apoya su cabeza en mi pecho.
Es un gesto pequeño, pero lleno de desgaste.

—No hay nada en este mundo que no entienda, Lili —continúo con suavidad—. Si hay cosas que no sé, si hay cosas que no me has dicho aún… sé que es porque no estabas lista.

Ella respira hondo.
Ese suspiro profundo tiene más historia que cualquier palabra.

Le acaricio el cabello, despacio, con la paciencia que da el cariño, hasta que al fin…
unas palabras salen de su boca.

—El doctor me pone de nervios —dice al fin—. Siento su presencia antes de verlo. Hasta lo siento antes de que llegue. Cuando estaba en medio del estudio lo vi… y se me fue el mundo. Me empecé a agitar, a sudar las manos.

—¿Estás enamorada de Octavio? —es lo único que soy capaz de decir.

—No —responde de inmediato, brusca—. Solo que no me gusta sentirme débil, nerviosa o desamparada con nadie. Y él es la única persona que me hace sentir así. —Alza su cabeza y veo la agonía encendida en sus ojos—. Me siento como aquella noche.

Yo cierro los ojos.
Quisiera borrarle de la piel cada sombra, cada recuerdo que la marcó.

—¿Octavio te recuerda a aquel hombre? —pregunto con cuidado.

—Sí… no… —su tono es un desgarro—. No recuerdo a ese hombre. Es solo que Octavio me hace sentir débil… y me asusta.

No digo nada más.
La envuelvo entre mis brazos, sosteniéndola como puedo, tratando de alejarle el temblor, de esconderle el miedo.

Y en mi mente vuelve aquel día, hace más de seis años:
la desolación hecha persona,
la desolación que era Lilian,
la niña de diecisiete años que jamás debió cargar un recuerdo así.

Un suave toque en la puerta me alerta.
Derek asoma la cabeza con sumo cuidado; le hago un gesto vago para que entre.

—He traído esto —dice.

En sus manos sostiene una taza.
Su actitud es extrañamente serena, casi delicada.
Cada paso que da hacia nosotras está lleno de precisión.
Es la primera vez que lo veo tomándose algo así tan en serio.

—Un suave sorbo te ayudará —se sienta al otro lado de Lilian—. Solo un poco.

Su voz baja, templada, parece ir derritiendo la angustia de mi amiga.
Lilian toma la taza con manos temblorosas y bebe despacio.

No puedo negar lo sorprendida que estoy.
Mientras ella bebe, la mirada de Derek se cruza con la mía.
Y en ese instante…
algo en mí se prende.
No conocía esta parte suya, tan entregada, tan cuidadosa, tan atenta a alguien que no es él mismo.

—Gracias… —susurra Lilian—. A los dos.

—De nada —responde Derek.

Y ahí están otra vez sus hoyuelos, esos que aparecen sin permiso, y por poco suelto un suspiro que no debería escapar de mi pecho.

—Lilian… —dice él, con una suavidad que nunca le he escuchado—. Mi hermano se ha ido.

Abro los ojos como platos.
Él sabe algo que yo no.
Algo que ni siquiera Lilian sabe, porque lo mira igual de sorprendida.

—Tenía unos asuntos —se apresura a añadir al notar nuestra reacción—. Las esperan allá afuera.

Decido no hacer más comentarios.
Pero lo tengo claro:
el padre de mis bebés va a pasar por un arduo interrogatorio cuando estemos solos.

DEREK

Mi cabeza en cualquier momento explotaba y mi paciencia estaba a punto de escaparse de mí.
Después del incidente con Lilian, todos retomaron las actividades como si nada.
Era absurdo: en quince minutos el reloj iba a marcar las cuatro de la mañana y nadie parecía consciente de eso.

—Déjame llevarte a casa —le suplico por vigésima vez en los últimos diez minutos.

—Estoy perfecta —responde Nina, tan terca como los focos del estudio.

Volteo los ojos, harto de escucharla repetir lo mismo una y otra vez.

—Ojalá también te vieras perfecta.

—¿Te han dicho que eres insoportable?

—Sí. Tú. Lleva horas diciéndomelo.

—Es que lo eres.

No le contesto.
La dejo recostada en el sofá y hago un barrido rápido del estudio buscando al responsable del caos.

Lo encuentro.

Casi corro hacia él. Este trabajo es inhumano.

—¡Christian! Me llevo a Nina —le informo, porque no estoy pidiendo permiso.

—No hemos acabado…

—No la necesitas —mando todo al demonio—. Me vale si terminaste o no. Falta poco para que amanezca y me largo con ella.

Christian se ríe.

—Aquí mando yo… pero llévatela. Puede llegar en la tarde.

Le saco el dedo medio.

—¡Esclavista!

Regreso con ella.
Tiene los ojos cerrados, agotada.

—Terca —murmuro.

—Es mi trabajo y debo ser responsable —dice sin abrir los ojos.

—Lo que digas… vámonos.

Nina intenta ponerse de pie, pero el cansancio puede más que ella.

—No debo olvidar que me canso por tres —suelta una risa que solo logra irritarme más.

—Arriba entonces —me agacho y la tomo en brazos.

Ella rodea mi cuello con sus brazos, apoya la cabeza en mi pecho y vuelve a cerrar los ojos.
Camino con ella despacio, cuidando cada paso.



#325 en Novela romántica
#138 en Chick lit

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.