DEREK
—Soy un padre de familia.
La risa de mi hermano me ofende profundamente.
—Soy un padre de familia ahora —repito, por si su cerebro geriátrico necesita refuerzo—. Ya no lo necesito.
—Dios… esto es surrealista —Octavio me mira como si hubiera dicho que pienso dedicarme al ballet—. ¿Eres un qué? Repítelo.
—Padre. De. Familia.
—Cálmate, papá.
—No sabes lo ofensivo que suenas, Octavio —refunfuño—. Pero está bien, eres el mayor, te encanta sermonearme y lo has hecho por treinta años completos.
—Cuando nazcan tus hijos vas a sermonearlos a ellos —se encoge de hombros—. Así se educa.
Me mira con esa maldita cara de “qué ternura que estés sufriendo”.
—Ahora dime… ¿estás seguro?
—Claro que sí… no es para tanto —digo porque, en teoría, no debería serlo—. La verdad es que son dos niños, Octavio… dos bebés. ¿Te imaginas a Nina, dos bebés y yo corriendo por ahí?
—Sería excéntrico, tal como tú —se ríe—. Pero si ahora eres un “padre de familia”, qué se le puede hacer… Además, me haces muy feliz.
Tuerzo los ojos.
—De todos modos crecerán… aunque todavía no nacen. En fin, crecerán —balbuceo como un idiota.
—No le des más vueltas. Dame las llaves —estira la mano.
Saco del bolsillo las llaves del primer amor de mi vida. Son pesadas… como si supieran que estoy cometiendo traición.
—Cuando tenías veinte años me rompiste las pelotas por ese auto deportivo —dice riendo—. Mírate ahora, todo maduro, pensando en el beneficio familiar.
—Sería un poco complicado meter a una familia de cuatro en un auto de dos asientos —refunfuño—. Además necesito el efectivo… —suspiro— Nina vale todo, Octavio.
—Por supuesto que lo vale —me sonríe—. Se va a morir cuando vea la nueva casa. Pero primero se va a partir de la risa cuando te vea manejando una miniván.
—Ni que lo digas… su hobby favorito es burlarse de mí —y sonrío sin poder evitarlo—. He descubierto que mi vida con ella es… feliz. Muy feliz. Tener a alguien que te espera en casa es… otra cosa.
Los ojos de mi hermano brillan con orgullo. Y eso me destruye de la mejor manera.
—Estoy tan orgulloso de ti —dice—. Aunque te mudes y te lleves a mis sobrinos.
—No exageres… solo son dos casas más allá. Sabes que nunca voy a alejarme demasiado de ti.
—Ni yo de ti —asiente, con esa serenidad suya que sostiene el mundo—. Entonces… ¿nos vamos?
Bajamos al estacionamiento de la clínica. Ahí está mi nuevo auto, mi flamante humillación rodante.
Al menos es negro. Eso me repito como consuelo de pobre.
Subo, respiro hondo y arranco.
Voy rumbo a recoger a mi bella dama.
Las calles están congestionadas, así que me demoro un poco más en llegar.
Cuando por fin estaciono afuera de la agencia, la veo ahí, de pie, con su enorme barriga de siete meses. Su vientre es tan grande que parece que fuera a ganarle la batalla a su propio cuerpo diminuto. Me estaciono frente a ella y toco el claxon. Nina se aleja inmediatamente, como si la fuera a secuestrar un desconocido cualquiera. Me río. La sigo a paso lento y vuelvo a tocar el claxon. Otra vez se aleja.
Mi chica es desconfiada. Me encanta.
—Soy yo, Nina —bajo el vidrio de la miniván—. Sube, amor.
Sus ojos se abren como si acabara de ver un unicornio. Dos segundos después, esa sonrisita maldita y burlona se asoma.
—¿De dónde has sacado esto, Derek? —pregunta intentando disimular la carcajada que le tiembla en la boca.
—La compré… —como si fuera obvio—. Sube, que se nos hace tarde.
Ella obedece, pero la risa contenida le vibra en la garganta.
—Dilo —le exijo apenas cierro su puerta.
—¿Qué te diga qué?
Arranco el auto. Ella me mira, casi temblando.
—Lo que estás pensando, Nina. Te veo el nudo en esa cabecita tuya.
—No es nada… —miente fatal—. Solo me pregunto dónde está tu otro auto.
—Lo vendí —respondo como quien dice “cambié de camisa”.
—¿Lo vendiste? ¡Pero lo amabas! —parece genuinamente sorprendida.
—Ya era hora de cambiarlo —me encojo de hombros—. Además era muy costoso, y necesitaba el dinero.
—Mmm, ya… ¿Necesitabas el dinero? —su cara cambia a preocupación inmediata—. ¿Tienes problemas?
—No tengo problemas… Necesitaba dinero de inmediato —le explico—. Mi hermano y yo tenemos dinero, una cantidad considerable, pero no es dinero líquido. Está en las clínicas y en otras inversiones. No era posible conseguir una suma grande enseguida.
—Ah… ¿y decidiste que una miniván era el reemplazo adecuado? —no le contesto—. No te luce… —se queda callada, tragándose la risa.
—Vamos, ríete —la invito—. Ríete… ríete de mí, amor mío.
—Perdón, Derek… te juro que no me estoy burlando, solo que… ¿una miniván?
—Esta es mi primera adquisición para nuestra familia, Nina. Cada vez notaba lo difícil que era para ti subirte y bajarte del otro auto; eso me hizo pensar en la llegada de los bebés. Sencillamente no iban a caber. Solo tenía dos asientos. Imaginé el caos: coches, pañaleras, mantas, juguetes… ¿no has visto la televisión? Una ida al supermercado es como una pequeña mudanza.
—Eres muy tierno…
—Pero acabo de tomar una decisión —como al parecer a nadie le gustó mi nuevo auto—. Cuando pueda me compraré otro y este te lo puedes quedar —me hago el ofendido—. Una camioneta.
—No seas ridículo…
—De tierno a ridículo… estás partiendo mi corazón en pedazos, Nina. Eres cruel, mujer —estaciono mi miniván frente a la nueva casa.
—Derek… —bajo primero y voy a su puerta—. Discúlpame —me dice cuando la ayudo a bajar.
—No pasa nada…
—Espera… ¿por qué te estacionaste tan lejos? —mira a su alrededor—. La casa está a media cuadra.
—Vamos a entrar a esta casa… —le digo, y su mirada se enciende con una curiosidad preciosa—. Vamos… —la llevo de la mano, guiándola por el camino hasta la puerta—. Tu casa, Nina. Nuestra casa.