¿quién es él Culpable?

Capitulo 35

NINA

—Son tan hermosos… —desde mi silla de ruedas veía a mis bebés en sus incubadoras, y mi corazón latía tan rápido que parecía querer alcanzarlos.

La emoción era un incendio dulce. Frente a mis ojos estaban los dos seres más importantes de mi vida, dos pedacitos de mí, dos pedacitos de Derek.

—Son iguales a ti —dice él, con esa ternura que siempre me sorprende. Pero, por justicia poética, deberían parecerse a mí.

—Deja eso, Derek… —lo regaño suave—. Te entiendo. Tenías miedo de perderme. Fue tu reacción en medio del caos. Pero ahora estamos juntos.

—Perdóname… otra vez.
Lo miro mal.
—Ya, ya… me callo.

—¿Cuánto tiempo estarán en la incubadora? —pregunto, agotada, deseando volver a casa y al mismo tiempo temiendo dejar esta burbuja segura.

—Una semana más —responde—. Nacieron antes de tiempo y necesitan los tratamientos.

Asiento. Lo que haga falta. Lo que sea para que estén bien.

—Pasen —una voz amable nos interrumpe—. Deben de estar ansiosos por conocer a sus hijos.

Entramos a la unidad neonatal. La enfermera nos guía hasta ellos. Derek acerca mi silla lo más posible, hasta dejarme justo frente a mis bebés.

—Aquí estoy… —les digo con la voz rota. Las lágrimas me corren libres. Estuve a un paso de no verlos nunca—. Para siempre…

—¿Lista? —me pregunta la enfermera. Asiento.
—Empecemos con este pequeñín. Es el más ansioso. Su hermano sabe esperar.

Me ayuda a descubrirme el pecho. Con sumo cuidado saca a mi bebé de la incubadora y lo acomoda en mis brazos.

Amamantarlo por primera vez es un milagro. Un privilegio. Un hilo invisible que une todo lo que fui con todo lo que seré.

—Vamos con este otro pequeñín —dice la enfermera—. Él esperará en los brazos de su padre.

Veo a Derek recibir a nuestro hijo. Sus manos tiemblan, sus ojos se llenan de lágrimas, y un beso pequeño se posa sobre la frente del bebé.
Me enamoro de él otra vez.

—Te amo, Nina —su voz me golpea el pecho—. Te amo.

Me quedo callada, saboreando esas palabras como un último rayo de sol antes de la noche.

Lo miro con nuestro hijo en brazos. Yo sostengo al otro. Y lo entiendo todo: el amor también es esto. Construcción, entrega, lealtad. El amor verdadero, el que se lucha.

—Derek… tengo una pregunta.

—Dime.

—¿Cómo se llaman nuestros hijos?

—¿Otra vez? —mi madre tenía razón cuando dijo que dormir ya no era una opción. Con dos bebés, dormir es un lujo del pasado—. ¿Quién será? ¿Ian o Hugh?

—Quien sea, voy yo. Duerme… —dice él. Se levanta de la cama y sale. Miro la hora: la una de la mañana. Apenas media hora de sueño.

Estiro el cuerpo y trato de descansar. Los últimos dos meses han sido los más duros. Ser madre no es un cuento: es una responsabilidad feroz. Todo gira a su ritmo. Ellos dominan nuestras vidas.

Durante el día tengo sueño. Durante la noche no tengo vida. Cada dos horas lloran, piden, exigen. Cuando uno se duerme, el otro despierta. Y así todo el tiempo.

Al borde de la desesperación, les dimos una habitación a cada uno. Los padres también necesitan sobrevivir.

Amo a Derek por su entrega. Se ha puesto la paternidad en los hombros con una dedicación que me derrite: los baña, cambia pañales, prepara teteros. Y duerme igual o menos que yo. En las mañanas parece un zombi elegante rumbo al trabajo.

Cierro los ojos.
Minutos después lo siento volver. El colchón se hunde y sus brazos me rodean.

—¿Sabes que te admiro, mujer?

—Sí…

—Eres la mejor madre del mundo —me volteo hacia él—. Pero necesitamos ayuda. Tú necesitas dormir, y yo también. Necesitamos nanas, enfermeras, médicos, policías, bomberos… lo que sea.

—Pero…

—Nada —pone un dedo en mis labios—. Eso no te hace mala madre. Es ayuda necesaria. Son dos y no damos abasto. Te veo respirar cuando tu mamá está aquí… o cuando Lilian y Octavio nos ayudan. Tu bienestar es fundamental.

—Una ducha de más de dos minutos… —susurro—. Ya no recuerdo qué es eso.

—Necesitamos ayuda. Y contratar a alguien, sí o sí.

El cansancio me taladra. Hoy por la mañana casi le eché café al tetero. Quería sentir que podía con todo. Pero no puedo.

—Está bien… —susurro. Y además quiero volver a trabajar.

—Y yo —acaricia mi cintura— aparte de dormir, te necesito a ti.

Tiene razón. Somos padres… pero también somos pareja. Y nos estábamos perdiendo un poco.

—Yo también… —lo acerco y lo beso. Un suspiro de alivio nos envuelve. Tenía siglos sin sentirlo así.

—¿Nina? ¿Amor? ¿Tienes mucho sueño? —murmura entre besos—. Creo que debemos estrenar mi vasectomía.

—Eres un tonto.

Después de todo lo que pasó, no es seguro que me embarace otra vez. La preeclampsia casi me mató. Los médicos fueron claros. Y como yo no podía ser intervenida tan pronto, Derek decidió hacerse la vasectomía. Para él fue lo más simple del mundo. Para mí, un acto de amor brutal.

—Y no… no tengo sueño.

El deseo me recorre como fuego. El amor por él crece cada día, y verlo entregado a esta familia es una bendición.

Sus manos viajan por mi cuerpo. Su aliento caliente en mi piel me hace estremecer.

—Eres hermosa.

Cada beso sube la intensidad. Me siento viva, despierta. Me acomodo sobre sus caderas, lo miro desde arriba y el mundo entero se ilumina. Su cabello despeinado, sus ojos encendidos por la pasión…

Me quito la pijama. Él se desliza hacia mí como si el tiempo fuera de nosotros. Mis bragas desaparecen. Su boca encuentra la mía.

—Te amo… —jadea.

—Yo más…

No sé cuánto tiempo tenemos antes de que uno de los bebés llore. Así que lo vivimos todo. El ritmo, el roce, el temblor, la entrega. Hasta que el mundo se rompe en un gemido y quedamos abrazados, respirando como si hubiéramos vuelto de una guerra.

Y entonces…
Los monitores empiezan a sonar.

—Esta vez son los dos… —murmuro, frustrada y enamorada.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

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