¿quién es él Culpable?

Epilogo

—¿Algún día dejarás de llamarme estúpido? —escuché detrás de la puerta.
Yo amo espiar a mis padres. Siempre están discutiendo sobre el clima, sobre quién dejó una luz prendida, sobre nada. Viven en una especie de juego eterno donde o se ríen o se pelean, y al final siempre terminan dándose un beso que me da asco y ternura al mismo tiempo.

—Eso depende más de ti que de mí, Derek —responde mi mamá—. Yo no soy dueña de tus actos.

—Todavía tengo la esperanza de que cuando tengas setenta dejes de llamarme así.

—Falta mucho para eso. Soy muy joven.

—Eres una malvada, mi damisela…

Afino el oído. Y de pronto silencio.
Ese silencio que anuncia que están haciendo algo que preferiría no saber.

—¡Amelia! —esa es la voz de Ian—. Amelia Michaelson Cranston, despega ese oído de polilla de esa puerta.

Doy dos pasos atrás. Me atraparon.
Miro hacia ambos lados: Ian en una esquina, Hugh en la otra. Me tienen acorralada como si fuera una ladrona de bancos.

—¿Qué haces? —pregunta Hugh.

—Nada… —sonrío.
Mi sonrisa siempre funciona. Soy la única niña en esta casa. La princesa. La tormenta. La supuesta favorita de papá.
Mi sonrisa es un arma letal.

—No lo hagas —dice Ian.

—Ni lo intentes —agrega Hugh.

Los odio. Los amo. Odio amarlos.
Mis hermanos son mis personas favoritas en el mundo, pero no pienso decírselos jamás.

—No estaba haciendo nada —pongo mi voz de inocente profesional—. Solo soy una niña de quince años buscando amor paternal. A esta edad los hijos necesitamos contención emocional. Sobre todo yo.

—A los quince años se puede ser muy chantajista —murmura Ian.

—Sabemos que estabas espiando —dice Hugh con una sonrisa de idiota.

Me cruzo de brazos fingiendo indignación.
—¡Soy una niña adoptada! ¡Necesito amor doble!

Ellos sueltan la carcajada. Y eso es una mala señal.
Cuando se miran así, sé que algo horrible va a pasar.

—¡A ella! —gritan los dos al mismo tiempo.

—¡NO! —salgo corriendo, pero ya es tarde.
Me levantan en el aire como si fuera un saco de papas y yo empiezo a patear, gritar, suplicar, llorar falsamente, todo al mismo tiempo.

—¡Vamos a tirarla a la piscina! —canta Ian.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —mi voz sube tres octavas.

—Sí, sí, sí —dice Hugh—. Por andar ahí pegada a la puerta viendo qué puedes usar para chantajear a papá.

—¡Yo no soy así!

—Ajá —dice Ian.

—Eres peor —dice Hugh.

—¿Algún día dejarás de llamarme estúpido? —escuché detrás de la puerta.
Yo amo espiar a mis padres. Siempre están discutiendo sobre el clima, sobre quién dejó una luz prendida, sobre nada. Viven en una especie de juego eterno donde o se ríen o se pelean, y al final siempre terminan dándose un beso que me da asco y ternura al mismo tiempo.

—Eso depende más de ti que de mí, Derek —responde mi mamá—. Yo no soy dueña de tus actos.

—Todavía tengo la esperanza de que cuando tengas setenta dejes de llamarme así.

—Falta mucho para eso. Soy muy joven.

—Eres una malvada, mi damisela…

Afino el oído. Y de pronto silencio.
Ese silencio que anuncia que están haciendo algo que preferiría no saber.

—¡Amelia! —esa es la voz de Ian—. Amelia Michaelson Cranston, despega ese oído de polilla de esa puerta.

Doy dos pasos atrás. Me atraparon.
Miro hacia ambos lados: Ian en una esquina, Hugh en la otra. Me tienen acorralada como si fuera una ladrona de bancos.

—¿Qué haces? —pregunta Hugh.

—Nada… —sonrío.
Mi sonrisa siempre funciona. Soy la única niña en esta casa. La princesa. La tormenta. La supuesta favorita de papá.
Mi sonrisa es un arma letal.

—No lo hagas —dice Ian.

—Ni lo intentes —agrega Hugh.

Los odio. Los amo. Odio amarlos.
Mis hermanos son mis personas favoritas en el mundo, pero no pienso decírselos jamás.

—No estaba haciendo nada —pongo mi voz de inocente profesional—. Solo soy una niña de quince años buscando amor paternal. A esta edad los hijos necesitamos contención emocional. Sobre todo yo.

—A los quince años se puede ser muy chantajista —murmura Ian.

—Sabemos que estabas espiando —dice Hugh con una sonrisa de idiota.

Me cruzo de brazos fingiendo indignación.
—¡Soy una niña adoptada! ¡Necesito amor doble!

Ellos sueltan la carcajada. Y eso es una mala señal.
Cuando se miran así, sé que algo horrible va a pasar.

—¡A ella! —gritan los dos al mismo tiempo.

—¡NO! —salgo corriendo, pero ya es tarde.
Me levantan en el aire como si fuera un saco de papas y yo empiezo a patear, gritar, suplicar, llorar falsamente, todo al mismo tiempo.

—¡Vamos a tirarla a la piscina! —canta Ian.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —mi voz sube tres octavas.

—Sí, sí, sí —dice Hugh—. Por andar ahí pegada a la puerta viendo qué puedes usar para chantajear a papá.

—¡Yo no soy así!

—Ajá —dice Ian.

—Eres peor —dice Hugh.

La voz más dramática, exagerada y miedosa del mundo retumba.

—¡BASTA!

Mis hermanos frenan de golpe y me bajan en automático, pegándose detrás de mí como dos cobardes.

Mi papá se lleva la mano al pecho como si estuviera al borde del colapso.

—Van a matarme… —dramatiza—. Si su madre no lo ha logrado en veinte años, ustedes sí.

Los tres lo miramos. Padre del año.
Ahí está: furioso, despeinado y ofendido.

—Ian, Hugh, ya tienen veinte años. Dejen a su hermana en paz —los señala como si fueran delincuentes—. Y tú, Amelia… deja de decir que eres adoptada.

—Lo soy.

—¡No lo eres! —grita él, tirándose de los cabellos—. ¡Nina!
—¿Qué? —responde mamá desde a dentro aún, sin moverse ni un milímetro.
—Ven a explicarle por milésima vez que no es adoptada, ¡que es gestación subrogada!

Ya me sabía de memoria que ellos habían adoptado un vientre para tenerme.
Mi madre casi se nos fue al otro mundo trayendo a los mellizos, así que aquí estoy: hija de corazón, genes y panza prestada… pero igual me encanta molestar a mis padres.



#325 en Novela romántica
#138 en Chick lit

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.