¿ Quién es la Otra?

Capítulo cuatro

«Tomé paracetamol para aliviar el dolor físico, pero aún no hay medicina que cure el dolor en mi corazón».

Basilea, Suiza

Margareth

Empaco las porciones de torta de zanahoria que preparé la noche anterior. Pasé más de cuatro horas perfeccionando la receta hasta que quedé satisfecha con el resultado. Tanto es así que hice una versión saludable para Joelle porque ella ama todos los postres, sus palabras, no las mías. Sin embargo, la de Conrad es especial, una receta hecha solo para él.

Salgo de casa con mis bolsos colgando de mis hombros, miro hacia la puerta cerrada de mi vecino, avanzo unos pasos y dejo la canasta en su entrada. Le puse algunas preparaciones que tenía en casa junto a una nota de disculpa por mi torpeza. Ahora que tengo las manos libres, cierro la puerta detrás de mí, llamo a la puerta de Samuel y salgo corriendo hacia el ascensor porque no quiero verlo.

¿Tonto? Tal vez. Ya hice el ridículo una vez, no quiero que se repita más.

El lugar donde vivo ahora me queda más cerca de mi trabajo, por lo que en menos de veinte minutos estoy allí. Después de saludar a los guardias de seguridad, abro mi puesto de trabajo y, como todas las mañanas, me dispongo a comenzar con las preparaciones. Estoy echando la mezcla de los muffins de arándanos en la bandeja cuando escucho que alguien toca el mostrador. Dejo lo que estoy haciendo y salgo para encontrarme con una mujer bajita, tal vez unos años mayor que yo. Su cabello es negro y tiene una sonrisa afable en el rostro.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarla? —inquiero, dado que no lleva nada que la identifique como trabajadora de la compañía.

—¿Eres Margareth? —Asiento ante su pregunta—. Seré tu nueva ayudante, mi nombre es Caroline Mitchell.

Elevo una ceja, su nombre y acento son indicios de que no es de estos lados.

—Mucho gusto y bienvenida —me acerco a ella para estrechar su mano—. Ya me hacía falta una ayudante.

—Estoy lista para comenzar —dice.

Me hago a un lado y le permito el ingreso. La llevo hasta la parte de atrás para que pueda dejar sus cosas allí y luego comienzo a darle una inducción sobre el manejo de las máquinas y el funcionamiento de todo en general.

—¿Tienes alguna duda? —le pregunto al terminar.

—No, todo ha quedado claro. Explicas muy bien.

—Perfecto, abrimos en… —Miro mi reloj para comprobar la hora—. Diez minutos, finalicemos de organizar las preparaciones para que nos sea más fácil despachar.

—De acuerdo.

Con las manos extras de Caroline, el trabajo rinde más. Cuando dan las ocho en punto, llegan las primeras personas. Caroline anota los pedidos mientras yo los entrego con una sonrisa en mi rostro. A pesar de haber dormido casi nada, estoy de buen humor; supongo que eso está relacionado con cierto hombre que justo aparece frente a mí.

—Buen día, Margareth —saluda Conrad.

—Buen día —le devuelvo el saludo con las mejillas sonrojadas.

—¿Va bien tu mañana? Veo que tienes una nueva ayudante —agrega.

—La tengo. Y sí, mi mañana va bien.

Se inclina un poco en mi dirección y yo inevitablemente me acerco más.

—La mía también, debe ser por la buena cena que tuve anoche.

Mi corazón da una voltereta, mis manos se humedecen y mi boca se abre una y otra vez buscando algo coherente para decir.

—Parece que te dejé sin palabras —se burla—. Dame un café como me gusta, por favor.

—Por supuesto —digo una vez que me recompongo.

Sirvo el café en una taza para luego inclinarme y coger la porción del postre que preparé para él. El empaque es similar al que manejamos aquí, de esa manera no levantaré sospechas.

—Yo no…

—Es especial, espero que te guste —lo interrumpo.

—Estoy seguro de que así será. —Alguien carraspea detrás de él, rompiendo el momento—. Nos vemos después.

Me obligo a regresar mi atención a los otros clientes mientras él pasa a registrar el pedido con mi nueva ayudante. Estoy pensando que nadie más se acercará por ahora cuando veo a Joelle entrar corriendo, en tacones, y casi chocar con el mostrador.

—¡Sálvame! —chilla, llamando la atención de los que todavía están cerca—. Me acosté tarde finalizando un reporte, esta mañana no me sonó la alarma y ahora voy tarde, pero no puedo subir sin tus adicciones. ¿Qué tienes para mí hoy?

Me sorprende que pueda hablar entre jadeos.

—Tengo lo que necesitas —Envaso su café y le tiendo la otra porción de torta—. Me cuentas si te gusta.

—Lo prometo.

Y tan rápido como llegó, se marchó. El último cliente se va, y cuando Caroline termina su pedido, me acerco a ella.

—¿Qué tal? —averiguo.

—Fue sencillo, este parece ser un trabajo soñado —Incluso suspira.

—Lo es. Suele ser ajetreado en las mañanas y luego de almuerzo, pero el resto del tiempo pasa volando. Acompáñame, debemos limpiar todo y preparar más cosas.




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