¿ Quién es la Otra?

Capítulo seis

«La ciprofloxacina eliminó la infección en mi cuerpo, pero no hay antibiótico que cure las heridas que dejó nuestra relación rota».

Basilea, Suiza

Margareth

Es fin de semana y, en lugar de estar descansando, estoy frente a la encimera de mi cocina, mirando todo con frustración. Hace una hora me decidí a hacerle un postre a Samuel como agradecimiento por haberme acompañado anoche. No es mucho, pero después de todo lo que hizo por mí, siento que lo menos que puedo hacer es prepararle algo especial. Abro mi laptop en la cocina y busco recetas para personas con diabetes.

—Bizcocho de vainilla sin azúcar —leo en voz alta mientras selecciono la primera opción que parece sencilla.

Me armo con todos los ingredientes y me pongo manos a la obra. La harina se mezcla con la levadura en polvo, los huevos se baten hasta alcanzar una textura suave, y la vainilla impregna el aire con su aroma cálido. Todo parece ir bien hasta que llega el momento de probar la primera mezcla de la masa. Lo hago con esperanza, pero el sabor es… decepcionante. Es insípido, seco, y ni la vainilla logra salvarlo.

Frustrada, lo tiro a la basura y comienzo de nuevo. La siguiente receta es diferente, o al menos eso espero. Esta vez, mezclo la masa con mayor cuidado, midiendo cada ingrediente con precisión. Cuando el bizcocho sale del horno, parece prometedor. Pero al cortarlo, la textura es demasiado densa, y el sabor sigue siendo… pobre. Otro fracaso. Otro bizcocho que termina en la basura.

—Tenía que ser diabético —me quejo.

No sé cuánto tiempo llevo ya, pero el ruido de la basura abriéndose y cerrándose debe ser una prueba de lo perfeccionista que soy. Intento mantener la calma; no obstante, cada intento fallido aumenta mi frustración. Samuel merece algo perfecto, algo que le haga sentir que realmente aprecio lo que hizo por mí. No puedo entregarle algo mediocre.

Finalmente, encuentro una receta que promete ser la indicada. Bizcocho de vainilla, otra vez, pero esta vez con algunos ajustes que podrían marcar la diferencia. Mi cocina parece un campo de batalla, con harina esparcida por todas partes y utensilios acumulados en el fregadero. Sin embargo, no me importa. Estoy decidida a hacerlo bien.

Vuelvo a mezclar los ingredientes, esta vez con más cuidado, y meto el bizcocho en el horno. Mientras se cocina, preparo la mezcla para la torta tres leches sin azúcar: leche evaporada, leche condensada sin azúcar —que por alguna razón tenía— y crema de leche. La mezcla queda suave, cremosa, y cuando pruebo un poco, sonrío satisfecha. Esto podría funcionar.

El aroma del bizcocho llenando la cocina me da un poco de esperanza. Cuando lo saco del horno, la textura es esponjosa, y al cortar un trozo, se desmenuza suavemente. Lo mojo con las tres leches, observando cómo absorbe la mezcla con lentitud, asegurándome de que quede magnífico.

Después de unas horas en el refrigerador, la torta está lista. La decoro con unas fresas en rodajas y un poco de crema sin azúcar, y la miro orgullosa. No es solo un postre, es mi forma de decir «gracias», de mostrar que su apoyo significó mucho para mí. Espero que Samuel lo sienta cuando le entregue esta torta.

Ahora, solo queda esperar el momento adecuado para dárselo. Y llega pronto porque escucho el sonido de su puerta abriéndose y luego cerrándose. Sé que es él porque lo sentí salir temprano. No es como que esté pendiente de él ni nada por el estilo, sino que fue pura casualidad.

Tomo el recipiente, me armo de valor y salgo de casa para llamar a su puerta. Toco el timbre y, a los segundos, abre.

—Hola —saludo.

—Hola.

—Yo… hice algo para ti por haberme acompañado anoche. Es sencillo, pero espero que te guste.

—Te dije que soy diabético.

—Lo sé, lo tuve en cuenta. Es libre de azúcar, prometo que no intento matarte —Eleva una ceja ante mi intento de broma.

Se hace a un lado invitándome a pasar, cosa que no demoro en hacer. Analizo su casa; su distribución es similar a la mía, aunque difiere en la decoración, puesto que, mientras yo tengo cosas rosas regadas por ahí, su hogar está organizado y no hay nada colorido.

Samuel camina hacia la cocina y lo sigo. Dejo el recipiente en la mesa mientras él saca platos y un cuchillo. Me da este último, por lo que distribuyo las porciones. Me hace un gesto para que me siente y él hace lo mismo. Cuando da el primer bocado, espero con paciencia su opinión, pero él da otro y ya no me aguanto.

—¿Qué tal?

—Me gusta, no recuerdo la última vez que probé algo así. Gracias.

—Es lo menos que puedo hacer luego de lo de anoche.

—¿Tienes alguna noticia de ella? —averigua sin parar de comer.

—Mi papá mandó un mensaje. Dijo que le darán el alta y que un psiquiatra irá a verla a casa.

—No quiero ser imprudente, ¿pero no han pensado en internarla?

—Para ser honesta, no. Papá se niega a separarse de ella, al igual que mi hermano.

—Comprendo —dice.

Y eso basta para cerrar el tema. Al terminar de comer, le dejo el recipiente con el resto del postre, me despido de nuevo y salgo rumbo a mi casa. Tan pronto como abro la puerta, mi celular suena anunciando un mensaje entrante; no conozco el remitente.




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