«Su presencia me alivia momentáneamente, como si todo fuera más fácil, pero la verdad sigue ahí, esperando».
Basilea, Suiza
Margareth
Lo primero que siento cuando abro los ojos es un dolor intenso entre mis piernas; lo segundo, un pecho cálido pegado a mi espalda. Hago memoria, pero mi mente está en blanco. ¿Qué ha pasado y por qué no recuerdo nada? Abro los ojos, pero los cierro de inmediato porque la luz es demasiado intensa.
Gimo. Mi cabeza también me está matando. Al girarme, compruebo que el hombre detrás de mí es Conrad; su pecho está descubierto y, por la sensación de la sábana sobre mi piel, tampoco llevo ropa. ¿Qué hice anoche?
Me esfuerzo para que los recuerdos lleguen a mí, de verdad lo intento; sin embargo, nada cambia. Lo último que recuerdo es haber salido a cenar con él, y ahora estoy aquí, confundida y sin ningún recuerdo de mi primera vez. Así no era como esperaba perder la virginidad.
—¿Conrad? —sacudo su pesado cuerpo para que se despierte.
—¿Qué? —gruñe.
—Despierta, ¿qué pasó anoche?
—¿Ah? —pregunta sin salir de su letargo.
Lo sacudo con más fuerza.
—¿Qué pasó anoche?
—Bebimos, bailamos y pasamos la noche juntos —explica.
—No recuerdo nada.
—Bebimos mucho alcohol, no puedo ni pensar.
Se voltea bocabajo mientras yo lucho por recordar lo que ha pasado. Como puedo, me levanto de la cama y voy recogiendo mi ropa tirada en el suelo a medida que salgo de la habitación. Estoy en lo que parece un apartamento. Busco el baño para asearme un poco antes de salir al mundo real.
—¿Pero qué…? —jadeo al ver mi reflejo.
Mi cabello está hecho un nido. Por suerte, todavía conservo mi liga en la muñeca, así que lo recojo. El poco maquillaje que uso está corrido, lo corrijo lavándome el rostro. Sin embargo, hay algo que no puedo arreglar: las marcas que recorren mi cuello y otras partes de mi cuerpo. Parece que me hubieran asaltado y, de alguna manera, se siente así.
Una vez vestida, salgo de aquel sitio, que en efecto resulta ser un conjunto de apartamentos lujosos al otro lado de la ciudad. Rebusco un billete en mi cartera y paro un taxi.
—¿Qué hora es? —inquiero.
—Siete de la mañana.
Cierro los ojos con enojo. Prometí ir a casa a ayudar y he fallado al segundo día. ¿Lo peor? No podré decir la verdad al respecto, no cuando es algo tan vergonzoso como haber pasado la noche con un hombre que no es mi pareja y de la cual no tengo recuerdo alguno.
Llego a casa y casi corro escaleras arriba. Tal vez no haya podido ir con mi familia, pero si me apuro, llegaré a tiempo al trabajo. Cierro la puerta tras de mí, me ducho y me visto con ropa más abrigada de lo normal. Por suerte, esta época del año lo amerita. Oculto mi apariencia demacrada con maquillaje, agarro mi bolso de nuevo y salgo, para toparme de frente con mi vecino.
—Hola —saludo.
—No llegaste a casa anoche —acota.
Siento cómo la sangre se drena de mi rostro. Podría jurar que me he puesto más pálida de lo que ya estaba. Me aclaro la garganta antes de responder:
—Me quedé en casa de mis padres —miento, y se siente mal.
—Ten buen día —gruñe.
—Eh, gracias —respondo con duda.
Él se adentra en su apartamento, mientras yo permanezco unos segundos allí, sin saber qué hacer. Me espabilo y retomo mi camino. Llego a la empresa justo a tiempo, lo mejor que ha pasado en mi mañana. Caroline y yo abrimos en silencio, y asumo que ella intuye que algo me pasa.
—¡Maggie! —grita Joelle detrás de mí—. ¿Me extrañaste?
—Sí, lo hice —contesto con sinceridad.
La exuberante mujer estuvo en un viaje de trabajo. Lo sé porque se quejó de lo mucho que echaría de menos mis preparaciones.
—Dime que tienes algo para mí. Incluso vine una hora antes para que me alimentes.
—No tengo nada, pero puedo hacer algo.
—Me sentaré, toma tu tiempo.
Y lo hace, se sienta en una de las mesas con la atención en su teléfono. Con pasos más suaves de lo normal, me muevo de un lado a otro en la cocina mientras comienzo a hornear. Y por la siguiente hora, es como si nada hubiera pasado; mi mente se centra en la tarea, olvidando por completo el desastre de anoche.
¿Por qué tuve que salir con él? ¿Por qué dejé que eso pasara?
—Maggie, Maggie —Me espabilo ante la voz de mi ayudante—. Ya comenzaron a llegar.
Escucho las voces de las personas afuera, esperando ser atendidas.
—Voy.
Saco la última bandeja de brownies y me ubico en el mostrador. Con fingida alegría, los atiendo uno a uno, aunque por dentro lo único que quiero es irme a casa, acostarme y llorar hasta no poder más.
—Esperé a que se fuera el último para tenerte unos segundos para mí —dice Joelle—. Dame mi adictivo.