¿ Quién es la Otra?

Capítulo catorce

«Al descubrir mi embarazo, intenté equilibrar el caos en mi interior, buscando controlar lo incontrolable, pero nada parecía poner todo en su lugar».

Basilea, Suiza

Margareth

Continúo con la mirada fija en la ventana que da al exterior, observando cómo las gotas de lluvia caen con fuerza en medio de la noche. Estoy a oscuras, y no solo me refiero a la falta de luz en la habitación, sino también a mi vida y lo que se supone que debo hacer ahora. Han pasado unas cuantas horas desde que vino el médico, me dio la noticia y se marchó. La obstetra no ha venido, y dada la hora, dudo que lo haga.

De Samuel no sé nada, pero no me sorprendería que se haya ido. Es decir, yo lo eché.

El impulso de llevarme la mano al vientre es fuerte e incrementa con el paso de los minutos. Ser madre fue un sueño que tuve antes de la muerte de Ren, y ahora que se ha cumplido, se siente incorrecto. Estar embarazada nunca debería sentirse como un error; debería ser una elección.

El sonido de la puerta abriéndose me alerta. Me giro para ver que es una mujer con un aparato que reconozco como el ecógrafo, y detrás de ella, la imponente figura de mi vecino, el cual enciende la luz.

«No se fue», pienso con alivio.

—Buenas noches, Margareth, lamento la demora. Soy la doctora Fuller —se presenta la mujer—. Este amable hombre me dijo que es tu acompañante, ¿quieres que se quede para el control?

Miro a Samuel, cuyos ojos están fijos en los míos. No quiero que se vaya; por mucho que me apene estar en esta situación, quiero que esté a mi lado, apoyándome.

—Sí.

La doctora asiente y prepara el equipo. En silencio, Samuel se acerca a mi lado y pone su mano en mi rodilla. El contacto es suficiente para aliviar parte de la tensión que invade mi cuerpo. Desearía que las circunstancias fueran distintas; ojalá hubiera sido él y no Conrad.

—De acuerdo, comencemos.

Samuel se da la vuelta cuando la médica inserta el aparato en mi vagina para ver con más detalle.

—¿Te duele? —me pregunta él.

—No, solo incomoda —respondo con honestidad.

—Veamos, el feto mide doce centímetros y pesa unos cien gramos aproximadamente. Esto indica que tienes unos cuatro meses de embarazo. Sus órganos se están formando bien, no veo nada fuera de lo normal. —La doctora se gira para mirarme—. Lo normal para este punto es que tu vientre esté más grande, tengas menos náuseas y más energía. Sin embargo, tu cuadro de desnutrición ha hecho que todo sea diferente. Por suerte, ella no se ha visto afectada.

De todo lo que dijo, hay una palabra que resalta en mi mente.

—Sí, estás esperando una niña —confirma.

—Una niña… —repito en voz baja.

—Te quedarás en observación unos días más para asegurarnos de que no se nos ha pasado nada. Te enviaré unos exámenes y partiremos de allí con suplementos.

—Gracias.

—De nada, Margareth —recoge su equipo y Samuel abre la puerta para ella—. Buenas noches.

Después de cerrar la puerta, él regresa a mi lado y se sienta en la silla. Permanecemos en silencio, aunque, por su postura, noto que quiere preguntar. Volteo mi rostro hacia la ventana y me preparo para hablar; no podría soportar ver la decepción en su rostro.

—Salí de fiesta con un hombre que me estaba cortejando —comienzo—. Ese día fue difícil para mí, mi familia... ellos... No fue bonito, y él me ofreció un escape que no dudé en aceptar. Bebí mucho, o al menos eso creo; no recuerdo nada de esa noche, pero desperté en una cama con él.

Pasan los segundos, minutos, y Samuel sigue sin hablar, mientras yo me obligo a no mirarlo.

—¿Estás segura de que bebiste alcohol? ¿No fue algo más?

—¿Algo como qué? —inquiero.

—Alguna droga.

Mi cabeza se gira con tanta rapidez que siento un tirón en el cuello.

—¡No uso drogas! —jadeo.

—No por voluntad. ¿Confías en que él no haya puesto algo en tu bebida?

—Lo conozco poco, pero no lo creo. Es decir, un hombre como él no tendría por qué hacer algo así, ¿no? —Lo último suena más como una pregunta que una afirmación.

—Te sorprenderías de lo que una mala persona es capaz de hacer —Se acomoda mejor en la silla—. ¿Me dirías su nombre?

Lo miro con sospecha. ¿De qué serviría que le dijera el nombre de Conrad? El daño ya está hecho y no hay vuelta atrás.

—No, solo quiero olvidarme de él y de lo que pasó. Sin embargo, eso no va a pasar, y ahora debo armarme de valor para hablar con él.

—Puedes ocultar la verdad —sugiere.

—Es el progenitor, merece saberlo. Si él no quiere tener nada que ver después, es su problema y su decisión, no la mía.

—¿Eso quiere decir que lo tendrás?

Mi mano tiembla mientras la levanto y la dejo caer sobre mi plano vientre. Puede que no haya estado en mis planes, pero ya está aquí, y no tengo el corazón para deshacerme de ella. Ya cargo con el peso de una muerte en mi conciencia; no sobreviviría a otra.




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