A pesar que Julián tenía un carácter más fuerte que su hermano, Esteban era muy cerrado con sus sentimientos, y se negó a hablar de lo que estaba pasando. Ante esta posición, Julián salió de la habitación para saber que lo había puesto de esa manera.
—¿Qué le dijiste a Esteban? –le preguntó a su padre.
—Nada, estábamos discutiendo, y el entendió que uno de ustedes no era nuestro hijo.
—¡Qué emoción! Alégrame el día y dime que no soy tu hijo.
—¡Julián!, –gritó furiosa Teresita–, pídele perdón a tu padre en este instante.
—¡No lo haré!
—¡No pedí tu permiso! Pídele ya perdón a tu padre, no me hagas enojar.
—Perdóname papá, no quise decirte eso.
—Lo sé –dijo Rafael–, ya te he dicho que debes aprender a controlarte.
—Esteban siempre es positivo ante los problemas –dijo Julián–, fue la razón por la que nos peleamos hoy, y ahora está llorando como si le hubieran pegado una paliza.
—Dices que ustedes se pelearon porque nos separamos.
—Sí. No se enojen, pero conozco a mi hermano mejor que nadie, y se niega a decir que le pasa, por lo tanto él de alguna manera se dio cuenta que ustedes nos están mintiendo. ¿Uno de nosotros no es su hijo?
—Ya te dije que los dos son mis hijos –dijo Rafael–, y no estoy mintiendo.
—Entonces, ¿por qué no te cree?
—En realidad fue algo que dije para enojar a tu madre, una mentira.
—¿Qué le dijiste?
—Bueno, que uno de ustedes no es hijo de tu madre.
—Somos gemelos, nacimos el mismo día, no es posible que uno tenga una madre diferente, ¿o sí?
—Yo soy la madre de ustedes, eso no lo pongan en duda –dijo Teresita.
—Pero Esteban no llora así por cualquier cosa.
—Puede ser que sea porque nos vamos a divorciar, habla con él.
El chico se retiró pensativo, su hermano estaba profundamente herido, y la noticia del divorcio no podría afectarlo tanto, lo había demostrado esa mañana. Entró a la habitación y se acercó a su hermano, que lloraba desconsoladamente sobre su almohada.
—Vengo de hablar con nuestros padres, y me dijeron que te pusiste así porque se van a divorciar.
—Déjame en paz –respondió Esteban.
—También me dijeron que es posible que uno de nosotros no es su hijo.
Esteban saltó de su cama enojado, se sentó al lado de su hermano y le dijo:
—Uno de nosotros no es hijo de mamá.
—Eso es absurdo hermano.
—Se lo pregunté a mamá, y me di cuenta que me estaba mintiendo cuando me dijo que era la madre de los dos.
—Me estás diciendo que papá es nuestro papá, pero uno de los dos no es hijo de mamá.
—Exactamente –dijo Julián llorando.
—Eso es una estupidez, no puedes creer eso.
—Te digo que mamá me mintió, sé muy bien cuando lo hace.
—Tenemos la misma edad, estamos en el mismo año de la secundaria y los dos nos parecemos a ellos, tú te ves como papá y yo me parezco a mamá, aunque tú tienes el carácter de la tía Selma, siempre alegre y muy necia.
—Estoy seguro que mamá me mintió.
—Y vas a seguir con eso Esteban, te quiero mucho, pero me estas enojando mucho.
—Es tan difícil que te enojes, fosforito de lujo.
—Sabes que cuando lloras nunca me enfado contigo.
—Lo siento.
—¿Qué puedo hacer para convencerte que estás equivocado?
—Se me ocurre que compremos una prueba de ADN en la farmacia para saber si somos hermanos, medios hermanos, o no somos nada.
—¿En serio quieres hacer eso?
—Sí, estoy seguro que uno de los dos no es hijo de mamá.
Julián giró los ojos, y salió con su hermano a la farmacia. Pasaron al lado de sus padres sin responder a sus preguntas. El gemelo mayor insistió en que la prueba era una tontería, pero Esteban siguió insistiendo. Llegaron a la farmacia, tomaron las muestras de saliva y las enviaron al laboratorio. En siete días les llegaría la respuesta que Esteban tanto quería conocer.