La noche se había vuelto más densa, como si el aire mismo conspirara para sofocar cualquier atisbo de claridad. Damoca seguía de pie junto a la ventana, su figura borrosa por la luz parpadeante de las velas. La tormenta, aunque momentáneamente calmada, dejó un silencio que parecía más inquietante que cualquier rugido de trueno.
"Las preguntas son como cuchillos, ¿no lo crees?" dijo al fin, sin volverse a mirarte. "Al principio, parecen inocuas, simples instrumentos de curiosidad. Pero cuanto más profundo cortan, más difícil es sanar las heridas que dejan. Y tú sigues preguntando. No puedo culparte. Yo también era así, una vez. Hasta que me di cuenta de que hay respuestas que uno nunca debería buscar."
Se giró entonces, sus ojos brillando con un destello que no era humano, ni tampoco divino. Algo más oscuro, más primitivo. "¿Quieres otra historia? Claro que sí. Sé que lo deseas, aunque no lo admitas. Porque en el fondo, todos somos iguales: animales que se alimentan de la miseria ajena, creyendo que así podemos olvidar la nuestra. Pero cuidado. Esta no es una historia que olvidarás fácilmente. Ya te lo advertí, ¿verdad?"
Damoca se sentó de nuevo, inclinándose hacia ti como si compartiera un secreto prohibido. "Había una vez un hombre —vamos a llamarlo así, aunque 'hombre' es un término generoso. Este hombre tenía una habilidad peculiar: podía leer a las personas como si fueran libros abiertos. Sus gestos, sus palabras, incluso su silencio, le hablaban. Le decían quiénes eran, qué deseaban, qué temían. Y, más importante aún, qué los destruiría."
Hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran como un veneno lento.
"Un día, este hombre encontró a una mujer en el parque. No era especial, al menos no a simple vista. Pero había algo en su forma de mirar al vacío, algo en la manera en que sus manos temblaban al sostener un libro que jamás leía, que le dijo todo lo que necesitaba saber. La siguió. No porque quisiera hacerle daño, claro que no. Solo... curiosidad. La misma curiosidad que ahora te consume a ti."
La tormenta retomó su fuerza, como si el cielo mismo se rebelara contra la narración. Pero Damoca continuó, su voz implacable.
"Descubrió que ella vivía sola, en un pequeño apartamento lleno de plantas marchitas. Que trabajaba en un lugar donde nadie recordaba su nombre. Que escribía cartas a un amante muerto hace años, pero nunca las enviaba. Era perfecta. Perfecta porque estaba rota, porque llevaba el peso del mundo sobre sus hombros y aún caminaba. ¿Sabes lo que hizo el hombre?"
Se inclinó más cerca, su voz ahora un susurro. "No la mató. No la tocó siquiera. Solo empezó a dejarle cosas. Pequeñas cosas. Una llave que no abría ninguna puerta. Una fotografía de un lugar donde nunca había estado. Un frasco de perfume que olía a nostalgia y miedo. Cosas que parecían inocentes, pero que la hicieron cuestionar su realidad. ¿Qué tan fácil es, crees, hacer que alguien dude de sí mismo? Que piense que está perdiendo la cordura. Más fácil de lo que imaginas."
"¿Por qué lo hizo?" preguntaste, tus palabras casi ahogadas por el estruendo de la tormenta.
Damoca sonrió, pero no había calidez en esa expresión. "Porque podía. Porque quería ver qué pasaba. Y lo que pasó fue... hermoso, en su propia manera retorcida. La mujer empezó a dejar de salir. Cerró todas las cortinas. Dejó de escribir las cartas. Y luego, un día, simplemente desapareció. Nadie preguntó por ella. Nadie la buscó. Pero el hombre... el hombre sabía que había ganado. Porque no hay victoria más grande que destruir a alguien sin levantar un dedo."
Se recostó en su silla, como si el peso de la historia lo hubiera agotado. "¿Es esto lo peor que he hecho? No. Ni siquiera está cerca. Pero me pregunto... ¿realmente quieres saber? Porque si sigues preguntando, eventualmente, tendrás que enfrentarte a algo que no podrás desoír."
Te miró entonces, y en sus ojos viste algo que te heló hasta los huesos. No era odio. Ni culpa. Ni siquiera placer. Era vacío. El tipo de vacío que devora todo lo que toca.
"Ahora, dime tú. Si pudieras destruir a alguien con una palabra, con un gesto, con una mirada... ¿lo harías? ¿Por qué no? Al final, todo se trata de quién sostiene el cuchillo más afilado. Y ahora... ahora es tu turno de hacer otra pregunta. Pero ten cuidado. Podría ser la última."