¿quién soy?

NO HAY DON

El aire en la habitación se había vuelto insoportable, como si estuviera cargado con un peso invisible, una presión que amenazaba con aplastarte. Damoca permanecía frente a ti, sus ojos fijos, insondables, mientras jugueteaba con una copa vacía, girándola entre sus dedos con una calma que parecía antinatural.

"¿Por qué me cuentas esto? ¿Por qué no me dejas ir?" lograste preguntar, tu voz quebrada, apenas un susurro.

Damoca dejó de girar la copa. Su sonrisa volvió, esa curva fría y carente de humanidad. Pero no respondió. En cambio, inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando los codos en la mesa, como si estuviera a punto de confesarte algo que el mismo universo no debía escuchar.

"Había otra persona, como tú," comenzó, ignorando tu pregunta. "Alguien que también preguntaba demasiado. Alguien que también quería irse. Pero antes de que pudiera escapar, le conté una historia. La última que escuchó. ¿Quieres saber de qué se trataba?"

Tu silencio fue tu respuesta, pero eso no lo detuvo.

"Era un hombre común, uno que pasaba desapercibido en las multitudes. No tenía amigos, pero tampoco enemigos. Su vida era… mediocre, dirían algunos. Una existencia que no dejaba huella. Pero había algo que lo hacía especial, aunque él no lo sabía. Su mente era como un mapa sin explorar, un laberinto lleno de puertas que nunca había abierto. Hasta que yo llegué."

Damoca se detuvo un momento, observando tu reacción. "No me mires así. No lo busqué. Él fue quien vino a mí. Fue quien quiso saber más, entender lo que no debía. Al principio, solo conversábamos, como tú y yo ahora. Pero había algo en su curiosidad que me irritaba. Esa insistencia en encontrar respuestas, como si el conocimiento pudiera salvarlo. Así que decidí mostrarle lo que significaba realmente preguntar."

La tormenta afuera parecía sincronizarse con el ritmo de sus palabras, cada trueno más cercano que el anterior.

"Un día, le dije que había algo especial en él. Algo único. 'Un don', lo llamé. Y como buen curioso, quiso saber qué era. Yo le dije que había una manera de descubrirlo, pero que sería doloroso. Que le arrancaría algo que nunca podría recuperar. ¿Sabes lo que respondió? Que estaba dispuesto a todo. Qué ingenuo."

Damoca se levantó, comenzó a caminar por la habitación con las manos cruzadas detrás de la espalda, su voz ahora resonando como un eco en las paredes.

"Lo llevé a un lugar oscuro, un sótano que olía a humedad y desesperación. Le dije que para liberar su don, tendría que enfrentarse a sí mismo. Le di un cuchillo y lo dejé allí, solo, frente a un espejo. 'Corta lo que no te pertenece', le dije. 'Corta hasta que encuentres la verdad'. ¿Puedes imaginarlo? Un hombre solo, con sus propios pensamientos como única compañía, un cuchillo en la mano y un reflejo que lo miraba con ojos vacíos."

Damoca se detuvo frente a ti, su rostro iluminado por la luz temblorosa de las velas. "Al principio, solo se quedó allí, temblando, preguntándose qué significaban mis palabras. Pero el ser humano tiene un límite. Y cuando el límite se rompe, lo único que queda es el instinto. ¿Sabes qué hizo? Empezó a cortar. Primero su ropa, luego su piel. Quería arrancar todo lo que pensaba que no era suyo. Todo lo que no le hacía sentir auténtico. Y mientras lo hacía, no dejaba de preguntar: '¿Esto es lo que quieres? ¿Esto es suficiente? ¿Puedo irme ahora?'"

Hizo una pausa, su sonrisa ahora un cuchillo que cortaba el aire. "No, no podía irse. Porque la verdad no está al final del cuchillo. No está en las preguntas. Está en aceptar que no existe respuesta alguna."

Tu estómago se revolvió. Querías gritar, levantarte, huir. Pero estabas paralizado, como si las palabras de Damoca fueran cadenas invisibles que te mantenían atado.

"¿Qué pasó con él?" preguntaste, aunque ya sabías que no querías saberlo.

Damoca rio, una risa vacía y hueca. "¿Qué crees que pasó? Al final, no quedó nada de él. Solo un montón de carne rota y un espejo manchado de sangre. ¿Y sabes qué fue lo más curioso? Nunca dejó de sonreír. Ni siquiera al final. Porque entendió. Entendió que nunca hubo un don, que nunca hubo una verdad que descubrir. Todo fue una mentira, y él fue lo suficientemente débil para creerla."

Te miró fijamente entonces, y por primera vez, viste algo en sus ojos que era peor que la locura: el puro disfrute de haberte arrastrado al borde del abismo.

"Y ahora te pregunto yo: ¿sigues queriendo respuestas? Porque cada pregunta tiene un precio. Y el precio siempre es más alto de lo que estás dispuesto a pagar."



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En el texto hay: misterio, asesino serial

Editado: 28.12.2024

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