¿quién soy?

¿QUIEN SOY YO?

Diez años. Diez años desde que el mundo conoció mi nombre, no como un hombre, sino como un monstruo. "El asesino de la familia perfecta", decían los titulares. Mi rostro en cada pantalla, cada periódico, acompañado de palabras como "inhumano", "abominable", y "perdido". Pero nada de eso me importaba. Lo único que resonaba en mi mente era el grito de mi hija, el eco de la puerta del sótano cerrándose, y el silencio frío que siguió después.

Ahora estoy aquí, en Cliffmoor, un hospital psiquiátrico escondido en las entrañas del mundo, donde los desechos de la sociedad somos enviados a morir en la oscuridad. Este lugar no es un hospital; es una tumba en vida. Las paredes están llenas de cicatrices, como si el edificio mismo hubiera intentado huir de todo lo que ha presenciado. Aquí no hay rehabilitación. Solo tormento.

Y en el centro de ese tormento está él, el psicólogo asignado a mi caso: el Dr. Heinrich Volst. No sé si es médico o simplemente un carnicero disfrazado, pero lo que sé es que él no ve pacientes, solo sujetos. Su voz es un bisturí afilado, cortando con precisión en los rincones más oscuros de tu mente. Cuando me habla, no siento que me trate como un humano. Para él, soy un experimento; un laberinto de carne, hueso y traumas que él disfruta desarmar pieza por pieza.

"Damoca," me dice con una sonrisa torcida, usando ese nombre como un veneno que se cuela bajo mi piel. "¿Quién crees que eres hoy? ¿El monstruo, o el hombre que intenta esconderlo?"

No respondo. Nunca respondo. Pero él no necesita mis palabras. Puede verme temblar, respirar más rápido, perderme en los pensamientos que él implanta con cada sesión.

La Sala de las Sombras

Volst tiene una habitación especial en este lugar, una que nadie más pisa excepto él y sus pacientes favoritos. La llama "la Sala de las Sombras", porque la única luz es un foco débil que lanza sombras alargadas y deformadas en las paredes. Allí, me hace sentar frente a un espejo gigante que no refleja solo mi rostro, sino cada crimen, cada grito, cada gota de sangre que nunca podré borrar.

"Cuéntame," dice, sentándose detrás de mí, invisible salvo por su voz. "¿Qué sentiste cuando la piedra cayó? ¿Te liberaste, o fue entonces cuando te encarcelaste a ti mismo?"

Intento cerrar los ojos, pero la imagen sigue ahí, ardiente, viva. Y lo sabe. Heinrich siempre lo sabe.

"Y el sótano," susurra, su voz un hilo de seda envolviendo mi cuello. "¿Lo escuchabas gritar? ¿Qué pensaste cuando el cuchillo perforó su piel? ¿Fueron sus ojos, esos malditos ojos que eran iguales a los tuyos, los que te hicieron detenerte... o continuar?"

Mi cuerpo tiembla, mis uñas se clavan en la silla, pero no puedo escapar. El espejo me tiene atrapado. Y lo peor de todo es que, a veces, el reflejo que veo no es mío. Es de mi hija, mi esposa, mi hijo. Cada uno de ellos aparece, mirándome con odio, con preguntas que nunca podré responder.

Los Otros

Cliffmoor no solo está lleno de psicópatas. Hay algo peor aquí: los pacientes. Personas que, como yo, han sido enviadas a este lugar porque la sociedad no sabe qué hacer con ellas. Algunos se han rendido, encerrados en celdas acolchadas mientras murmuran oraciones a dioses que no escuchan. Pero otros... otros se han convertido en bestias, alimentándose del miedo y el sufrimiento de los demás.

Una noche, me arrastraron a las duchas colectivas. Tres de ellos, hombres corpulentos con sonrisas vacías. No hablaban, pero sus intenciones eran claras. Me golpearon hasta que mis costillas crujieron, hasta que mi piel ardía y mi visión se nublaba. Dejaron mi cuerpo allí, temblando en el agua fría, como un trapo olvidado.

Volst me encontró al día siguiente. No me ofreció ayuda ni mostró compasión. Solo me miró con curiosidad, como si quisiera ver cuánto más podía soportar.

"Interesante," dijo, inclinándose sobre mí mientras yacía en el suelo. "La violencia externa despierta tus demonios internos. Quizás deberíamos explorar eso en nuestra próxima sesión."

El Final de la Cuerda

Las sesiones continuaron, cada vez más intensas, más crueles. Volst comenzó a jugar con mis personalidades, alternando entre dirigirse a Damoca y a... bueno, a mí. Me decía que Damoca era el verdadero yo, que el hombre que creía ser era solo una máscara que había creado para protegerme de la verdad.

"Sabes que no hay dos," dijo un día, mientras colocaba una fotografía de mi esposa frente a mí. "Solo hay uno. Solo hay Damoca. Y todo lo demás... es una mentira."

"¡Cállate!" grité, pero mi voz sonó débil, quebrada.

"¿Cállate?" se burló. "¿Por qué tendría que hacerlo? Eres tú quien se habla a sí mismo, después de todo. Soy solo un eco de lo que ya sabes."

Ese día, algo dentro de mí se rompió. Tal vez fue el último fragmento de cordura que me quedaba.

¿Quién soy yo?

Diez años. Diez años en este abismo. Y ahora, sentado en esta celda oscura, con las marcas de mis propios dientes en los nudillos, miro hacia el espejo roto que Volst dejó como regalo. Me veo en cada fragmento, y no veo nada.

Soy Damoca.
No soy Damoca.
Soy el hombre que mató a su familia.
Soy el hombre que nunca lo haría.

Soy un monstruo. Soy una víctima. Soy ambos, y no soy ninguno.

¿Quién soy yo?

El eco de esa pregunta rebota en las paredes de mi mente, y la única respuesta que recibo es el silencio.



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En el texto hay: misterio, asesino serial

Editado: 31.12.2024

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