¿quién soy?

Capítulo 1

Los relámpagos iluminaban cuerpos en combate. Lyra jadeaba, sus garras hundidas en la tierra húmeda. Kael, ensangrentado, protegía el claro con furia mientras los clanes rebeldes cercaban cada rincón del bosque.

-¡No... aún no! -gimió Lyra, arqueando su espalda-. ¡Olympia... no puede nacer en medio de esto!

-Resiste -murmuró Kael, alzando la vista hacia el cielo-. Ya casi termina. Te juro... que no perderé a ambas.

Pero el rugido de los enemigos se intensificó. Dos lobos rebeldes irrumpieron entre las ramas, y Kael los derribó, no sin recibir una herida profunda en el costado.

-¡Lyra! ¡La raíz sagrada! -gritó Kael-. ¡Aguanta!

Lyra, con sus últimos alientos, se apoyó contra la gran raíz del árbol de los ancestros. Su cuerpo temblaba, pero sus ojos brillaban con una fuerza ancestral.

-Ella... lleva el fuego del linaje... -dijo mientras comenzaba a empujar-. Protégela... aunque tengas que mentir.

Kael sujetó a la cría que emergía con un hilo de vida. Un trueno retumbó al mismo tiempo que Olympia lloró por primera vez.

-¡Lyra, lo lograste! ¡Está viva!

Lyra sonrió. Por primera vez en años, con dulzura.

-¿Sabes, Kael...? Ella... tiene tus ojos.

Y entonces, entre la bruma, apareció Tharia, una loba caída, exiliada por antiguas disputas y pertenecía al clan guerrero. Su pelaje gris estaba marcado por heridas, pero su mirada era limpia. Había seguido los combates para ayudar... aún sabiendo que no era bienvenida.

-Kael... -susurró Tharia-. ¡Dame a la niña! Puedo esconderla. No me buscan... no esperarán que yo proteja a una heredera.

-¿Y si te descubren? -gruñó él.

-Entonces moriré. Pero ella vivirá. Y tú... tú continuarás como si nunca la hubieras tenido.

Kael dudó. Miró a Lyra. Pero Lyra ya no respiraba.

-No... Lyra... ¡No! -rugió, hundiendo el rostro en su cuello-. ¡No te lleves la luna contigo!

Olympia lloró. Tharia extendió las patas.

-Tu tiempo se acaba, Kael.

Kael se acercó. Cubrió a la pequeña con su manto de guerrero, aún tibio de batalla. La miró por última vez.

-Nunca sabrás que fui tu padre. Pero quizás... algún día lo sentirás en tu sangre.

Tharia tomó a Olympia, la ocultó entre su pelaje. Antes de marcharse, giró la cabeza:

-Ser fuerte no es no sentir. Es proteger incluso con el corazón roto.

Kael se quedó junto al cuerpo de Lyra hasta que la luna se ocultó. El bosque guardó silencio. La historia oficial diría que Olympia fue hija de una loba caída. Pero en realidad... nació de la luna y la guerra. Y de un sacrificio que aún arde entre raíces.

Olympia nació entre relámpagos y susurros. Su madre, Lyra, compañera del alfa Kael, había entrado en trabajo de parto durante una emboscada a la manada por clanes rebeldes.

La niña sobrevivió, pero la historia fue ocultada. Para protegerla. Kael urdió un relato falso: que la pequeña era hija de una loba caída, sin familia ni linaje. La entregó al cuidado de una loba anciana del clan guerrero, sin revelar jamás su identidad como alfa. Ni siquiera a ella.

Olympia creció en silencio. Su infancia fue dura, forjada en batallas, entrenamientos y castigos. La loba anciana que la crió, Tharia, era severa, sin palabras dulces ni cuentos nocturnos. Las demás crías la evitaban; su presencia imponía respeto... y miedo.

Olympia nunca lloró en público. Sabía que mostrar debilidad era peligroso. Luchaba por ser reconocida, pero nadie parecía verla realmente. Los rumores sobre su origen eran vagos: "una loba caída la trajo", "no tiene sangre de líder", "es solo una guerrera más".

Su frialdad como escudo
Con el tiempo, desarrolló una coraza. Era cortante, indiferente, mordía con palabras. No permitía que nadie se acercara. Porque cada intento de afecto fallido, cada mirada esquiva, reforzaba la idea de que no pertenecía.

Y aún así... a veces, en lo más profundo de la noche, escuchaba el canto de los alfas bajo la luna, y un vacío extraño la invadía. Sentía que algo le faltaba. Un abrazo. Un nombre verdadero.

Lo más doloroso fue cuando, en una ceremonia ritual, vio al alfa Kael alzar a un nuevo cachorro como heredero. Él la miró. Solo por un instante. Con algo que parecía... tristeza. Pero ella lo interpretó como desprecio. Como confirmación de que jamás sería más que una sombra.

Fue entonces cuando juró nunca depender de nadie. Ser la mejor. Ser fuerte. Aunque por dentro... la loba perdida lloraba por un padre que nunca conoció.

Las brumas del pasado todavía se aferraban al linaje de los alfas. Las crías nuevas escuchaban leyendas antiguas, pero nadie hablaba de Olympia más allá de sus proezas guerreras. Para muchos, era solo una fuerza silenciosa. Para Kael... era una sombra de algo perdido.

A los 19 años, su cuerpo era marcado por batallas, pero su alma llevaba heridas invisibles. Su entrenamiento era impecable. Cada golpe que lanzaba en combate tenía precisión... pero también furia contenida. Nadie sabía por qué, ni ella misma.

Dormía poco. Sus noches eran de patrullas voluntarias en los límites del territorio. Jamás celebraba las victorias. Las recibía con un rostro inexpresivo. Su único rito era sentarse cada amanecer bajo el Árbol de los Ancestros, como si esperara que le hablara.

Los demás lobos decían que era devota a la tierra. Algunos incluso creían que escuchaba voces. Pero la verdad era más silenciosa: buscaba respuestas a preguntas que ni siquiera sabía formular.

En los años recientes, Kael había endurecido su carácter. Aunque aún era respetado como líder, sus ojos estaban cansados. Cada ceremonia lo alejaba más de la manada. Cuando Olympia recibía méritos, él se ausentaba.

-¿Por qué el alfa nunca me llama por mi nombre? -preguntó una vez Olympia frente al fuego ritual.

Tharia, más quebrada con los años, murmuró:

-Quizá porque teme que al nombrarte... la luna exija cuentas.

Kael, en su cabaña privada, conservaba un fragmento del manto con el que cubrió a Olympia aquella noche olvidada. Lo observaba en las noches más oscuras, como si aún buscara el perdón de Lyra entre sus hilos.




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