Logan había oído hablar mucho sobre Fort Woodwall, por los comentarios de aquellos que viajaron alguna vez a ese lugar, sabía que era una ciudad de gran crecimiento ubicada al sureste de Spokane, de altos edificios, con todos los servicios modernos combinados con la estética ecológica que estaba de moda, y con más de doscientos osos que, según las historias, fueron los que construyeron la ciudad desde el principio.
El clan Black Claws tenía a Ashton Grimes como alfa, un enorme tipo de mal carácter que tenía una tensa relación con Derek, pero de eso no sabía mucho.
Y mientras iba en la parte trasera de la camioneta de Alexei, con el viendo cálido golpeando contra su rostro y la sombra de los árboles dándole cobijo del calor que seguía el ritmo del atardecer, pensó en lo idiota que había sido cuando estuvo a solas con Emmy.
—¿Por qué esa cara de sufrido, Logan?
Seth se estiró en medio de un bostezo y luego lo miró de reojo, sabía por su expresión, que tenía que hablarle, pues el rastreador no era muy fácil de disuadir.
Pero al menos, podía intentarlo.
—Estoy un poco cansado.
Al lobo en su interior no le agradaba ocultarle cosas a uno de sus amigos, ellos crecieron juntos, casi a la par, enfrentaron incontables turnos de vigilancia, y cuando Derek los dividió en dos puestos jerárquicos diferentes, no dejaron de hablar todos los días.
—Quieres a la chica, ¿cierto?
Hasta ahí llegó su intento por ocultarlo todo, pero ante su perspicaz compañero de clan Logan estaba indefenso, Seth Meyer no solo era un hábil rastreador, también tenía la habilidad empática en su interior, no tan desarrollada y sensible como la suya, pero estaba activa y funcionando.
Mentir ahora no era una opción.
Pero el orgullo no le permitía admitir que sentía algo por Emmy, un leopardo, una gata cuyas palabras le rechazaron dos horas atrás. Dolieron, como una llamarada ardiendo en el centro de su cuerpo, impactando contra su corazón con fuerza. Llegó a entender que Emerald le afectaba como ninguna otra mujer que hubiera conocido en su vida.
—Sí —murmuró, harto del nudo en su garganta y la rabia en su interior.
Seth emitió un corto y sonoro silbido, Logan evitó su sonrisa burlona, podría provocar un puñetazo y no quería dañar a su amigo.
—Ya sabía yo que no escogerías algo sencillo.
—No fastidies.
Seth rió.
—Si Arif o Jessie estuvieran en mi lugar lo más probable sería que te den un par de golpes para acomodar tus ideas.
—Oye ya basta, ¿de acuerdo? No estoy para bromas.
El rastreador se encogió de hombros.
—Lo sé, estás tenso y triste, ya puedo adivinar la razón. Emmy te rechazó.
Seth se puso serio, Logan continuó observando como cada árbol a ambos lados de la carretera se alejaba de él.
—No funcionaría de todas formas —admitió al borde de rendirse.
—¿Por qué no?
—Es complicado...
—Todas las mujeres lo son. Pero ella parece ser buena persona, además es muy bonita.
Seth no entendía que había más dentro de Emmy, cicatrices de huellas y heridas a las que no le permitía llegar, su belleza externa era solo un marco en el que ocultaba detrás la razón por la que se alejaba del afecto.
—Ella es un felino.
—A mí no me engañas con eso, puedo sentir a tu lobo inquieto bajo tu piel, reacciona a ella de una forma que solo un tonto podría ignorar. La reconoce.
No, eso debía ser simple apego, o quizá un poco de atracción física, una estela de sentimiento afectivo por una mujer fuerte, agresiva y dominante.
Con su mirada en el pavimento alejándose a la distancia, el movimiento de la camioneta en su avance monótono y el cielo perdiendo lentamente su color azul siendo reemplazado por los cálidos colores del atardecer, Logan indagó en su mente, en esa presencia que le había acompañado desde que tuvo consciencia de sí mismo, el lobo que era su compañero de vida. Lo que encontró fue el instinto primario que lo tenía inquieto, la mente animal tentada a luchar contra la humana por el control de sus movimientos, solo para buscarla porque necesitaba de ella. Y eso significaba una cosa, el lobo la había elegido, y cuando hacía eso no había marcha atrás ni forma de disuadirlo.
Logan apretó sus mandíbulas hasta que la presión hizo sonar sus dientes. Era injusto que hiciera eso, unirlo a una mujer que decía no querer atarse a nadie por miedo a perder su libertad. Tan absurdo...
—¿Y qué si lo hizo? Soy dueño de mi propio cuerpo, del mi lobo, puedo vivir solo el resto de mi vida.
Seth suspiró de forma triste, flexionó sus piernas y las rodeó con sus brazos, fijó su vista en el paisaje.
—Eso es muy deprimente, incluso para un lobo delta independiente como tú, ¿por qué escoger la soledad antes de siquiera intentarlo?
—Lo intenté.
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Editado: 24.01.2019