William
— ¿otra persona, amo? —le pregunté ocultando mi asombro o más bien la decepción, él estaba sentado frente a la ventana, con la mirada fija al infinito bosque detrás del palacio.
—Sí, quiero otra, date prisa—me respondió con arrogancia, se limitó solo a acercarme la copa a ciegas para que yo siguiera alimentando su obsesión.
—Me temo que ya no queda ninguna persona joven por estas tierras.
—Me temo que entonces buscaras por otro lado— fue lo último que me dijo antes de que me retirara a continuar con mis deberes como el "cazador del lobo", era un apodo estúpido, pero me sentaba de maravilla para la mayoría de las tareas que mi necio amo me encomendaba, buscarles vírgenes o bellos en general.
Cuando imaginé mi futuro no pensé que esto dedicaría mis domingos, por lo menos antes eran más fáciles, ellos llegaban solos esperando que él los desposara y luego de ver la triste realidad y que los rumores corrieran, la cacería se hizo más complicada.
Así monte mi caballo, amarre mi cabello y deje la cena lista, salí lejos, donde no se me conociera por mi mala reputación esperando encontrar algo que me sirviera.
Lileam
Un día soleado, sin diferencia alguna con otro día, más que ese había un carnaval, Gabrielle aprovechaba esas festividades para usar ropas provocativas y bailar para los turistas aprovechándose de mi para que le toque la música, mientras le aplaudían y se hipnotizaban con sus caderas.
El confeti, el sudor en el aire, los rayos del sol y su piel resplandeciente a juego de una sonrisa encantadora nos daban de comer. No faltaba mucho para que este día acábese y volviéramos a marcar la línea clara que nos dividía de la gente común. Entre tanto uno de los carruajes que salían en fila uno detrás del otro de la ciudad dejo caer un baúl, el cual Gabrielle con sus ojos de halcón alcanzó a ver y se abalanzó sobre él junto a un niño que se nos había pegado como plaga hacia unos meses y quien nos ayudaba en la recolecta de dinero en lo que Gabrielle distraía la gente.
Entre los tres llevamos el baúl a un callejón —Gabrielle, no, podría ser peligroso—le reclamé mientras me obligaba a hacer de guardia.
— ¿qué nos podría pasar? —preguntó poniendo sus ojos en blanco.
— Que justo tuvieras que decir eso— Abrimos el baúl y tomamos lo que contenía escuchando los bruscos pasos de los guardias que notaron lo que pasaba.
— ¡Ladronas, repulsivas ladronzuelas! Ahora verán lo que se le hacen a los delincuentes como ustedes—gritaron desesperados esperando atraparnos, pero corrimos conociendo cada tajo, cada muro, cada esquina casi de memoria, no era la primera vez que lo hacíamos y posiblemente no sería la última, nos adentramos entre un laberinto de callejones por donde solo andaban los nuestros y los que se perdían para nunca salir, pero esa vez fuimos descuidadas.
Estaban ya hartos de nosotras pues Gabrielle era descarada y atrevida no le importaba meterse en problemas en territorios que sobrepasaban nuestros límites, corriendo terminamos con ellos delante, tomaron de nuestras muñecas con un tosco agarre y las estrellaron contra el piso, haciéndonos caer de rodillas, sentí el ardor del piso y de mi piel que se rajaba, picaba, y apreté los ojos esperando el cruel impacto del machete desde que este tintineo en el aire.
Gabrielle reaccionó lo suficientemente rápido para atinarle una patada en la rodilla a uno de los hombres con una fuerza impropia de una chiquilla, dándonos la oportunidad perfecta para salir corriendo.
Me tomó de la mano y comenzó a correr conmigo siguiéndole el paso ya no podíamos ocultarnos en los barrios bajos, esta vez teníamos que ir más lejos, por lo menos pasar desapercibidas hasta que las aguas se calmasen, así que nos subimos las capas y corrimos al bosque donde ellos no nos perseguirían, corrimos, corrimos y corrimos —Vamos, levántate, estamos todavía muy cerca—le dije de rodillas esperando a que actuase, pero en cuanto deslice la mirada por todo su cuerpo buscando algo que anduviera mal también vi su tobillo enrojecido e hinchado ¿Cuándo tiempo había estado corriendo así? —Apóyate en mí—le dije y seguimos huyendo hasta encontrar a alguien que nos llevara más lejos.
Gabrielle
No sé si fue cosa del destino o una pura coincidencia que ese fornido caballero nos encontrara en esa situación, al verlo solitario quite mi capa y había exagerado el dolor, para que este nos sacara de allí lo más pronto posible o por lo menos nos dejara bien adentro en el bosque donde la rabia de los guardias no nos alcanzara.
Él nos montó en el caballo y duramos en llegar larguísimas horas a pie ¿Quién andaba hoy en estos días en caballo? Hubiera sido mucho mejor un carro, pero esto era el bosque, no la carretera, así que después de todo tenía más sentido de lo que quería admitir—puede dejarnos aquí—le dije para saber si realmente era alguien de quien nos podríamos aprovechar.
—no, está bien, las necesito para algo—su voz era tan gélida e inmutable, parecía más un robot que una persona, pero no me gusto su respuesta y le envié una mirada a Lileam, había que escapar desde que las cosas se pusieran raras.
Llegamos al atardecer a un lugar que nunca habíamos visto, lo que era muy común en personas como nosotras, era una mansión extraña, demasiado grande para estar en el medio de la nada, la estructura muy antigua y un carro muy moderno en el frente, nada de eso me daba buena espina ¿quién viviría aquí? Lileam fue callada todo el camino, algo muy propio de ella, sabía que se estaba cagando de miedo y hasta yo por tanto misterio con el hombre que nos llevaba a quien sabe dónde.
La casa tenía un jardín bestialmente enorme, una fuente que servía como indicador de retorno para los autos que fueran solo a dejar a alguien. El entregó su caballo a un empleado mientras otros solo nos abrían paso por el portal, era un poco extraño que nadie hiciera cara de asombro por cómo íbamos vestidas o a lo que posiblemente olíamos, que no era muy agradable.