Quiéreme

Escena 10

 

 

William

Si todo esto seguía así no podría dormirme temprano, y por consiguiente limpiar temprano, pero obviamente era un evento organizado por Elliot, era mas que obvio que mañana estaría recogiendo más que basura. Caminé por el cuarto y miré por la ventana ¿era esa Gabrielle? Si era ella, montada encima de un chico.

Lo ignoré y volví a mi cama, pero algo no estaba bien, nuevamente lo ignore el tiempo que pude y luego regresé  a la ventana ya que por alguna razón no podía dejar de ver todo lo que ella hacía, lo besó suculentamente, y se pararon de allí ella bajándose el pequeño vestido que tenía puesto ¿Quién era él? entonces se acercaron más a la piscina y lo reconocí.  

Tomé la primera camisa que vi en el ropero y me la puse, mientras bajaba desapercibido entre la fiesta, fui directo al área de la piscina haciéndome la vista gorda de todo el desastre que sería la casa por la mañana, entonces anoté en mis notas mentales que necesitaría una brigada mañana.

¿Dónde estaban? Busqué por un largo rato toda la gente que podrían ser ellos y nos los veía, fui donde los vi por primera vez y  los encontré, a Gabrielle y a Nick besuqueándose como si estuvieran solos en un cuarto o en un antro de mala muerte, no evité sentirme molesto. Él y sus amigos se la pasaban de brazo en brazo como si fuera una de las zorritas con las que siempre andaban. Ella estaba ebria muy ebria, algo impropio de ella, pero que tampoco me causaba mucha sorpresa.

Era claro lo poco que le importaba que él la estuviera tocando por todos lados en pleno aire libre, se besaban una y otra vez, se reían y era asqueroso, apresuré el paso, pues ya le había desabrochado lo poco que cubría aquel pedazo de tela al que llamaba vestido—Suéltala—dije esperando no tener que repetirlo, los amigos de él se pusieron en alerta, algo propio de los niños jugando a ser adultos. Nick volvió la cabeza y pude mirarla, estaba hecha todo un desastre.

— ¿no ves que estoy ocupado? —me respondió volviendo a poner sus toxicas manos sobre ella quien lo recibió sin protestar.

—suéltala no lo repetiré otra vez—dije con la paciencia alterada.

— ¿O qué? Sirvientita— ¿Por qué? ¿Por qué la gente osa a retarme? Hablé tranquilamente y aun así ¿será que no se quieren? No deberían jugar con mi paciencia., apenas él empezó a reír un poco cuando me avente a él enterrándole el puño en el rostro dejándolo tirando en suelo

— ¿Qué has hecho? ¿Te has vuelto loco? —Dijo ella intentando socorrerlo— ¿Quién eres? Maldita bestia—puse los ojos en blanco y la paré de allí

—solo tu estas actuando como una loca—la apreté con fuerza para que dejara de forcejear.

—No, no iré contigo. No quiero hablarte, no quiero verte, no quiero escucharte—decía mientras me seguía haciendo fuerza para que la dejara— ¡déjame! —me gritó.

—Solo cállate—me detuve y la cargue en mi hombro, donde solo se quedó pataleando.

 

 

Lileam

Busqué a Elliot con la mirada y estaba justo donde lo había dejado, petrificado por la impotencia, casi corrí hacia hasta él sin ganas de mirar dolor—tranquila—me dijo, pero esas palabras se las decía para sí mismo, esta vez yo tomé la iniciativa y lo abracé poniéndome su cabeza en mi hombro, él me abrazó de regreso hasta que lo besé disimuladamente en la mejilla y lo saqué de allí.

Me quité las molestas zapatillas volviendo a mi estatura normal, Elliot me cargó en su espalda—vamos, quiero llevarte a un lugar— salimos de la casa, atravesamos el área de la piscina donde alcancé a ver a Gabrielle bailando como tiempos atrás y con lo que podía pasar, no quiera ver, entonces aparte la mirada y me concentré en la persona que me cargaba,  Elliot, olía maravillo y no podía decir lo mismo de mí, me hundí en su cuello y apreté el agarre.

—Lo siento—le dije pegada a su cuello.

—No—dijo fríamente, rayos él estaba molesto, quise alejarme un poco de él—yo lo siento por no haberlo matado antes—en vez de flojearme lo apreté besándolo una vez más. Cuando vine a fijarme en el camino de nuevo, estábamos muy lejos de la casa, todo era puro y profundo bosque, el cielo estaba solo cubierto por los altos árboles y la brisa era fría y olorosa a acre.

— ¿Dónde estamos? —Le pregunté poniendo los pies sobre las hojas secas— ¿esto también es tuyo? —el tomó mi mano y me encaminó dentro de la estructura vieja.

—Si—dijo tomándome de la otra mano y pegándome contra él, recosté mi cabeza de su pecho—ahora está destruido y descuidado—hizo una pausa—como todo donde solía estar Amelia.




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