Él se encontraba entrenando con el saco de boxeo que tenía delante de sí al mismo tiempo en que se disponía a pensar en su almuerzo.
Era tanta su manía en aumentar mejorar su físico que se le pasó el hambre.
Aquel joven adulto detuvo su entrenamiento, puesto que, su cuerpo comenzó a darle fuertes señales de que necesitaba comer (mínimo una barrita energética).
Solo llevando su cuerpo al límite cedía a los placeres básicos de la vida: comer, dormir y beber agua.
En algún momento debía detenerse o, cosas terribles podrían sucederle y la peor sería ingresar al hospital.
Lo bueno fue que se percató de lo ocurrido.
Había decidido parar por su bien.
Su cuerpo se lo recompensaría.
Cuando llegó el momento de salir del cuarto de entrenamiento, la sirena del cuartel sonó con intensidad.
Sin embargo, a él no le tocaba responder, su deber era alimentarse y limpiarse.
Uno de sus compañeros lo vio.
Inició una conversación con el muchacho: —En serio, tienes una mala costumbre, Célefes. Hasta el señor Frúk está preocupado por tu comportamiento con respecto a tu salud personal… ¿sucede algo?
—Amm… No —titubeó el entrevistado—. Bueno, cabría la posibilidad de que me estoy esforzando demasiado con tal de recibir el puesto de Líder Catastrófico.
Su compañero cruzó sus brazos.
Su colega respondió: —Para serlo, no debes pasarte del 80% de tu capacidad de ejercicio. Además, ese puesto no requiere de buena musculatura, lo importante es qué tan persuasivo seas, de un excelente liderazgo y una escucha activa-pasiva.
—Debo imponerme —debatió el maniaco—. ¿Acaso quieres que me dejen a un lado por el hecho de no ser fuerte desde mi exterior?
El segundo hombre joven contestó: —Bien. Sino quieres mi consejo, está bien. Pero no creas que el físico es la cualidad que hace imponentes a los astrales. Lo que los hace poderosos en ese sentido es la confianza en sí mismos y ese es tu punto bajo.
Después ese individuo desapareció, dejando a su receptor con una duda nueva rodándole la cabeza.
El hambre aumentó.
No sabía qué quería comer, pero estaba seguro de que debía ser una comida exquisita, casi del calibre del de su madre (sería complicado superarlo).
Salió del trabajo sin despedirse.
«¿Hitro tendrá razón? ¿estoy lastimándome con esa manía que tengo?», analizó el sujeto de ojos castaños durante su caminar, «…Cuando era pequeño jamás tuve que mostrarme con fuerza física para poder ser líder. Tal vez él está en lo correcto, tengo miedo».
Mantuvo aquel análisis mientras caminaba hasta que vio a una hermosa joven adulta de cabello oscuro y ondulado.
En ese instante, él se quedó mirándola.
La bella dama estaba tomando capturas a una familia que se encontraba posando para una sesión.
Ella tenía mucha determinación con su trabajo y eso reflejaba profesionalismo y compromiso en su oficio.
El joven creyó podría pasar más minutos observándola, pero su estómago rugió.
Inmediatamente, sacudió vagamente su cabeza para entrar al restaurante que estaba a su izquierda.
Al sentarse en la silla, él solo recordó a la mujer más bella que había visto en toda su vida, incluso podría afirmar era más preciosa que el taser que traía consigo.
Debía recordar que en algún momento un mesero se le acercaría a tomarle el pedido…
Oh, un segundo.
Ese trabajador, ¡ya estaba delante de él y esperaba a que el cliente le respondiese su pregunta!
Con un poco de miedo, el mesero repitió: —Disculpe, ¿qué va a ordenar? ¿Tiene alguna idea de lo que le gustaría comer o hago sugerencias?
—Sorpréndame —dijo el cliente a la vez que entregaba el menú—. Lo que sea es bueno.
El mesero tomó la carta, asintió y se retiró.
Él no dejaba de estar sorprendido, nunca antes lo había ignorado tanto.
La actitud del joven Catastrófico con los demás continuó siendo la misma.
Tardaba como cinco minutos en estar consciente de que lo estaban hablando.
La situación más incómoda a la que se expuso fue parpadear, ver que la muchacha de cabellera oscura desapareció, buscarla a través de la ventana e ignorar que una mujer intentaba mantener una conversación con él.
Cuando volteó hacia el frente, la astral que tenía ante sus ojos era la Captadora que había observado.
Él se quedó estático, con las manos sudándole y la sensación de que no podría responder a la pregunta de la diosa parada al frente de él.
Con una leve sacudida pudo relajarse.
Se disculpó.
Separó sus labios y comentó: —Una disculpa, señorita. ¿Me podría repetir lo que me ha estado preguntando? Creo que me quedé atónito con una astral.