¿quieres ser mi ex?

Sabores particulares

Los dos se encontraban saliendo de un día cualquiera en secundaria justo cuando el Sol comenzaba a golpear el exterior con varios rayos de luz que no tenían un destino en concreto.

Ninguno tenía ganas de regresar porque los maestros los habían atosigado con dos trabajos por asignatura (eso era mucho para ellos).

Mientras caminaban y evadían el pensamiento de no volver allí escuchaban los chismes de los alumnos. Los más repetidos eran: «A Jorge le gusta Marlene», y, «Marlene no puede aceptarlo».

Parecía que a ambos les daba igual debido a que el afecto mutuo solo era “amistoso” o eso aparentaba.

Ellos eran felices.

¿Qué más podrían estar pensando?

Eran preadolescentes.

Lo que estarían buscando sería amigos.

¿Por qué novia o novio?.

Eso no era adecuado para sus edades.

Todo parecía un juego en esa etapa.

Eso no era interesante para los amigos.

Ambos marchaban al ritmo de sus respiraciones sin pensar que uno de ellos estaba mintiéndole al otro.

Todo era con respecto a los sentimientos de…, aunque tal vez era confusión lo que sentía.

Sí, debía ser eso.

¿Por qué estaría pensando en ello?

Lo más importante eran los estudios.

Llegó el momento de regresar a los caminantes.

Ellos se hallaban en la acción que habían empezado hacía varios minutos.

De repente, la chica dejó de caminar para hablar con su amigo: —Tengo ganas de un helado. ¿Me acompañarías a comprar uno? No sería buena idea que yo fuera sola. Es peligroso.

La mirada de la niña evocaba miedo, ruego y ganas de continuar en compañía de su compañero de salón.

Así mismo, sus movimientos confirmaban que le urgía una respuesta de su receptor.

Él tomó aire para responder: —Sí. Vamos, Marly. Debemos apresurarnos. Puede que tu favorito se agote antes de haber llegado hasta el puesto.

La versión preadolescente de Marlene brincó.

Sonrió.

Tomó de la mano a su amigo y corrió a su lado para ver si alcanzaban comprar uno.

Cuando llegaron al carrito del heladero, la jovencita hizo su pedido: —Quiero un helado sabor fresa con limón. Ah, y para él uno de mango.

Lo siento, señorita —se disculpó el vendedor—. No tengo de esos sabores. Son muy… particulares. Los sabores que me quedan son choco menta y vainilla.

El niño habló: —Denos dos de choco menta.

«Pedí fresa con limón», se enfadó Mar, «¿cómo es que no tiene ese sabor? Mis padres me lo compran cada vez que salimos a pasear… ¿Será que ellos siempre lo llevan consigo y luego me lo dan?»

Su amigo se percató de lo que le pasaba.

Le dio el helado.

Ella agradeció antes de pagar y comer el postre.

Jorge encontró dónde podrían sentarse y los guio hasta ese espacio.

Durante ese proceso, él no quitó los ojos de encima de la joven astral.

Él quiso iniciar una conversación.

Ella ignoró su gesto porque estaba analizando si realmente el helado que amaba era común.

Mientras la observaba aferrarse a su postre, él le dijo que debía comerse el helado antes de que se derritiese por el calor.

Ella no le hizo caso y así seguiría si seguía presionándola para platicar.

«¿Qué puedo hacer para sacarte una sonrisa?», pensó el chico en lo que comía su helado, «Lo tengo».

Su mente se había iluminado porque ya sabía qué hacer para animarla: mancharle su nariz.

Al ejecutar el plan a la perfección, ella le devolvió el gesto y le embarró un poco de su helado en su nariz.

Cuando ambos estaban sucios, rieron previo a terminar de comer los postres que tenían entre sus manos.

«Lo logré. He hecho que mi Marly sonría», se felicitó Jorge, «… Vaya, se ve muy tierna».

El rubor de sus mejillas se acrecentó, la estudiante le besó una mejilla.

—Eres un buen amigo, Céli —confesó ella—. La niña que gane tu corazón, ganará un ángel.

Él no podía creer en lo que ella dijo.

No dudó en responderle: —Lo dices así porque eres mi amiga. No creo que llegue ser el ángel de alguien.

—Creo que sí —debatió ella—. Creo que ya lo eres, pero no te has dado cuenta. Tal vez ni ella lo sepa.




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