Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 2

-Eres una completa pardilla.
Levanté la cabeza de mi cuaderno donde llevaba la última hora dibujando garabatos, todo
para matar el tiempo. Dejé el bolígrafo a la par que mi amiga Erika, la única que tenía, se sentaba en
la silla frente a mí. Depositó el café con leche y la napolitana de crema que se acababa de comprar
en el mostrador de la cafetería.
-Dime que por lo menos ha merecido la pena- añadió poniendo el bolso sobre la silla. Miré
su rostro, después el dulce. Mi silencio le dio la respuesta. -Patético, Alaia- repuso.
-¿Podrías decir algo más agradable?
-Soy tu amiga, mi trabajo no es regalarte los oídos.
Hice un mohín, porque en realidad y aunque no lo aceptara, tenía razón.
-Llevas detrás de él ocho años, o te lanzas o paras- dijo antes de dar un trago a su bebida.
-Ya me lancé, ¿te acuerdas?
Erika entornó los ojos.
Hace un mes Colin Green y yo nos besamos en una fiesta.
Ese día fue el más feliz de mi vida, recuerdo que me dolieron las mejillas de tanto sonreír, el
corazón jamás me había latido tan rápido y tan fuerte. Me fui a casa soñando despierta en lo que
esto podía suponer, en que después de tanto tiempo él por fin me había mirado de esa forma. Me
permití imaginar como sería ir cogida de su mano por la calle, como sería sentir sus labios y sus
caricias una y otra vez. Era el comienzo de mi cuento.
Hasta ese día, Colin Green solo me había saludado con pequeños movimientos de cabeza, y
rara vez mantuvimos una conversación. Para ser sincera, el máximo de palabras que habíamos
intercambiado no llegaban a las diez. Pero hace un mes, en la última fiesta del verano, se obró el
milagro por el que tanto tiempo llevaba pidiendo.
-Y no ha servido para nada- puntualizó mi amiga.
-Sí que ha servido- repliqué.
Erika dejó la taza y alargó sus manos para coger las mías. A veces sus verdades dolían, sobre
todo porque eran directas y claras, sin ningún tipo de filtro. Aunque sabía que su intención no era
hacerme daño, muchas veces se sentían como puñales. Sin embargo no podía enfadarme con ella,
no cuando me cuidaba y me quería, no cuando era mi mayor apoyo.
Miré sus ojos verdes, tan claros que a veces parecían los de un felino resaltados bajo toda
esa pintura negra. Había toneladas de amor en ellos.
-Mira, llevas un mes esperando a que Colin te diga algo, un mes de incertidumbre, de
mirarle desde lejos por miedo a dirigirle la palabra. Si sigues por este camino vas a terminar muy
mal parada, amiga- habló con más dulzura de la que esperaba.

Me dolió reconocer que tenía razón, me dolió que después de ese beso que tanto significó
para mí diera la sensación de que él ni siquiera se acordaba de que ocurrió. Iba tan borracho que no
me sorprendería, pero me había negado esa posibilidad una y otra vez y me había aferrado a una
esperanza que puede que no existiera.
Porque desde ese día, Colin Green ni siquiera había vuelto a mirarme.
Dejé caer los hombros.
-No quiero verte persiguiendo a un tío que te ignora por el resto de tus días- volvió a insistir.
-Lo sé, es solo que por fin parecía que había una posibilidad.
-Pero tiene pinta de que él no lo recuerda-. Una vez más, la cruel realidad. -Deberías
comenzar a barajar la posibilidad de dejarle ir- me aconsejó.
-¿Cómo me olvido de alguien de quien llevo enamorada ocho años?
-Con mucha fuerza de voluntad.
Me sonrió con ternura, tristeza y compasión. Cerré los ojos, no quería aceptarlo, no quería
soltarle. Erika apartó sus manos de las mías.
-Vámonos- dijo más alto, dando un largo trago al café y llevándose el último pedazo de
napolitana a la boca.
-¿A dónde?- pregunté viendo que se levantaba de la silla.
-A tomarnos el día libre.
-Tenemos clase en media hora.
-Es el primer día, no vamos a hacer nada.
-Pero...
No me dio tiempo a terminar de hablar, Erika ya estaba guardando mis cosas.
-Estás triste, así que vamos a comprar ropa, después comeremos una buena hamburguesa,
iremos a tu habitación a echarnos la siesta y luego veremos películas de ciencia ficción hasta que
nos duelan los ojos- sentenció.
Ya había terminado de recoger todo y me miraba desde lo alto, esperando que me moviera.
Dejé escapar una risa.

-Eres una mala influencia- comenté.
-Lo sé, mueve el culo- exigió, riendo también.
Tal y como había dicho mi amiga, hicimos todas esas cosas, en ese orden.
Cuando llegamos a la residencia íbamos cargadas con muchas bolsas, algunas de ropa, otras
de cosméticos, unos cuantos libros y el último videojuego que mi amiga llevaba queriendo durante
todo el verano. Al entrar nos dejamos caer sobre mi enorme cama, ambas sintiendo la tripa pesada.
Habíamos comido hasta reventar, pero no nos pareció suficiente así que también tomamos tarta de
postre. Durante todo el tiempo que estuvimos en el restaurante traté de evitar mirar a las personas de
mi alrededor, intenté no cruzar mis ojos con los suyos porque sabía que todos me juzgaban por
comer comida rápida siendo gorda.
Llevaba toda la vida luchando contra eso, pero jamás me acostumbraría.
Me había despertado hacía quince minutos, cuando el sol comenzaba a ponerse por el
horizonte. Estaba desorientada, aturdida, pero el dolor de estómago había desaparecido. Me resigné
a ver la puesta de sol desde mi ventana, sabiendo que esta noche no sería capaz de dormir, no solo
por la siesta de tres horas que acababa de tener, si no por la conversación con Erika sobre Colin
Green. Lo más sensato era dejar que lo que sentía por él se apagara hasta ser un simple recuerdo,
pero no podía. Me daba miedo dejarle ir y que un día apareciera, sentía pavor al pensar en que en
algún momento él me vería y yo ya no estaría.




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