08:30. O me daba prisa, o esta mañana no le vería.
Me arreglé casi corriendo, con ropa similar a la de ayer, el pelo y el maquillaje exactamente
iguales. Salí a trompicones por la puerta de mi cuarto, cerrándola con un sonoro golpe. Me planté
frente al ascensor, ya con el corazón martilleándome en el pecho. Esperé impaciente a que llegara, y
por suerte estaba vacío.
La planta baja era un cúmulo de personas. Me abrí paso entre ellas hasta la cafetería, como
no, abarrotada de gente. Me planteé si irme o no, miré la hora en el teléfono. Tenía diez minutos
para coger un café y salir de allí. Me puse a la cola, dando golpecitos con el pie, exasperada debido
a la lentitud con la que esta mañana parecían moverse todos.
Quedaban dos personas por delante de mí, eran las 08:40. Cinco minutos.
Me mordí los labios, troné mis dedos, todo para tratar de tranquilizarme diciéndome una y
otra vez que tenía tiempo de sobra, aunque no me lo creyera. Decidí no mirar la hora de nuevo,
como si eso pudiera reducir los nervios que me hacían moverme sin parar. Contemplé mi alrededor,
aún quedaban muchos estudiantes hablando entre ellos, sentados en las mesas frente a sus
desayunos. Algunos de sus rostros se me hicieron familiares, dado los años que llevaba en esta
residencia, pero nunca había hablado con ellos, solo habíamos compartido una fugaz sonrisa cuando
nos cruzábamos por las zonas comunes.
Torcí el gesto, dudando de si haberme aislado fue una buena idea o no, pero en ese momento
el miedo al rechazo fue más grande que mis ganas por crear una nueva vida.
-¿Qué quieres tomar?
La clara voz del hombre tras el mostrador hizo que me volteara rápida hacia el.
-Café solo con mucho hielo- me limité a decir.
Durante el tiempo que el hombre estuvo preparando mi bebida, luché contra el impulso de
mirar la hora. Pero eso no impidió que me mordiera el interior de los carrillos y que mi pie siguiera
tamborileando contra el suelo. Rebusqué en mi cartera el dinero justo y lo puse sobre el mostrador.
Se me antojó una eternidad el tiempo que le llevó al señor rellenar un vaso de plástico con líquido y
hielo, y cuando por fin lo tuve ni siquiera le miré al darle las gracias, atrapé una pajita, me giré en
redondo y me dispuse a salir de la cafetería.
Un muro de personas se había instaurado a las puertas de ésta. Maldije la hora punta de la
residencia mientras trataba de encontrar algún hueco por el que colarme, sin éxito. Finalmente
terminé empujando a un par de chicos que hablaban animadamente. Ignoré las palabras groseras
que me dedicaron, sabiendo que me las merecía por mi brusquedad, pero en ese momento solo tenía
un objetivo, y si me pasaba de la hora hoy no podría alcanzarlo.
Grupo tras grupo, persona tras persona, me llevó más tiempo del que esperaba llegar
únicamente al centro de la recepción del edificio. Miré mi teléfono una vez, sentí el alma cayendo a
mis pies al ver la hora que marcaba. 08:45.
Seguramente Colin Green ya se había largado de allí, por lo que seguir empujando a la gente
para llegar a la salida parecía ahora una tontería. Así que me resigné. Respiré profundamente y me
dejé llevar por el movimiento que los demás marcaban.
Creé una nota mental, si quería conseguir el desayuno y además verle, debía salir antes de
mi cuarto, lo que implicaba despertarme más temprano. No me hizo gracia, pero era mi única
opción.
El teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo, vi el nombre de Erika reflejado en la pantalla.
-Dime que ya estás moviendo esas patitas dirección a clase- dijo a través de la línea.
-Estoy saliendo de la residencia.
-¿¡Todavía!? Vas a volver a llegar tarde.
-Que noooo- extendí la respuesta, dando un sorbo al café.
-No puedes volver a retrasarte, lo sabes.
-Solo llevamos dos días de clase Erika.
-No me hagas ser la responsable de las dos y ven.
Su comentario me hizo sonreír.
-Ahora te veo.
-Más te vale.
Colgué la llamada y me guardé el teléfono en la cazadora al mismo tiempo que trataba de
seguir avanzando a pequeños pasos. Empezaba a agobiarme esta situación. Sin saber porqué, no era
capaz de encontrar el bolsillo de mi chaqueta, las personas me golpeaban a su paso y se me hizo
imposible guardar el teléfono. Finalmente, sentí que resbalaba de mi mano y acababa en el suelo.
Miré abajo, pero mi pelo entorpecía mi visión. Lo retiré, respirando aún más profundo, pero cuando
volví a echar un vistazo, no encontré el móvil por ningún lado.
-Lo tengo yo.
Di un respingo en cuanto escuché esa voz, su voz.
Me giré despacio, rezando por que mi aspecto fuera decente cuando vi a Colin Green frente
a mí, el teléfono entre sus manos y una amplia sonrisa en sus labios. Sus ojos azules brillaban con
fuerza mientras me miraba.
-Gra... Gracias- tartamudeé, reprendiéndome por ello.
Alargué la mano para cogerlo, rozando sus dedos cuando lo hice. Temblé solo con ese
contacto. En ese momento, la pantalla se iluminó con un mensaje de Erika. Ambos desviamos la
vista. Me fijé en la hora, las 08:50. Yo llegaba tarde, él también, pero en vez de preocuparme lo
agradecí infinitamente.
-Me gusta esa foto, sales muy guapa- dijo de pronto, haciendo que me tensara.
En la imagen de bloqueo aparecíamos Erika y yo en la playa, de noche, cuando este verano
decidimos irnos a celebrar las hogueras de San Juan. Sosteníamos uno de esos globos chinos antes
de soltarlo al cielo y que sobrevolara nuestras cabezas junto con los demás.
Parpadeé un par de veces y volví a mirar a Colin Green.
-¿Te has fijado en mí?- pregunté casi en un susurro, sorprendida.
-¿Cómo no hacerlo?- habló tan bajito que pude escucharle con suerte.
Su sonrisa se ensanchó, dudaba que unos ojos pudiesen verse más preciosos que los suyos
en este momento. Me dejó sin palabras, sin aliento, y le vi marchar hacia la salida como una tonta
hasta que se reunió con su amigo y desapareció.
Por un minuto entero me quedé parada en el mismo lugar.
Colin Green me había hablado después de un mes de silencio. Se había parado frente a mí y
habíamos intercambiado unas pocas palabras. Me mordí los labios evitando un grito de felicidad,
pero nada pudo impedir que sonriera tanto que sentí la punzada agradable del dolor en las mejillas.
Quizá no todo estaba perdido.
La vibración de mi teléfono me sacó del bloqueo en el que estaba. Un mensaje de Erika
diciéndome que quedaban cinco minutos para que comenzara la clase. Mierda. Eché a correr.
Editado: 05.08.2025