Al día siguiente maldije una y mil veces más no haber escuchado el despertador. Por mucha prisa que me diese era imposible llegar a primera hora, igual que era imposible ver a Colin Green esta mañana. Cuando me desperté y miré el reloj eran las 09:00, tenía dos llamadas perdidas de Erika y cinco mensajes preguntándome dónde estaba. Tecleé una respuesta rápida y salí de la cama con un salto, arreglándome para aparecer en la segunda clase.
Cuando llegué la piso principal de la residencia me gustó no ver a nadie, no escuchar a nadie. Solo el portero estaba sentado tras el mostrador, ojeando una revista. Me miró por encima de esta, una ceja alzada que después dio paso a una sonrisa pícara. Le dediqué un saludo un poco avergonzada y me dirigí a la cafetería, rezando para que aún siguiese operativa. Y a pesar de que las puertas estaban abiertas no había nadie por allí, las vitrinas lucían vacías y las cafeteras parecían apagadas. Resignada, di media vuelta y salí del edificio en busca de un café antes de ir a clase. Una tremenda necesidad.
Me detuve sobre el primer escalón que conectaba la residencia con el pavimento al tiempo que una idea cruzó mi mente. Podía ir a la cafetería de mi Universidad y esperar allí, o podía ir al establecimiento que habían abierto hacía un año frente a la Facultad de Medicina, casualmente donde Colin Green estudiaba. ¿Cómo de acosadora sería hacer esto? No quise encontrar la respuesta a ello, así que comencé a caminar bajo un sol que pronto sería insoportablemente cálido.
A las afueras del edificio encontré más estudiantes de los que me esperaba, como si muchos de ellos hubiesen llegado hasta la puerta pero en el último momento decidieron que no iban a asistir a clase. Caminé hasta la cafetería, estaba hasta los topes. Era un local pequeño, con solo cinco mesas dispuestas por el espacio. Al fondo, el mostrador transparente dejaba ver diferentes bizcochos, magdalenas y cruasanes, y tras él, una señora de unos cuarenta años preparaba cafés a toda velocidad, con una sonrisa y un lápiz enganchado al moño bajo en el que había recogido su melena.
Las paredes estaban pintadas en un tono verde pastel, y un muro lucía cubierto por diferentes notas escritas en distintos idiomas, seguramente dejadas ahí por los clientes que acudían cada mañana o tarde. Si agudizaba el oído y conseguía obviar las voces de los estudiantes, podía escuchar una suave música sonando por los altavoces.
Caminé hasta el fondo al tiempo que la mujer me regalaba una sonrisa.
-¿Qué quieres tomar?- preguntó, llena de energía.
-Iced Americano, por favor.
-Marchando.
Esperé paciente a un lado a la vez que muchos otros jóvenes se acercaban para realizar sus comandas. La mujer les sonrió a todos y cada uno de ellos. Una vez fuera, miré la hora. Las 09:20, tenía tiempo de sobra para llegar a mi facultad mientras disfrutaba del café por el camino. Pero antes de hacerlo, oteé los rostros de todos los que se arremolinaban en aquel lugar, no encontrándole en ninguno de ellos. Una punzada de decepción se clavó en mi pecho.
-¿Buscas a alguien?
Esa voz.
Colin Green estaba de pie a mi lado, sonriendo y ocultando los ojos tras unas gafas de sol negras y anchas. Su pelo rubio totalmente alborotado por encima de su cabeza y ese aro negro en la aleta de su nariz que me arrebató un suspiro. Un olor fuerte a tabaco me envolvió rápido, feroz.
-¿Qué te trae por aquí?- quiso saber.
No supe qué decir, porque confesarle que mi objetivo era encontrarme con él me pareció un poco patético. Busqué una excusa a toda velocidad.
-El café- respondí, regañándome al instante por la insulsa excusa.
Sus cejas se alzaron tras las gafas de sol.
-Nadie viene hasta aquí solo por eso.
-Yo sí.
-Mentira...- alargó las palabras, su voz divertida. -¿A quién buscabas, Alaia?- pronunció mi nombre desde lo más profundo de su garganta, provocándome un calor infernal.
Se me secó la boca, sostuve con más fuerza el vaso, agradeciendo el frescor de los hielos palpable a través del plástico. Le sentí cerca, mucho, tanto que bastó para que me temblase el cuerpo entero, para que no pudiera ordenar mis pensamientos. Esa era la influencia que Colin Green tenía sobre mí. Y aunque no pudiese ver el azul de sus ojos, supe que me miraban retándome a contestar, como si ya supiera porqué estaba aquí. Como si estuviera seguro de que él era el motivo y solo quisiera que lo confirmase.
-¡Colin!- gritó alguien detrás de nosotros. El chico rubio se movió y miró por encima de su hombro, dándome tiempo para estabilizarme de nuevo. Su cercanía me había alterado más de lo que creí que podía hacerlo. -¿Vienes o qué?
La voz masculina sonó más cerca, tanto que al levantar los ojos vi a su amigo detrás de él, ese con el que caminaba todos los días desde la residencia hasta la Facultad.
-Sí, sí.
Ambos comenzaron a andar, bordeándome.
-¿Qué hacías?
-Solo le preguntaba si tenía mechero- contestó, pero yo había dejado de escucharle.
Estaba muy ocupada en recomponerme, en controlar los latidos de mi corazón, en volver a respirar con normalidad. Por segunda vez, Colin Green se había acercado, me había hablado, y de una manera en la que no charlas con un amigo, creo. Me permití soñar, imaginar, tener esperanza. Cuando por fin pude tomar el control de mi cuerpo miré a mi alrededor, pero nadie parecía fijarse en mí, en lo que acababa de pasar. Me giré para buscarle, pero él y su amigo ya habían desaparecido. Respiré hondo un par de veces.
Una sonrisa y un calor que aún calentaba mi piel me acompañaron todo el camino hasta la Facultad.
Entré en el aula a todo correr, solo faltaban dos minutos para que comenzara la clase. Ocupé mi lugar al lado de Erika, que ya me miraba ceñuda, esperando una explicación. Dejé el café a un lado y me apresuré a sacar el ordenador del bolso. Mientras se encendía, mi amiga cruzó los brazos en mi dirección.
Editado: 12.07.2025