Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 9.

A la mañana siguiente, una vez más, estaba en la puerta del edificio de mi residencia a las 08:45. Las ojeras de mi rostro fueron imposibles de esconder tras las muchas capas de corrector que me había aplicado, así que decidí ponerme unas gafas de sol para ocultar tras ellas las horas que no había dormido esa noche, horas que me había pasado imaginando qué sería aquello de lo que Colin Green querría hablarme.

Tan puntual como acostumbraba, apareció con las manos ocultas en los bolsillos de una chaqueta gris y el pelo más revuelto que de costumbre. A pesar de mis esfuerzos, al verle me olvidé de todo lo que había ocurrido, el tiempo se detuvo de nuevo y solo estábamos él, yo y el recuerdo de los dos besos que compartimos. Jugué con las puntas de mi pelo liso mientras me deleitaba con la sonrisa que hacía brillar su rostro. ¿Cómo alguien podía ser tan atractivo a estas horas de la mañana? Hablaba con su amigo, se reía, y ese sonido derrumbó cada pensamiento que me había estado angustiando. De pronto se giró, volviendo al interior de la residencia. Caminaba despacio, sorteando a los estudiantes que salían casi corriendo de allí. Yo mantuve la espalda pegada a la pared disimulando tanto como pude el temblor de mis manos a la par que él pasaba por mi lado.

Entonces me miró.

Clavó sus preciosos ojos azules en mí y me alegré de llevar las gafas de sol para que no viera el cansancio y la falta de sueño en mi rostro. Recurrió a esa media sonrisa tan arrebatadora y me guiñó un ojo, divertido, como si albergara una promesa en ese gesto. Mi corazón dio volteretas dentro de mí y tuve que recordarme cómo se respiraba. De un plumazo la preocupación se borró, olvidé todo lo que pensé la noche anterior, reduje a nada el dolor y la tristeza se hizo a un lado, dando paso a una inmensa alegría.

-¡Siento llegar tarde!- gritó mi amiga abriéndose paso entre la multitud y llegando hasta mí, jadeando. -¿Nos vamos?

-Espera- fue todo lo que dije mientras le buscaba por encima de su cabeza.

Cuando Colin Green volvió a salir por la puerta se dirigió hasta su amigo y comenzaron a caminar hacia su Facultad. Yo me quedé ahí petrificada, mirando su espalda. No se giró, no lo haría, pero no me importó porque ya había tenido mi momento, nuestro momento.

-¿En serio Alaia? ¿Otra vez?- escuché a mi amiga quejarse, pero la ignoré.

Cogió mi mano y tiró de mí, haciendo acopio de toda su fuerza para que me moviera. Al final, cuando él no fue más que una figura borrosa en el horizonte, cedí.

-¿Pero a ti qué te pasa?- quiso saber mientras caminábamos apresuradas hasta la clase a la que seguramente llegaríamos tarde. -¿Por qué sonríes tanto?

-Porque a lo mejor no todo es tan malo como creía- añadí.

En ese momento fui consciente del dolor de mis mejillas. Me pregunté cuánto tiempo llevaba sonriendo. Caí en que no le había comentado a Erika acerca de las notas que me había dejado, le hice un rápido resumen.

-¿Y solo por dos trozos de papel y un guiño vamos a perdonarle, como si ese beso o la forma en que fingió no conocerte nunca hubieran ocurrido?- dijo mi amiga. Entorné los ojos en su dirección. -Solo digo que un gesto medianamente agradable no le exime de su actitud deplorable y mezquina- añadió con un tono más suave.

-Pero significa algo- alegué, confiada.

-No te dejes llevar por algo tan simple como eso, yo no me fío de él- casi susurró.

-Nunca lo has hecho.

-Porque no es claro con sus acciones, hace cosas contradictorias todo el tiempo.

-Seguro que hay una explicación para ello.

-Me encantaría ver cómo se justifica.

Aunque sabía que Erika trataba de protegerme, me molestaba que no viera las cosas buenas que Colin Green hacía. Quizá no lo expresara como ella quisiera, o como a mí me gustaría, pero tenía detalles, me daba momentos que sin duda me compensaban. Y esta noche resolveríamos esos pequeños contratiempos.

Decidí no volver a hablar de él durante el resto del día, algo que mi amiga pareció estar más que feliz de hacer. Así que nos centramos en las clases, en los trabajos que comenzaban a acumularse.

A las 23:45 ya no sabía qué hacer. Había dado tantas vueltas por mi cuarto que podría perfectamente haber cavado un agujero en el suelo. A pesar de que me mantuve ocupada toda la tarde comenzando con algunos de los trabajos que teníamos, ahora nada podía calmar los nervios que llevaban todo el día hechos un nudo en mi estómago.

Durante el tiempo que estuve en la biblioteca conseguí concentrarme y dejar de pensar en la conversación pendiente con él. Me centré en comenzar a resumir el temario que ya habíamos dado en clase, esbozar los primeros trazos de tres proyectos y mirar diferentes ofertas para el futuro. Mientras tanto, la música sonaba a través de mis auriculares, haciéndome entrar en un trance del que solo salí cuando otra persona llegó a la biblioteca. Levanté la cabeza de mi ordenador y miré a la tercera mesa por delante de la mía, un chico que comenzaba a reconocer miraba su iPad totalmente concentrado mientras tres libros abiertos ocupaban la mesa en la que estaba. Me pregunté qué clase de broma me hacía encontrarme con ese chico moreno de ojos rasgados casi todos los días y porqué siempre parecía desprender tranquilidad en sus movimientos, en su voz, en su mirada. De vez en cuando jugaba con uno de los mechones de su pelo, enrroscándolo una y otra vez en el dedo índice. Agaché la cabeza y volví a mis asuntos cuando me descubrí más tiempo mirándole del que debería.

Me abrigué y salí de mi cuarto diez minutos antes de lo que Colin Green y yo habíamos acordado. Subí los dos tramos de escaleras con la mirada en los escalones, acompañada por el ruido que hacían mis zapatillas al chocar contra estos. Llegué a la azotea jadeando, con el pulso acelerado. Dudé un poco antes de abrir la puerta, mordisqueándome el labio. Tenía que ser valiente, así que al salir a la noche estrellada, absorber la fría brisa y mirar por cada rincón de ese lugar, agradecí por un segundo que Colin Green aún no estuviese allí. Tenía que aplacar los nervios antes de que él llegase. Su gesto de esta mañana fue alentador, pero el recuerdo de cómo me sentí cuando fingió no conocerme y la imagen de él besando a otra chica seguían escociendo, una herida abierta que solo esta conversación podría cerrar, o no.




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