Era viernes, lo que significaba que había pasado otro día, el tercero ya, sin que hubiese
podido hablar con él. Le esperé en la azotea, pero no vino. Tampoco recibí más notas por debajo de
la puerta, algo que en parte agradecí porque no sabría qué sentir al respecto. Y aunque por las
mañanas a las 08:45 sí conseguíamos vernos, él no parecía percatarse de la seriedad de mi
semblante o de las ojeras en mi rostro porque seguía sonriéndome y guiñándome un ojo como
siempre.
Me irritaba, me enfadaba, me dolía. Había pensando en cientos de motivos que excusaran su
comportamiento con esa chica, pero ninguno fue suficientemente válido, ninguno explicaba una
actitud como esa más que la cercanía entre dos personas con una confianza íntima. Me esforcé por
pensar que no había traicionado los términos que trazamos, aunque ni yo misma supe cuáles eran,
porque ahora mismo todo parecía difuso, ambiguo.
Me planteé si contárselo a Erika, pedir su opinión, pero había conseguido algo parecido a
una tregua por su parte, era demasiado pronto para romperla. Antes quería tratar de solucionarlo por
mí misma, pero parecía imposible porque durante casi una semana no había podido tener un
momento a solas para hablar con él.
Una bola de papel golpeó mi frente. Miré a Erika, que negaba con la cabeza, divertida.
Aparté a Colin Green un momento de mis pensamientos.
-Si yo hablo y tú no respondes no es una conversación, es un monólogo- dijo con una
sonrisa.
-Perdona, ¿qué decías?
-¿Qué vas a ponerte para la fiesta?
Estábamos en una de las salas de trabajos dentro de la biblioteca, donde se podía hablar a un
volumen más elevado. A nuestro alrededor varios grupos de alumnos preparaban proyectos, por lo
que había más ruido que de costumbre. Mi amiga me miraba desde el otro lado de la mesa, por
encima de su ordenador. Comía un regaliz rojo, me ofreció.
-No lo sé-. Cogí uno y le di un mordisco.
-No te habías acordado, ¿verdad?-. Sonreí a modo de afirmación, ella puso los ojos en
blanco y soltó un pequeño bufido. -¿Me paso por tu residencia y buscamos algo?
-Es que no me apetece mucho ir...
-Venga, lo pasaremos bien- me aseguró. -Además, es el último año de Universidad,
deberíamos ir a tantas fiestas como podamos.
-Eso dijiste el primer año, y el segundo, y el tercero...
-Y nunca te he oído quejarte de todas esas fiestas a las que te he arrastrado- alegó.
Lo medité un momento. Me gustaban las fiestas pero la sola idea de estar todos apiñados
dentro de un piso en el que a penas puedes moverte no llamaba mucho mi atención.
Al novio de Erika le encantaba celebrar fiestas. Él y sus otros tres compañeros de piso eran
chicos muy sociales, extrovertidos, disfrutaban rodeados de gente y conociendo nuevas personas.
Pero sobre todo les encantaba ser los anfitriones, que todos supieran quién se había encargado de
montar tal desfase.
-Repíteme cuántos seríamos- le pedí.
-Pocos, unos veinte o treinta, no sé.
-¿Esa es tu idea de pocos?
-No es una fiesta si no va gente.
-El piso de Lucas no es tan amplio.
-El nuevo sí.
Recordé que me comentó el cambio antes de comenzar el curso.
-¿Cómo de grande?- me interesé.
-¿Eso es un sí?-. La sonrisa de mi amiga se ensanchó.
-¿Los compañeros de Lucas siguen siendo los mismos?
Por supuesto conocía a los chicos con los que vivía, llevaban juntos desde el inicio de la
Universidad. Pero mi pregunta tenía otra intención, porque si Lucas seguía viviendo con Alan cabría
la posibilidad de...
-Dos de ellos sí- respondió mi amiga. Erika vio el interrogante en mis ojos, el nombre que
quería que confirmara. Soltó un suspiro. -Alan sigue viviendo con él, sí.
-Pásate por mi residencia sobre las ocho- decidí.
Alan estudiaba Medicina, llevaba cuatro años asistiendo a clase con Colin Green, de hecho
tenían una relación bastante buena. Así que si le invitaba a la fiesta, podría encontrar allí un
momento para preguntarle acerca de esa chica, todo ello sin flaquear al verle, la parte más
complicada. Erika entornó los ojos, preguntándome en silencio qué ocurría, pero negué con la
cabeza y me escondí tras el ordenador, llevándome el regaliz a la boca.
Sentí que algo tiraba de mí hacia la izquierda. Al fondo de la sala, sentado junto a otros tres
estudiantes se encontraba ese chico moreno de ojos rasgados. Descansaba la cabeza en la palma de
la mano, ésta a su vez apoyada en el codo sobre la mesa. Hablaba con los demás aunque sus voces
no llegaban hasta aquí por el bullicio. Alguno de ellos tuvo que decir algo gracioso porque éste dejó
escapar una media sonrisa que se mantuvo en su rostro todo el tiempo que yo no pude apartar los
ojos de él. Y fue mucho, me quedé prendada de esa imagen como si nada más existiera.
Noté una oleada de calor expanderse, desvié la mirada al instante.
***
Erika apareció con una puntualidad pasmosa en la puerta de mi habitación sosteniendo
varias bolsas donde estaba nuestra cena, unos deliciosos burritos y patatas fritas acompañados de
refrescos y, como no, el tequila de fresa que tanto le gustaba. Observé la botella elevando una ceja,
si nos pillaban bebiendo puede que me expulsaran de la residencia, pero Erika, una vez más, me
convenció para que, a medida que nos arreglábamos, fuéramos tomando algún que otro chupito.
Mi amiga se presentó con un precioso y ajustado vestido color burdeos, unas botas altas Dr
Mateens y dos pequeños moños a ambos lados de su cabeza. Los labios, del mismo color que el
vestido, y los ojos con un sencillo delineado, un par de adhesivos brillantes en la parte inferior, bajo
las pestañas. Algo simple y sensual. Erika era una chica preciosa. El problema fue cuando
escogimos lo que yo me pondría.
-Esto- dijo lanzándome un vestido color lila, de mangas cortas y abullonadas. Arrugué la
nariz.
-Es demasiado veraniego.
-Entonces este.
Arrojó hasta la cama otro vestido, esta vez negro, con transparencias en las mangas y un
escote vertiginoso hasta casi el centro del estómago, corto y ajustado.
-Muy formal- me apresuré a decir. Erika suspiró.
-Llevas poniéndole pegas a los últimos cinco vestidos que te he dado.
-¿Por qué tengo que ir en vestido?
-Porque te quedan impresionantes.
Impresionante no creo que fuera la palabra. Todas esas prendas eran regalos de mi amiga, y
podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que las había utilizado: una. Me daba
demasiada vergüenza hacerlo y hoy no sería la excepción. Quería estar guapa para llamar la
atención de Colin Green y conseguir hablar con él, pero el hecho de que me viera con un vestido me
aterraba, una parte de mí sentía que no le iba a gustar mi cuerpo llevando uno de esos.
-¿Puedes sacar algún pantalón por favor?- le pedí.
Mi amiga volteó los ojos y empezó a rebuscar. Repasé todas las opciones que me dio,
buscándoles algún fallo, inventándomelo si hacia falta, hasta que una de ellas me pareció aceptable.
-¿Esto entonces?- preguntó exhausta. Asentí. -Bien, vamos a maquillarte y peinarte.
Me miré al espejo cuando terminó, tragué saliva, tensa.
Erika había trenzado algunos mechones del pelo, poniendo en ellos aros plateados para que
no pareciera tan aburrido como de costumbre, y me maquilló como yo nunca podría haberlo hecho.
Un eyeliner gráfico blanco y azul, decorado con algunas piedras alrededor de los ojos, unas largas
pestañas y, además, un pintalabios que hacía parecer mis labios mucho más grandes.
Pero cuando realmente flaqueé fue al ver mi ropa. Un ajustado corpiño de tirantes blanco
con detalles florales en azul claro. Se ajustaba a mi torso, realzando mis pechos, llegando hasta la
altura del ombligo, más bien dejándolo a la vista. Abajo, unos pantalones chinos negros anchos,
pero también ajustados a la cintura. Si me movía, podía ver todos los rollitos de mi cuerpo, todo lo
que la sociedad consideraba como imperfecto y que era ya una obligación esconder, todo por lo que
durante mi vida entera había recibido comentarios negativos e hirientes. Di un par de pasos atrás,
escapando de aquel reflejo.
-Alaia, estás increíble- dijo mi amiga con una amplia sonrisa, orgullosa.
-¿Por qué te empeñas en comprarme ropa en la sección de niña?-. Erika puso los ojos en
blanco, negué despacio. -Debería cambiarme.
-¿Por qué?
-Porque no es... No me...
-¿Acaso no te gusta? ¿No te ves bien?
Me hubiera gustado mentir, pero no podía. Era verdad que si dejaba a un lado los
estereotipos de la sociedad, estaba realmente guapa, atractiva incluso. Pero solo pensar en como me
mirarían todos, en los cuchicheos a mi paso, en Colin Green haciendo una mueca... Sentí la presión
en el pecho, me faltaba el aire. Me senté en la cama, respirando.
Pensé que después de esa fiesta de verano donde Colin Green me besó me había hecho
fuerte, pero lo cierto es que fue como dar cientos de pasos atrás en un camino por el que nunca
había avanzado. No pude soportar la forma en que todos me miraban al día siguiente, cuando se
corrió el rumor de que nos habíamos besado. ''Seguro que iba tan borracho que no se dio cuenta'',
''no entiendo quién se fijaría en ella teniendo ese cuerpo'', ''Colin merece a una chica que encaje más
con él'', fueron solo algunos de los comentarios que más daño me hicieron. Desde ese día a pesar de
que traté de buscarle, de fingir un encuentro casual, él parecía no verme nunca, pasaba de largo y no
me miraba.
-¿Qué ocurre?- preguntó Erika a mis pies, con la voz dulce, acariciándome la rodilla.
-No puedo ir así vestida- respondí con voz queda.
-¿Por qué? Estás preciosa.
Me dolió esa palabra.
-Solo tú me ves así.
-Porque los demás son tan idiotas como para no darse cuenta.
Me froté las manos temblorosas, mi corazón palpitaba muy deprisa.
-Erika, no creo que sea buena idea.
-A mis ojos, eres una chica atractiva, hoy y todos los días.
-Pero solo a los tuyos- susurré.
-No puedes permitir que los comentarios de los demás echen por tierra a una chica tan
maravillosa como tú, no debería importarte la forma en que ellos te ven.
-¿Y qué es lo que debería importarme?
-La manera en la que te ves tú a ti misma-. Erika besó el dorso de mi mano. -Si quieres
cambiarte no voy a ser yo la que te lo impida, pero si lo haces vas a volver a perder, y habrá un día
en que lamentarás no haber enfrentado estas pequeñas batallas.
Sus ojos estaban llenos de comprensión, de aceptación, de amor. Respetaría mi decisión,
fuese cual fuese, y siempre me tendería la mano ante cualquier adversidad. Me besó la frente, se
demoró un tiempo.
-Te espero fuera, cuando estés lista, sal.
Se levantó y marchó, dándome tiempo.
Caminé con miedo hasta el espejo y me miré una vez, y otra, y otra. Todas las que fueran
necesarias. Analicé mi rostro, mi pelo, mi cuerpo y la ropa en el. Apreté los puños con fuerza,
sintiendo las uñas en la palma, y arrojé fuera de mi mente todos los comentarios negativos que me
habían perseguido desde que era consciente, me olvidé de la idea del prototipo perfecto imposible
de conseguir, de la sociedad decadente y enfermiza en la que vivíamos y me centré en mí misma.
Puede que Erika tuviera razón y me arrepentiría profundamente si no salía por esa puerta tal y como
estaba ahora mismo, pero no iba a ser fácil. El miedo atenazaba mis músculos y la discusión que
tenía lugar dentro de mi cabeza era insoportable. Un vaivén de voces todas a la vez, unas
horrorizadas porque me planteara salir así a la calle, y otras alentándome a que diera el paso y
mandara a la mierda a todos aquellos que me querían destruir por el simple hecho de no tener un
cuerpo normativo.
Sabía lo que me esperaba, las miradas y las habladurías, y también sabía que no era tan
fuerte como para soportarlas, que toda esa valentía que estaba reuniendo se consumiría rápido.
Tomé aire una vez más, saqué del armario una chaqueta de punto y avancé despacio por la
habitación hasta tocar el frío pomo de la puerta. Me pasé la tela por los brazos y abroché los
botones. Volví a inhalar todo el aire que pude y accioné la cerradura. Al otro lado, Erika se volteó
despacio y me miró de pies a cabeza. Sonrió despacio.
-¿Por qué parece que estás orgullosa de mí?- quise saber.
-Porque lo estoy, no te has cambiado.
-He cogido una chaqueta.
-Debajo sigues llevando la misma ropa.
Toqué el final de la tela a la altura de mis caderas, comprendiendo sus palabras. Las noté
abrazar con calidez mi corazón gélido.
-Vámonos ya- pedí antes de que el miedo tomara el control y volviera dentro para
enfundarme dentro de una sudadera.
Caminamos deprisa, y la mayoría del tiempo mantuve la cabeza gacha. Erika no dejaba de
decirme lo valiente que era, lo preciosa que estaba y que me lo pasaría genial. Tenía dudas de todo
aquello. Durante el trayecto traté de no dejarme vencer por el miedo, paso tras paso intentaba
dejarlo atrás pero era como una pesada cadena atada a mis pies. Odiaba sentirme así.
-Ya estamos llegando- anunció Erika.
Levanté la vista para encontrarme con un sitio que ya conocía, uno en el que ya había estado
antes. Ese mismo cuadrado de césped, el árbol alto y centenario, los edificios flanqueándolo.
-¿Lucas vive aquí?
-En aquel bloque, la última planta. Tienen un terraza que te va a encantar.
La seguí, bordeando el gran árbol y caminando hacia el bloque 3. Erika llamó al telefonillo,
con cámara integrado, cuya luz se encendió al mismo tiempo que la voz de Lucas nos habló.
-Por fin estáis aquí- dijo, supe que sonreía. De fondo se escuchaba un gran alboroto.
Sonó un pitido y mi amiga empujó la puerta, abriéndola. El portal presentaba detalles en
mármol blanco y contaba con un gran espejo que ocupaba toda la pared de la izquierda hasta el
ascensor, al fondo. Las escaleras tenían un fina barandilla y metálica que se extendía más arriba.
Erika pulsó el botón.
-¿Estás más tranquila?
-No- respondí rápida. Mi amiga tomó mi mano.
-Si en algún momento quieres irte, solo tienes que decírmelo y nos largaremos de aquí.
Lo decía en serio, pero la sola idea de sacarla de una fiesta en la que seguramente disfrutara
hacía que me doliera el corazón. No lo merecía, así que no se lo pediría, pero asentí de todas
formas. Las puertas se abrieron, mi reflejo en el espejo del fondo me devolvió la mirada. Estaba
pálida, los ojos asustadizos.
-Nadie va a decir una sola palabra negativa de ti- añadió mi amiga.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque me voy a encargar de callarles la boca incluso antes de que la abran.
Lo dijo muy seria, apreté su mano a modo de agradecimiento y ella se apresuró a darme un
beso en la mejilla.
-Intenta disfrutar- me animó.
Salimos al pasillo y nos detuvimos frente al piso sexto, letra D. Llamamos, y solo pasó un
segundo antes de que Lucas nos abriera. Me fijé en su amplia sonrisa, la nariz recta y el septum que
colgaba de ella. Sus ojos eran pequeños, color miel, y su melena blanca por el tinte estaba recogida
en un moño en lo alto de su cabeza. Era dos palmos más alto que mi amiga, que yo. Un metro
noventa de puro músculo y atractivo. Advertí nuevos tatuajes en su piel aceitunada, era todo un
adicto a la tinta.
-¡Bienvenidas!- gritó. Abrazó a Erika, estrechándola fuerte, y le dio un beso tierno en los
labios.
-Hola cariño- respondió ella una vez se descolgó de su cuello.
-¿Cómo está mi segunda chica favorita?- me saludó el anfitrión.
Lucas se había convertido en un apoyo fundamental para mí, casi tanto como Erika. Cuando
le conocí, un par de semanas después que a ella, tuve la misma sensación de comodidad y confianza
que con mi amiga. Poco a poco empecé a pasar más tiempo con los dos, incluso de vez en cuando
Lucas y yo hacíamos planes cuando Erika no podía unirse. Puede que no hablemos diariamente,
podemos estar semanas sin vernos, pero cuando peor me encuentro él siempre aparece dispuesto a
ayudarme. Le sentía parte de mi familia.
-¿Segunda?- pregunté alzando una ceja.
-Delante de ella tengo que disimular- respondió, haciéndome señas con los ojos hacia mi
amiga, quien fingió molestarse.
Los tres nos reímos.
-En serio Alaia, ¿qué tal estás?- insistió Lucas de nuevo.
-Intentándolo.
-Me tienes aquí para lo que necesites.
-Gracias- sonreí.
-Ahora pasad, no podéis perderos esto.
Nos guió por el estrecho recibidor de paredes blancas y lisas hasta la inmensidad del salón
donde había un sofá gris oscuro, la mesita auxiliar blanca y un televisor colgado de la pared. Más
allá pude divisar la enorme terraza cuadrada de baldosas rojizas y un muro blanquecino que
delimitaba el espacio. La cocina era abierta a este espacio, me percaté de las encimeras oscuras y
los muebles blancos, moderna y claramente reformada, como prácticamente todo el piso. A la
derecha, un pasillo igual de estrecho que el recibidor conducía a cinco puertas exactamente iguales
de pomos metálicos. Sin duda y comparado con el anterior inmueble, este suponía una mejora
considerable.
La decoración del lugar era propia de un piso de estudiantes. Si reparabas en ella, no tenía
ningún sentido. En un mueble acristalado descubrí todo tipo de objetos, desde un cirio rojo propio
de una Iglesia con la imagen de Harry Styles representando a un Santo, pasando por pequeños
monigotes hechos con el corcho de una botella y palillos hasta réplicas en versión miniatura de
botellas de alcohol y una selección de grinders de lo más originales junto a una ristra de mecheros.
No tardé en notar los empujones a mi alrededor, el lugar estaba más lleno de lo que me
esperaba y no quise mirar más allá del pelo recogido de mi amiga.
-Aquí están las bebidas, barra libre- nos indicó Lucas señalando la encimera de la cocina,
una península que parecía la barra de un bar. -El baño tiene un cartel en la puerta, sin pérdida, ¡así
que ahora a disfrutar!
Mis amigos se dieron un rápido beso, aparté la vista en un acto-reflejo para darles intimidad,
aunque dudo que la encontraran en este salón abarrotado de estudiantes. Al momento siguiente tenía
a Erika arrastrándome hasta la mesa de las bebidas, dejó lo que quedaba de tequila de fresa sobre
ella y empezamos a servirnos las copas.
-¿Qué tal vas?- preguntó alto, por encima del ruido de la música.
-Hay mucha gente- elevé la voz.
-Lo estás haciendo genial- me animó. -Vamos a tomarnos una copa.
Me preparé un whisky con Coca Cola y brindé con mi amiga. El alcohol estaba frío gracias a
los hielos, sentí el frescor bajando por mi garganta, quemando el nudo que había en ella. Erika me
tendió la botella que habíamos traído.
-Abre la boca- ordenó.
Obedecí, porque en verdad quería hacerlo, quería suprimir las emociones negativas. Me
inundó con tequila de fresa y disfruté del dulzor. Le arrebaté la botella y vertí el líquido rosa en su
boca. En ese momento Alan se paró a nuestro lado, gritando y captando la atención de la mayoría de
las personas. Era un chico menudo, de pelo castaño rizado y ojos grises.
-¡Ronda de chupitos!- bramó, y me vi dando tequila de fresa a unas cuantas personas.
Todas reían, bailaban y tomaban de la botella que yo iba pasando de uno a otro hasta que no
hubo nadie más a nuestro alrededor. Cuando quise darme cuenta, estaba sonriendo.
-¿A mí no me vas a dar?
Fue como si la música dejara de sonar, como si todas las personas desaparecieran. Me
bloqueé frente a Colin Green, su pelo rubio más peinado que de costumbre y sus ojos azules
centelleando con la fuerza del mar. Sonreía, con esa arrogancia y suficiencia que podía permitirse y
que me volvía loca.
-No- espetó Erika.
-Sí- contradije.
El chico nos miró a ambas, yo clavé los ojos en mi amiga.
-Luego te busco- le rogué con una súplica en los ojos. Ella vaciló, precavida, para
finalmente desaparecer.
Colin Green flexionó las rodillas frente a mí, despacio, hasta quedar a mi misma altura. Giró
ligeramente su cuerpo, manteniendo la sonrisa pícara y sin dejar de mirarme un solo segundo con
unos ojos que rugían en silencio un desafío que no dudé en aceptar. Elevé el brazo, manteniendo la
botella sobre él, y vertí el tequila en su boca. El destino quiso que una gota se escapara por una de
sus comisuras, me quemó por dentro el deseo de ser yo quien se la quitara. Colin Green se
incorporó, atrapando esa gota con su lengua. Sentí el calor por todas partes, pero sobre todo en el
bajo vientre.
-Me toca- añadió con voz ronca, arrebatándome la botella.
No me hizo falta agacharme, él era más alto que yo. Atrapada en sus ojos, eché la cabeza
hacia atrás y abrí la boca. Virtió el tequila despacio, tomándose su tiempo, viendo como acogía el
alcohol. La tensión se instauró entre los dos, una sensación placentera y peligrosa al mismo tiempo.
Me dejé llevar por ella. Una vez terminó, me relamí los labios. Juraría que vi un destello de fuego
en sus ojos.
-No sabía si vendrías- pronunció bajo, como si fuera una conversación privada que nadie
más podía escuchar. Entornó ligeramente los ojos y dibujó una media sonrisa. Se acercó a mí, tanto
como para sentir su aliento en mi mejilla, como para que su olor me envolviera. Cerré los ojos y me
aferré con la mano libre a la mesa de atrás, sostuve la copa en la otra con fuerza. -Y no sabes cuánto
me alegro de verte aquí- susurró en mi oído.
Me estremecí, se me erizó el bello del cuerpo y, de no ser por la mesa tras de mí, me hubiera
caído al suelo en ese mismo momento. Una vez más, lo olvidé todo, solo quería, necesitaba sentirle
más cerca. Me llevó un segundo recuperarme del sonido de esa voz. Abrí poco a poco los ojos,
buscándole.
Pero él ya no estaba allí.
Parpadeé mirando a todas partes, buscándole. Nadie me miraba, todos estaban absortos en
sus propias conversaciones. Pasé de una persona a otra, saltando por sus rostros hasta encontrarle.
Cuando lo hice, di un traspiés. Estaba hablando con un grupo de chicos que no conocía de nada,
pero no fue eso lo que hizo que me sintiera como una completa idiota, si no más bien el hecho de
que había una chica encaramada a su cuerpo, abrazándole. Y él también tenía un brazo rodeando su
cintura, manteniéndola cerca.
Reía con sus amigos, estrechaba a la chica y de vez en cuando se miraban con los ojos
cargados de deseo. Traté de entender lo que estaba sucediendo. Hace un segundo, él estaba
susurrándome al oído, mirándome a mí de esa manera, y ahora parecía que hubiera un mundo entre
los dos. Mis piernas amenazaron con fallarme de nuevo.
Otra vez, había pasado otra vez.
Aire, necesitaba aire.
Empecé a caminar entre las personas, empujándolas un poco para que se movieran. Las
lágrimas escocían en mis ojos, pero no iba a llorar aquí. Me costó más trabajo del que pensaba
apartar a la gente para hacerme hueco y llegar hasta la puerta, no podía seguir viéndole, no
comprendía qué estaba haciendo, a qué parecía estar jugando. Alguien chocó contra mí y un poco
del contenido de mi copa se derramó sobre mi chaqueta de punto, calándome la piel.
-Mira por donde vas- bramó un chico, pero no alcé la vista.
Continué con los ojos clavados en mis deportivas, apartando a personas desconocidas.
Estaba empezando a dejar de respirar, así que seguí luchando por escapar del piso sintiendo que
literalmente mi estabilidad dependía de hacerlo. De reojo vi la puerta abierta de par en par, ni
siquiera se estaban molestando en cerrarla. Solo tenía que abrirme paso entre todos los asistentes
que entraban formando un cuello de botella. Me angustiaba de solo pensar en pasar por allí, pero era
mi única salida. Con fuerza, arremetí contra las personas haciendo oídos sordos a sus comentarios.
Solo me centré en seguir avanzando.
Ya estaba en el estrecho pasillo, con el salón a mi espalda. No había nada entre mi libertad y
yo, así que empujé con más fuerza y luché a contracorriente. El brillo del mármol blanco que
decoraba los pasillos del edificio golpeó mis ojos, por encima de las cabezas de otros diez chicos y
chicas que entraban despacio, con sonrisas y algunos gritos, claramente emocionados. No me
importó seguir empujando a la gente, porque la necesidad por salir era más fuerte que la
humillación que bullía por mis venas.
Estaba a escasos metros, sentía el frío del portal arañando mi piel, era libre, libre para correr
a la residencia, para encerrarme en mi cuarto y quitarme este ridículo disfraz, para quemar la ropa si
quisiera y enterrarme bajo las sábanas, llorar y purgarme del ridículo que sentía. Ya casi estaba.
Choqué contra un cuerpo alto y duro, tan fuerte que me aturdió unos segundos.
-Perdón, no te había...- la voz se cortó, y sin saber porqué, esta vez sí levanté la vista. Ese
chico moreno de ojos rasgados se alzaba demasiado cerca de mí. -¿Estás bien?- preguntó.
Por un instante quise gritar que no, que nada iba bien y que dudaba que fuera a cambiar.
Apreté los labios con fuerza, tensé la mandíbula, vi la preocupación en sus pequeños ojos.
-Oye...
No le di tiempo a terminar de hablar, le aparté suavemente y salí al pasillo. Corrí hasta el
ascensor, pulsando compulsivamente el botón, rezando porque esas puertas se cerraran lo antes
posible. Mientras el aparato bajaba, sentí que me temblaba todo el cuerpo. Me toqué la frente,
respiré una, dos veces, tres, buscando tranquilizarme, buscando eliminar esa sensación vergüenza
que me consumía. Vi mi reflejo, la prenda totalmente empapada. Maldije en voz baja.
El ascensor no terminó de abrirse cuando salí corriendo por el pasillo.
La incipiente negrura de la noche cayó sobre mí en cuanto estuve fuera, el aire frío golpeó
mi cara, azotó mi pelo a su antojo, me erizó el bello de los brazos. Solo entonces sentí que estaba
respirando de nuevo. Caminé hasta el árbol centenario, anduve a su alrededor. Pude dar cinco
vueltas, todo con el objetivo de reducir esa sensación horrible que brotaba en mi interior. Llené y
vacié mis pulmones hasta que el corazón volvió a bombear con regularidad. La tensión de mi
cuerpo se desvaneció poco a poco, dejándome un punzante dolor en los hombros. Me detuve, con
una mano en la cadera, sintiendo como todo se apaciguaba dentro de mí.
-¿Estás bien?
La voz me sobresaltó, abrí los ojos de golpe.
Bajo la luz anaranjada de las farolas advertí la silueta del chico de ojos rasgados, que se
mantenía a una distancia prudente. Su voz sonaba preocupada y se mordisqueaba los labios como si
aún no supiera si había sido buena idea o no seguirme hasta aquí. Respire de nuevo, y con una
calma fría, hablé.
-Sí.
-¿Segura?
El chico dio un par de pasos más hasta mí, vacilante. Me observó de arriba a abajo, pero no
me incomodó.
-Tienes la chaqueta mojada- dijo.
Fui a desabrocharla para librarme de ella, pero me percaté de que aún sostenía la copa en mi
mano. Giré, dejándola sobre el muro que rodeaba el árbol y comencé a quitarme la prenda.
-Mierda- susurré. El líquido había calado hasta el top. Lo miré sin saber qué hacer, busqué a
mi alrededor nada en concreto y me detuve en el chico que sonreía, ahora más cerca de mí. -¿De
qué te ríes?
-De nada- borró la sonrisa, pero tuvo que morderse los gruesos labios para disimularla.
-No es gracioso.
-Claro que no- negó, aún reprimiendo la risa.
Entorné los ojos, una brisa fría me abrazó y temblé. El líquido había llegado hasta mi piel.
Tenía que cambiarme o corría el riesgo de enfermar. El chico comenzó a quitarse una chaqueta
vaquera oscura que llevaba, quedando con una sencilla camiseta blanca de manga corta. Me tendió
la prenda.
-No hace falta qu...
-Cógela- me cortó, zarandeándola.
Tomé la chaqueta y me la puse, acogiendo su calor y su olor a lavanda, agradable,
refrescante, incluso un poco dulce. Me gustó ese aroma.
-Gracias- susurré.
-No hay de qué- me dedicó una sonrisa, sus hoyuelos visibles. Me parecieron tiernos.
Advertí que el chico emanaba una confianza arrolladora. Se atusó algunos mechones de la
frente para que el pelo no le cubriera los ojos. No pude evitar percatarme del tatuaje que lucía en el
exterior de su antebrazo derecho, un dibujo en tinta negra. Líneas, gruesas y finas, mezcladas las
unas con las otras, simulando el tronco de un árbol y sus múltiples ramas. Sin embargo, no había
hojas, no había flores, era como si el invierno hubiera caído sobre el tatuaje y solo quedara el
esqueleto de ese árbol vacío y sin vida. Parecía una metáfora.
-No es lo que piensas- habló, sacándome de mis pensamientos.
El chico estaba ahora más cerca, pude ver mejor la profundidad del negro en sus ojos, pétreo
y fascinante como el ónix.
-¿A qué te refieres?
-A que el tatuaje no refleja mi soledad- aclaró.
-Y entonces, ¿qué significa?
-No me alcanzó el dinero para decorarlo-. Se encogió de hombros. -¿Cómo te encuentras?
-Mejor, pero no tenías porqué haberme seguido.
-Se te veía bastante mal, quería asegurarme de que estabas bien.
Podría haber desconfiado de él, pero mis instintos me gritaban todo lo contrario.
-¿Cómo sabías de esta fiesta?- me interesé, cambiando de tema, tratando de distraerme.
-¿Piensas que soy tan antisocial que nadie me invitaría?-. Me sentí enrojecer. Él emitió una
sonora carcajada. -Lo sabía porque se celebra en mi casa.
-Así que tú eres el nuevo compañero de piso de Lucas- até los cabos.
-Correcto.
Por eso el día que llegué caminando hasta aquí me topé con él.
Era extraño, pero su cercanía no me resultaba molesta o irritante, más bien al contrario. No
profundicé mucho en ello, ahora no. El peso de sus ojos, aunque agradable, comenzaba a ser
sofocante, como si de pronto la temperatura hubiera subido. Sentí la boca seca.
-¿Quieres... Quieres beber?- balbuceé, cogiendo la copa entre las manos.
El hielo estaba prácticamente derretido, pero agradecí que el exterior del vaso se mantuviera
fresco.
-¿Qué es?
-Whisky.
Dio un sorbo a la oscura bebida, arrugando su rostro en el mismo instante en que el líquido
rozó su boca. Me arrancó una sonrisa.
-Si no te gusta el whisky, ¿por qué has bebido?- pregunté divertida.
-¿Quién ha dicho que no me guste?
-Tu cara parecía gritarlo.
-Sí me gusta, pero odio que lo mezcléis con refrescos-. Alcé ambas cejas.
-Vale, chico duro.
El sonido de su risa nos envolvió, provocando a la mía. Y fue placentero sentir ese alivio
después de toda la tensión y los nervios. Su risa era fuerte, con un toque infantil que nunca me
hubiera imaginado. Cuando dejamos las carcajadas y volví a mirarle, él ya tenía sus ojos en mí.
-Deberíamos volver a la fiesta, aquí comienza a hacer frío y tú estás empapada- sugirió.
Los sentimientos que había conseguido apartar sin saber cómo, volvieron a mí. El chico
asiático a mi lado también diluyó su expresión divertida.
-Prefiero irme, la verdad- dije, con el miedo en cada una de las palabras.
Editado: 05.08.2025