Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 13

Había estado evitando, sin éxito, pensar en Colin Green, en su cercanía en la fiesta y en cómo desapareció para abrazar a una chica a la que no recordaba haber visto antes. No era la misma a la que besó el otro día, de eso estaba segura, y tampoco se parecía a la chica con la que habló en el pasillo de la residencia. Me consumió la pregunta de quiénes serían todas ellas, y me avergonzaba la cantidad de veces que había subido a la azotea en un solo día esperando encontrarle, pero solo me topé con la soledad.

También Ryu se había colado en mi mente. Su voz agradable, su complaciente compañía, su risa contagiosa, tanto que el Lunes, cuando nos encontramos en la biblioteca, una trabajadora tuvo que echarnos de allí porque nos reímos tan fuerte que recibimos alguna que otra queja.

Como de costumbre, no esperaba encontrarle. Le vi a lo lejos a través de las estanterías, mirando libros en la sección de Filología. Yo iba cargada con una pila de manuscritos bajo el brazo y un vaso de café en la mano. Me acerqué hasta él, sigilosa. Entre los libros pude fijarme en cómo tomaba con delicadeza los tomos, leía las sinopsis y acariciaba las páginas una tras otra. Algunos los cogía, otros los devolvía a su sitio con cuidado. Mientras lo hacía se mordisqueaba sus gruesos labios, dos anchas líneas rosadas totalmente simétricas de no ser por el pronunciado arco de cupido en la parte superior. Ryu alzó la vista para depositar el libro que tenía entre las manos sobre la balda, me moví para salir de su campo de visión sin saber porqué había hecho eso. Me estaba escondiendo, pero, ¿de qué? Al levantar la cabeza, él ya no estaba. Llegué hasta el extremo de la estantería que nos separaba y eché un vistazo tras ella, pero no había nadie allí. Al girarme, supe exactamente dónde se encontraba.

Tropezamos el uno con el otro, creando un sonoro ruido a nuestro alrededor provocado por el impacto de algunos de los libros que sosteníamos, los cuales cayeron bruscamente contra el suelo de madera. Pero ojalá solo hubiera sido eso. Traté de sostener el último libro que quedó entre mis manos mientras Ryu me observaba, pero fallé y, al caer, el tomo impactó contra el vaso de café que sujetaba. El líquido marrón se desparramó sobre mi ropa, algunas gotas también en la suya. Durante un instante miramos atónitos el desastre que habíamos causado, pero cuando nuestros ojos conectaron solo reímos. Escondimos las carcajadas tanto como pudimos pero nos fue imposible. No supe los minutos que estuvimos así, pero tampoco me importaron. Al final, una señora mayor con el pelo recogido en un moño y enfundada en una falda de tubo nos invitó a largarnos de allí.

Una vez fuera, aún seguíamos riendo.

-Eres una patosa- puntualizó.

-Podrías haberme ayudado- repliqué.

-¡Creía que controlabas la situación!

Entorné los ojos, aunque ambos sabíamos que no estaba molesta.

-Me debes un café- le dije.

-Cuando quieras.

-Y también tengo que devolverte la chaqueta.

Ryu pareció pensar en una solución para ello.

-¿Quieres quedar mañana para desayunar? Así podrás darme la cazadora y mi deuda quedará saldada.

Lo medité, porque reunirme con él tan temprano significaba no ver a Colin Green, algo que en los últimos años solo había sucedido cuando uno de los dos enfermaba. No quería perder ese minuto en que le veía aparecer por la puerta, donde solo hablaban las miradas. Para mi significaba mucho.

-¿Qué te parece si nos vemos mejor a media mañana?- propuse.

-Genial, ¿en la cafetería de tu Facultad a las 12.00?

-Perfecto.

-Allí estaré- sonrió.

Ryu miró el reloj de su muñeca.

-Voy a llegar tarde a clase, nos vemos mañana- se despidió.

Le vi marchar sintiendo un punzante dolor en las mejillas.

A pesar de la sonrisa que sentí dibujarse en mis labios al recordarlo, la realidad era que llevaba los úlitmos quince minutos caminando por mi cuarto, inquieta. Esta mañana Colin Green no había aparecido a las 08:45 como de costumbre. Aunque traté de pensar en una razón lógica y razonable, me pudieron los nervios, por ello a lo largo de la tarde realicé varias visitas a la azotea, no encontrándole en ninguna de ellas. No había dejado de preguntarme dónde estaba.

Decidí subir por última vez. Cogí una sudadera y ascendí los tramos de escalera despacio, abrí la puerta metálica y la noche se extendió frente a mí. Caminé por el silencioso espacio, dejando que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Agudicé el oído antes de girarme, pero no escuchaba más que los tenues ruidos de la calle que trepaban hasta aquí.

Me acerqué con paso lento a uno de los pequeños pilares de ladrillo, esa especie de tejado bajo, sintiendo el pecho pesado. Pensé que volvería a notar el sabor agrio de la decepción, pero trastabilleé con mis pies y reprimí la sorpresa al encontrar a Colin Green allí. Como de costumbre, estaba sentado sumido en las sombras, fumando un cigarro, con la espalda apoyada en la torreta. A simple vista no parecía estar enfermo, y yo debía decir algo, cualquier cosa, porque seguro que aunque no me hubiese mirado todavía, sabía que estaba allí.

-Hola- saludé tímida.

Levantó los ojos hasta mí muy despacio, y dibujó una sonrisa en sus labios, una que no me convenció porque parecía más por cortesía y amabilidad que porque realmente quisiera hacerlo.

-Hola Alaia-. Miró la punta del cigarro. -¿Has venido a averiguar por qué esta mañana no me has visto?

Me sentí terriblemente avergonzada. No tenía porqué, él bien sabía que le esperaba cada día, pero escucharle decirlo fue como una humillación. Bajé la cabeza.

-No te preocupes, no me molesta- añadió, como si hubiera leído mis pensamientos. -No me encontraba muy bien.

-¿Ahora estás mejor?

-Contigo aquí, sí.

Mi corazón saltó de alegría con esas palabras, estaba segura de que mi rostro se había teñido de rojo. Me regodeé en la sensación de satisfacción que me produjo, pero aún así no pude empaparme entera, no cuando los interrogantes recorrían mi cabeza sin darme un respiro.




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