Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 15

Los días pasaron y Ryu no me lo contó alegando que aún no era el momento. Nos habíamos visto en la biblioteca, en los pasillos Facultad, en la tienda de productos asiáticos y a veces en la cafetería, últimamente siempre en compañía de Erika. Lo cierto es que comenzaba a gustarme pasar tiempo con él. Erika también se veía cómoda a su lado, acogiéndole como si él también llevase con nosotras desde el inicio de la Universidad. Y me gustó la complicidad y la confianza que comenzaba a crecer entre nosotros, convirtiendo a Ryu en un miembro más, un amigo más. Descubrí que era espontáneo, con un sentido del humor que podía hacerme llorar de la risa, divertido y recurrente a partes iguales. Sin duda, una compañía que quería mantener cerca.

Todos esos días a las 08:45, Colin Green y yo nos mirábamos en silencio a la salida de la residencia. También había deslizado más notas bajo mi puerta similares a las anteriores, y todas ellas las guardaba en esa pequeña caja de latón como mi mayor tesoro. Algunas noches las leía una y otra vez y sonreía como una tonta enamorada, sin poder creerme que Colin Green me diese esa atención y se fijase en mí, se tomase su tiempo para escribir y colar esos papeles en mi cuarto. Compensaba el hecho de que no nos habíamos vuelto a ver en la azotea. Por mucho que subiera, siempre estaba vacía, pero no perdía la esperanza de que un día él estaría allí y podríamos volver a vernos, a disfrutar de esos momentos privados.

Regresé a la residencia hablando con mi padre por teléfono.

-¿Va bien el curso?- se interesó.

-Sí- me limité a responder.

Era otra de sus llamadas rutinarias cada dos semanas para comprobar si todo iba bien.

-¿Tú qué tal estás?

-Bien, María ha decidido reformar el baño de la planta baja- comentó.

-Genial.

Atravesé las puertas de la residencia cargada con una bolsa de comida, me acerqué al ascensor.

-Mierda- susurré.

-¿Qué pasa hija?

-Nada papá, el ascensor está estropeado y tengo que subir por las escaleras.

Hubo un pequeño silencio, supe que algo se avecinaba.

-¿Vas a venir antes de las vacaciones de Navidad?

Suspiré, porque si le decía que no la grieta entre ambos se abriría aún más, pero lo cierto es que no me apetecía realmente aparecer antes por casa. Me sentí presionada.

-Aún no he pensado en ello- mentí, y me sentí terriblemente mal por ello.

-Ya me dirás, aún queda mucho tiempo.

Llegué al primer piso algo sofocada, seguí subiendo.

-¿Estás comiendo bien?

-Sí papá.

-Sabes que es importante.

Decidí no responder. Terminé el segundo tramo, jadeando. Solo quedaba uno. A mi izquierda sonó el clic de una puerta, miré por instinto y no pude evitar sonreír al ver a Colin Green aparecer tras el umbral de lo que seguramente fuera su cuarto.

-Otro día te llamo papá.

-Vale hija.

Colgué la llamada y guardé el teléfono. Me acerqué hasta él, advertí la rojez en sus mejillas, el pelo rubio más despeinado que otros días. Quizá se acabase de levantar de una larga siesta. Cuando alzó la vista y me vio se detuvo de golpe, sus ojos azules abiertos de par en par.

-Hola- sonreí.

Miró por encima de mí, después echó un vistazo a su espalda. No había nadie más en el pasillo.

-¿Qué haces aquí?- sonaba agitado.

-El ascensor está estropeado, estoy subiendo por las escaleras.

-Ah.

Se colocó la camiseta, la tenía arrugada. En ese momento apareció una chica de pelo castaño por la misma puerta por la que él había salido. Se dirigió hasta nosotros con una sonrisa divertida.

-Te olvidabas la sudadera- dijo la chica, tendiéndole la prenda. Al verla más de cerca advertí que su rostro se me hacía familiar, tanto que se me comprimió el corazón.

-Gracias-. Él cogió la prenda sin apenas mirarla.

-Cuando quieras, me llamas otra vez- le guiñó un ojo.

Me fijé en el rubor de su rostro, en su cabello también alborotado. Se me cerró la garganta. La chica con la que estaba abrazado en la fiesta desapareció con el contoneo de sus caderas hasta volver a la habitación.

-¿Quién...?

-¿Ya vas a empezar otra vez?- gruñó él antes de que pudiese terminar.

Le miré con el ceño fruncido, pasó por mi lado y se dirigió a las escaleras.

-¿Qué te pasa?- pregunté desconcertada y con el miedo arremolinándose en mi interior.

Colin Green se detuvo en el primer peldaño antes de bajar el tramo de escaleras. Se pasó una mano por el pelo, parecía nervioso. Se mordió los labios.

-¿Por qué no puedes dejar las preguntas por una vez? Es solo un amiga, joder.

-¿Por qué estás enfadado?

-Porque tus celos me cansan, Alaia.

No le comprendía, pero el miedo provocó que mi corazón palpitara más rápido a medida que su enfado silencioso aumentaba.

-Si sigues así vas a echarlo todo a perder.

Fue lo último que dijo antes de descender corriendo las escaleras y dejarme al pie de éstas.

Vi el hueco por el que se había marchado aún sin comprender su actitud, su forma de hablarme, el enfado repentino que le había llevado a actuar de esa manera. Era cierto que me moría por saber quién era esa chica, qué hacía con ella, pero no lo asocié a los celos, solo a mera curiosidad. Tampoco pude decírselo, porque no me había dado la oportunidad. Se largó de allí sin apenas mirarme, nervioso, como si le hubiera descubierto haciendo algo indebido.

Ese último pensamiento solo reabrió viejas heridas, porque había una remota posibilidad de que ese no fuese su cuarto, de que algo hubiera pasado ahí dentro. Pero me negué a ello, arrojé con furia esa posibilidad al olvido porque Colin Green no me haría daño de esa manera, no después de lo que había ocurrido entre nosotros estas últimas semanas.

Subí hasta mi cuarto con miles de ideas corriendo por mi mente, cada una más dolorosa que la anterior. Cerré la puerta con fuerza, como si ahí dentro los problema son pudiesen alcanzarme. Pero lo hicieron, más fuertes que nunca.




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