Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 16

A las 08.45 de la mañana no solo Colin Green apareció por la puerta de la residencia acompañado de su amigo, y no solo él me buscó con la mirada. Erika también estaba ahí, esperándome. En cuanto me vio se acomodó a mi lado, los brazos cruzados, el ceño fruncido y el mentón levantado, claramente enfadada. Más allá, Colin Green también se fijó en ella, su rostro se volvió serio en el segundo en que ambos intercambiaron miradas. Después me dedicó una fugaz sonrisa y se alejó con su amigo.

Solo entonces me atreví a mirar a Erika, que no se había movido un solo milímetro. Ambas comenzamos a caminar al mismo tiempo, una al lado de la otra. Fue tan incómodo que me costaba trabajo creer que esa sensación viniera dada por mi mejor amiga, una que no había mencionado una sola palabra. Esperaba a que yo lo hiciera, porque en efecto, era yo quien debía hacerlo. Nuestro edificio empezaba a verse a lo lejos cuando comencé a hablar.

-Siento desaparecer ayer y no haber contestado ni a tus mensajes ni a tus llamadas- me disculpé, realmente arrepentida, porque sabía que esa reacción de Erika solo demostraba lo preocupada que había estado.

-Sabes que lleva menos de un minuto escribir una respuesta, ¿verdad? Y lo mismo para una llamada- puntualizó.

-Lo sé, no me encontraba bien.

-No es excusa.

-Siento haberte preocupado.

Mi amiga se detuvo, la imité. Me miró aún molesta, los labios fruncidos. Estudió mi rostro, y mientras lo hacía, me costó mantenerle la mirada. Pero esperé paciente, porque si se enfadaba estaba en todo su derecho. Un par de minutos después, sentí su cuerpo envolviendo el mío en un fuerte abrazo.

-No vuelvas a hacerlo, promételo.

-Lo prometo.

Cerré los ojos y disfruté del abrazo. Despacio, se separó de mí y nos encaminamos de nuevo hacia la Facultad.

La cafetería estaba hasta los topes cuando atravesamos la puerta. Los alumnos y algunos profesores se arremolinaban en torno a la barra de tal forma que era difícil divisar la enorme separación de madera clara. Los camareros corrían de un lado a otro tratando de servir a todos los que allí estaban, pero cuando tres personas parecían irse satisfechas con sus pedidos, otras cinco se disponían en torno al muro rectangular que cruzaba casi todo el espacio. No solo encontrar una mesa sería difícil, sino conseguir algo para beber.

Cuando después de algunos empujones nos abrimos paso hasta la zona más amplia donde solo había mesas, todas estaban ocupadas.

-Me da que vamos a tener que ir a otra cafetería- habló mi amiga detrás de mí.

Estaba a punto de darle la razón cuando vi una figura de alguien que conocía muy bien en la mesa más retirada. Como si se hubiera dado cuenta de que allí estaba, el chico alzó la vista y una sonrisa se dibujó no solo en sus labios, en los míos también. Caminé hasta allí con Erika pisándome los talones.

-Hola chicas- nos saludó.

-Hola Ryu- respondí.

-¿Qué haces aquí tan solito?- preguntó mi amiga.

-Terminaba unos apuntes- cerró el cuaderno. -¿Queréis la mesa? Yo ya me iba a clase.

-Nos haces un gran favor- repuso Erika, dejándose caer en una de las sillas.

-Muchas gracias- le dije.

Ryu asintió, empezó a recoger con movimientos ágiles y se echó la cartera sobre el hombro. Sujetó la tira con sus dos manos, mirándome a los ojos.

-¿Estás mejor?- pregunté, sabiendo que sabía a lo que me refería.

-Sí, ¿tú?

-También.

Nos sonreímos el uno al otro. En sus ojos solo había paz infinita, como si la preocupación, la frustración y el malestar de ayer hubiesen desaparecido, aunque no pasó desapercibida la forma en que entrecerró los ojos solo por un instante, como si algo le hubiese molestado.

-¿Seguro que estás bien?- me cercioré.

-Claro, nos vemos en otro momento.

-Adiós guapo- se despidió mi amiga.

Ryu nos dedicó una última sonrisa antes de zambullirse en la multitud.

Me deslicé en la silla en la que él había estado sentado, su aroma a lavanda seguía aferrado a aquel lugar. Erika se había recostado un poco sobre la mesa y me miraba bajo sus largas y espesas pestañas, un brillo malicioso en los ojos, una media sonrisa pícara.

-¿Y bien?- preguntó, su voz cantarina. -¿Qué me he perdido?

-Absolutamente nada.

-Sabes que no te creo.

Suspiré, poniendo los ojos en blanco.

-Ayer me encontré con Ryu, también estaba mal así que pasamos el día juntos.

La expresión de sorpresa de mi amiga parecía exagerada.

-¿¡Y no pensabas contármelo!?- gritó, aunque nadie podía escucharnos.

-No es tan relevante.

-¡Hombre que no!

-Solo nos distrajimos, no es para tanto.

-¿Qué hicísteis?

-Fuimos a un parque, charlamos, comimos y luego jugamos a videojuegos en mi cuarto.

-¿¡Le has llevado a tu habitación!?

-Estás haciendo una montaña de un grano de arena Erika.

Aparté los ojos de ella, pero no pude controlar el rubor que alcanzó mis mejillas. La forma en que mi amiga quería dibujar el día de ayer con Ryu como si fuese una cita consiguió alterarme. Porque no fue nada de eso por mucho que a ella le pareciese.

-Le hablé de Colin Green.

-Y así es como la cagas, estaba preguntándome cuándo lo harías.

Fruncí el ceño, mi amiga resopló pero decidí obviarlo.

-¿Sabes? Ayer por la noche me citó en la azotea y nos besamos- le conté, aunque preferí ahorrarme los detalles de la conversación anterior a ese beso.

Erika me miró en silencio, estudiándome como si tratara de encontrar las palabras adecuadas. Su expresión había cambiado totalmente, no había alegría en ella, solo aburrimiento.

Me preparé para el golpe.

-¿No te cansas de ir detrás de él? Suena agotador- lanzó.

-¿Por qué te alegras por lo de Ryu y no por Colin Green?

-Porque Ryu es un buen chico.

-Colin Green también lo es- le defendí.

-Claro, ¡el maravilloso Colin Green! Le ensalzas demasiado. ¿Por qué no solo le llamas Colin y ya? Parece que hablamos de un Ministro o algo así.




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