Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 20

Otro día, otra vez las 08:45 de la mañana y otro Iced Americano en la mano mientras aguardaba a las puertas de la residencia.

Cuando Colin Green salió por la puerta temblé. En silencio le rogué que se tornara, que me dedicara un solo segundo de su tiempo, que me viera por un instante. Me conformaría con eso. Clavé los ojos en su espalda, y estaba segura de que sabía que le miraba. Noté la tensión como un hilo entre los dos, conectándonos. La ansiedad era una losa pesada en mi pecho mientras él continuaba de espaldas, ignorando la situación, ignorándome a mí. Estrujé el vaso de plástico, furiosa.

Por favor gírate, mírame, dame solo eso. Por favor.

Pero no se giró, no me miró, y empezó a caminar junto con su amigo hacia su Facultad.

Me tragué las lágrimas.

La clase fue tediosa, tanto que amenazaba con quedarme dormida mientras la profesora leía una diapositiva tras otra. A mi izquierda, Erika tecleaba tan rápido que dudaba que estuviera cogiendo apuntes. Lo más seguro es que se tratara de una de esas poesías que tanto le gustan escribir y que nunca, ni siquiera a Lucas o a mí, nos permite leer. Se percató de mi mirada sobre ella, cesó un momento su escritura y me miró de soslayo. La pena y un destello de ira se arremolinaban en su rostro. Al instante siguiente volvió al ordenador, como si ese vistazo que se sintió como un puñetazo en las entrañas no hubiera ocurrido.

Tras tres horas, las clases por hoy habían terminado. Salimos de aquella aula despacio, medio adormilados y absolutamente exhaustos. Las conversaciones no eran más que débiles ruidos de fondo en aquel pasillo amplio y en tonos grises. Frente al ascensor esperaban una veintena de estudiantes. Me quedé al fondo, pegada a la pared, esperando a que el último de ellos entrase para poder cogerlo yo. Erika pasó frente a mí.

-¿Vienes a la biblioteca? Hay que terminar el trabajo- pregunté mirándola de reojo. Ella se aferró al bolso, frunció los labios.

-No puedo, tengo algo que hacer.

-De acuerdo.

-Más tarde te entrego mi parte.

Asentí y escuché sus pisadas rápidas bajando los peldaños. Suspiré. Aunque no fuera gran cosa, al menos no habíamos dejado de hablarnos. Odiaba esta situación, pero aún sentía el enfado latente entre nosotras, así que ambas habíamos optado por dejar que las cosas se enfriaran antes de hablar.

Después de comer algo rápido en la cafetería, fui a encerrarme en la biblioteca.

Busqué libros, adelanté trabajos, finalicé otros e incluso empecé a estudiar para los exámenes, todo con tal de no pensar en lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. A media tarde recibí un correo de Erika entregándome su parte de un proyecto, tal y como había dicho.

Durante el resto de las horas que estuve allí metida mantuve los ojos tan fijos como pude en las palabras. Más veces de las que me gustaría admitir luché contra el impulso de alzar la vista, y no era la primera vez que me ocurría. Caminaba por la Facultad con la cabeza gacha, porque el destino era cruel y caprichoso y no podía permitirme toparme con Ryu, estar sometida a su mirada. No tendría el valor para girar la cabeza y seguir mi camino.

La situación en torno a él era muy confusa. Por un lado sentía que no estaba haciendo lo correcto, una parte de mí me gritaba que alejarme de él era un tremendo error que me pesaría toda al vida; pero por otro lado pensaba en Colin Green, en aquella dichosa fiesta, y me obligaba a hacerlo, por él, por nosotros. Pero no era tan fuerte como creía, y me encontré buscándole en cada chico moreno que alcanzaba a ver, en cada figura alta y elegante que se cruzaba delante de mí, incluso en la sección de la biblioteca que él tanto frecuentaba.

Cuando me di cuenta de lo patética que parecía, me fui.

Llegué a mi habitación cuando la noche comenzaba a caer, el cielo se llenaba de colores y las farolas alumbraban con luces anaranjadas las calles, prácticamente vacías. Abrí la puerta perezosa, y antes de avanzar hacia el escritorio, busqué y rebusqué por todo el suelo ese trozo de papel que tanto ansiaba encontrar, pero no había nada.

Me cambié de ropa, apagué las luces de mi cuarto y me tumbé en la cama, durmiéndome con el ordenador frente a mí.

Y así un día tras otro, durante una semana.

Al séptimo no pude seguir soportándolo, así que para despejarme decidí ir a dar un paseo tan largo como me fuera posible. Conecté los auriculares al teléfono y dejé que la música engullera todos los pensamientos que no me daban ni un respiro. Anduve mirando al suelo y obviando a todas las personas que me cruzaba, escondí mi rostro dentro de la cazadora abrochada ya que el viento se sentía como cuchillas cortando mi piel.

Cuando creí que había encontrado un momento de paz en el turbulento océano de emociones, giré una esquina y alcé los ojos para descubrir a Ryu frente a mí, tan cerca que se me hizo un nudo en el estómago, tan quieto que dudaba que estuviese respirando. Me miraba desde arriba, sorprendido de encontrarme. El viento azotaba su cabello pero no con violencia, sino más bien meciéndolo a su son. Maldije lo atractivo que le vi. Y también maldije las ganas de hablarle, las palabras que se estrellaban contra mis dientes y no llegaban a salir. Apreté los puños y odié esta situación, odié hacerle partícipe de este desastre. Pero sobre todo me odié a mí misma, porque todas mis decisiones se tambalearon mientras le miraba.

-Lo siento, no puedo- logré susurrar.

El brillo de sus ojos fue disminuyendo hasta desaparecer. Era una persona horrible por hacerle esto a él, a nuestra amistad. Ryu. Antes de que él pudiera desplegar los labios para decirme algo, antes de que todo se fuera al traste si escuchaba su voz, me marché tan deprisa que no sentí un solo ápice del frío que envolvía las calles.

Mal, lo estaba haciendo todo mal.

Regresé a la residencia ahogando unas lágrimas cada vez más difíciles de soportar y notando ese océano de emociones envolverme de nuevo con una ferocidad que me asfixiaba.




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