-Te echo de menos- murmuré.
Mi mejor amiga levantó la cabeza de su bloc de dibujo. Estaba sentada en la mesa más escondida de nuestra cafetería favorita, esa en la que veden la mejor tarta de limón del mundo. Puse frente a ella una bandeja con dos pedazos de pastel, un Iced Americano y un té rojo. Erika miró la comida y la bebida, después a mí. Su silencio se me antojó eterno.
Estaba empezando a pensar que esto había sido una estupidez, que llamar a Lucas para que me dijera dónde estaba mi amiga y presentarme aquí con una tarta como ofrenda de paz no había sido más que una tontería propia de una cría. Pero Erika habló antes de que diera media vuelta.
-Yo también Alaia, muchísimo.
Traté de sonreír, pero seguía tan nerviosa que no pude hacerlo. Me mordí los labios.
-¿Puedo sentarme?
-Por favor.
Aunque aún notaba la tensión danzando entre nosotras, no pude impedir la brizna de alivio al escucharla. Erika apartó su bloc de dibujo y los lápices de encima de la mesa y lo guardó todo en su bolso. Cogió la pequeña tetera y virtió el líquido en la taza. Por mi parte, di un sorbo al café y tomé el tenedor para saborear la tarta.
-¿Cómo has sabido dónde estaba?- preguntó mi amiga, las manos alrededor de la taza.
-Lucas.
-Traidor.
Dejé que una risa se me escapara, ella también.
-No podía seguir con esta situación.
-Ha sido la peor semana de mi vida- confirmó mi amiga.
-Prométeme que no vamos a volver a enfadarnos- le pedí con urgencia.
-Nunca más, no puedo soportar estar lejos de ti.
Tomó mis manos con las suyas, nos sonreímos la una a la otra. Y aunque acabásemos de hacer las paces, todavía no estaba todo zanjado.
-Respecto a lo que pasó con...
-No- se adelantó impidiéndome hablar. Me miró más seria de lo que nunca la había visto. -Después de mucho pensar, creo que lo mejor es que no hablemos de Colin.
-¿Por qué?
-Porque es el motivo de todas nuestras discusiones, y no quiero seguir enfrentándome a ti por él, no voy a tolerarlo.
Quise rebatir, pero por la forma en que lo dijo, por la seguridad y dureza de su voz, decidí no responder. Cavilé sobre ello unos segundos, y tenía razón. A pesar de lo mucho que me gustaría poder contarle lo que ocurría, decirle cómo me sentía, desahogarme con ella y pedirle consejo, quizá lo mejor para nuestra amistad era, en efecto, no volver a hablar de él. No fue la decisión que yo habría tomado, pero era la más sabia. Así que la acepté.
-Siento mucho mi comportamiento- me disculpé.
-No es culpa tuya.
-Por supuesto que sí.
-No completamente-. La verdad se quedó flotando entre ambas. -¿Quieres ir de compras después? Tengo que renovar mi armario- sugirió cambiando de tema.
-Lo renuevas cada dos semanas Erika.
-Eso no es cierto.
Crucé los brazos, alcé una ceja. Ella colocó la sonrisa menos inocente que había visto nunca en su rostro.
-Venga, y te compro algo- añadió.
-No creo que me lo merezca- alegué en voz baja.
-Yo juzgaré eso.
El resto de la tarde la pasamos de tienda en tienda en un barrio plagado de locales vintage, cafeterías con un encanto propio y restaurantes alternativos. Era el lugar favorito de Erika, en pleno corazón de la ciudad. Se sentía como en su propio hogar. Las fachadas, antiguas y de colores desgastados, lejos de envejecer el barrio le otorgaban ese toque que lo hacía único. De los balcones pequeños y estrechos colgaban largas plantas, pequeñas bombillas y banderas de todo tipo. Algunas paredes habían sido pintadas con preciosos murales coloridos que invitaban a pararte y admirar las obras. Era un sitio único.
Después de recorrer las calles empedradas con las manos llenas de bolsas con todo tipo de ropa y complementos, regresamos a la zona universitaria. He de reconocer que pasar la tarde con mi mejor amiga fue curativo.
Estábamos en la puerta de mi residencia cuando la luz comenzaba a disminuir, advirtiendo que la noche llegaría pronto. Erika había llamado a Lucas para que viniera a buscarla después de insistir en acompañarme. Decidimos caminar, por lo que ahora estábamos tan cansadas que lo único que quería era una ducha, una buena cena y meterme en la cama hasta mañana. Si no recordaba mal, hoy había pescado en la cafetería.
El coche de Lucas apareció por la calle pocos minutos después, justo antes de que comenzásemos a temblar por el viento. Vimos los faros delanteros acercarse a nosotras, el negro mate queriendo fundirse con la noche inminente, el motor refulgiendo con fuerza. Era un coche espectacular. Antes de que llegase, Erika se giró hacia mí.
-No viene solo- dijo.
-¿A qué te refieres?
No contestó, caminó los pocos pasos que nos separaban de la calzara y esperó allí.
Lucas detuvo el vehículo, pero no apagó el motor. Alcancé a escuchar una música suave a través de los altavoces del coche. Mi amiga se agachó y le dio un beso a través de la ventanilla antes de abrir la puerta trasera y meter todas las bolsas.
Lucas me saludó desde dentro, alzando el brazo como solía hacer y sonriendo tan ampliamente que me contagió su gesto. Comencé a caminar para acercarme y hablar con él cuando la puerta del copiloto se abrió. Me detuve de inmediato, Ryu apareció por encima del coche.
Éste apoyó los brazos sobre la carrocería, entrelazó los largos dedos de sus manos y me miró fijamente. No movió un solo músculo más. Estaba esperando. Incluso a pesar de la distancia podía ver, podía sentir como me suplicaba que hiciese algo, cualquier cosa. Pero no podía, no debía.
Así que solo supe apartar la mirada.
Erika se acercó hasta mí, poniéndose delante del coche.
-Me voy ya- anunció. Miró hacia atrás, después a mí de nuevo. -¿Por qué lo haces?
-El amor conlleva sacrificios, y este es el mío- susurré.
-Ryu no debería estar involucrado.
-Lo sé, pero, ¿qué más puedo hacer?
Editado: 12.07.2025