Regresé a la residencia después de un día completo de trabajos. Había finalizado dos de ellos, pero no sirvió de nada ya que nos mandaron tres más. Comenzaba a sentir la presión del último año, sobre todo cuando en clase se discutía la pregunta más repetida del último curso: qué hacer después de finalizar los estudios universitarios.
Era algo sobre lo que aún no había pensado. Mientras que Erika tenía claro que dedicaría su futuro a la pintura, yo no tenía ningún plan. Posiblemente hiciera lo que la mayoría, especializarme en algo que me gustase y tratar de encontrar trabajo. Pero ni siquiera sabía sobre qué. Siempre había visto este momento tan lejano que nunca le había dado importancia, y ahora se me echaba el tiempo encima, y no tenía nada.
Llegué a mi habitación con el estrés del futuro sobre los hombros. Abrí la puerta despacio y solté un largo suspiro al cerrarla. Encontré la oscuridad de mi cuarto tranquila, como un lugar seguro. Por costumbre, revisé el suelo en busca de un papel que, un día más, no apareció. Di un par de pasos hacia el interior cuando un suave golpeteo en mi puerta me detuvo. ¿Qué querrá mi amiga a estas horas de la noche?
Me acerqué hasta la puerta con una sonrisa que tardó media milésima de segundo en esfumarse al ver a Colin Green bajo el umbral.
-Sígueme, ahora- espetó.
Se giró y subió las escaleras. Eran las primeras palabras que me decía en una semana y dos días, una orden clara y concisa. Me pellizqué un par de veces. Esto era muy real. Salí a trompicones de mi cuarto y le seguí hasta la azotea.
No me importó el frío, me dieron igual las nubes que amenazaban con lluvia. No me hizo falta buscarle, estaría sentado en ese pequeño tejado, oculto tras el pilar, fumando un cigarro.
Me detuve frente a él, totalmente camuflado en las sombras y la noche.
-Siéntate- dijo.
Así lo hice, y ambos nos sumimos en la oscuridad. Comencé a tiritar, mis dientes castañeteaban unos contra otros, cada vez más fuerte. Esperé a que hablara, pero no lo hizo hasta que terminó el cigarro y lo arrojó al suelo con brusquedad.
-¿Dónde te has metido esta mañana? ¿Por qué no estabas en la puerta de la residencia esperando?-. La urgencia en su voz me pilló desprevenida.
-Tenía algo importante que hacer.
Ni siquiera yo me había dado cuenta de ese detalle. No había acudido a las 08:45, todo porque solo había pensado en Ryu, en pedirle perdón. Me reprendí por ello, por haber estado tan distraída hasta el punto de olvidarme de aparecer esta mañana. Tonta, idiota.
El chico se levantó, aún no me había mirado.
-¿Eso es todo lo que querías saber?- hablé antes de que pudiera alejarse.
-Sí.
-¿Y por qué hemos subido aquí para que me lo preguntaras? ¿Por qué no hacerlo frente a mi cuarto?
Vi la tensión en los músculos de su espalda, la irritación en sus movimientos. Sin embargo, no me contestó y volvió a caminar hacia la puerta. Me levanté, no podía irse, no sin antes resolver esta situación.
-Quiero hablar contigo sobre la fiesta.
-Yo no.
-Por favor- le pedí en una súplica demasiado evidente, lo que hizo que se detuviera frente al portón negro.
Profirió un sonoro suspiro y dijo algo en voz tan baja que no pude entenderle. Se giró, pasando su peso de una pierna a otra, ladeando la cabeza.
-A ver, ¿de qué quieres hablar?-. Su voz sonaba crispada.
-¿Por qué te fuiste así?
-Estaba enfadado.
-¿Por qué?
Entrecerró los ojos y se acercó a mí, tanto que tuve que levantar el mentón para mirarle.
-¿Quién es ese chico? El asiático con el que estabas hablando.
-Un amigo.
-Tu única amiga es Erika-. La insinuación que cargaban sus palabras me enfadó.
-¿Acaso no puedo tener más?
-Solo digo que es extraño que de pronto tu nuevo amigo sea un chico.
-La amistad entre personas de sexos opuestos existe-. Escupió un bufido escondido en una risa amarga. Apreté la mandíbula, furiosa. -Tú también tienes amigas.
-Eso es diferente.
-¿Por qué? ¿Porque se trata de ti?
Nos sostuvimos la mirada durante un largo rato, la ira saltando de unos ojos a otros. Las cosas no estaban yendo bien, tenía la sensación de que todo se estaba torciendo mucho más. Colin Green cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz, su respiración lenta y profunda. Yo aproveché ese momento para tratar de calmarme. Estuvimos así otro largo rato hasta que sentí sus fríos dedos en torno a los míos, su pulgar acariciando suavemente el dorso de mi mano.
-No me gusta discutir contigo- comentó mirando el agarre de nuestras manos.
-Eres tú quien se enfadó.
-Vamos a dejar buscar culpables, ¿quieres?-. Alzó la vista, esta vez sus ojos más tranquilo. Por un segundo tuve la sensación de que no podía fiarme de él, y esa certeza me abrumó. Traté de disimular. -¿Por qué no has venido a buscarme para solucionarlo?- preguntó, el dolor cruzando su rostro. Se me encogió el corazón.
-No sabía cómo hacerlo.
-La próxima vez, pon más empeño.
-¿Qué quieres decir con...?
Sentí sus fríos dedos acariciarme la mejilla, haciéndome olvidar lo que sea que estuviese diciendo. Me temblaron las piernas cuando las comisuras de sus labios se elevaron. Me atajó hacia sí, abarazándome. Pronto noté sus manos hábiles descender por mi espalda hasta llegar a mi trasero, su aliento en mi oreja.
-Me gustas mucho Alaia- susurró. Me derretí con sus palabras. -¿Y yo? ¿Te gusto?
-Ya sabes la respuesta a eso- jadeé notando como se me erizaba el bello de todo el cuerpo.
-Dilo- ordenó, mordió mi lóbulo, apretó las manos en torno a mis glúteos.
-Me gustas, mucho- murmuré sintiendo el calor recorrer mi cuerpo.
-¿Solo tienes sentimientos por mí?
-Solo por ti.
Besó mi cuello en esos puntos exactos que me provocaban descargas eléctricas.
-¿Ese chico no significa nada?
-Nada.
Percibí su risa gutural antes de morderme la piel. Entré en un trance del que recé por no salir nunca.
Editado: 12.07.2025