Todo volvía a estar bien.
Acudía puntual cada mañana para ver a Colin Green y él me dedicaba un segundo de su atención, a veces incluso un guiño rápido. Con eso me conformaba, y no supe cuánto lo añoraba hasta que volví a tenerlo.
Con Erika el tema de Colin Green seguía vetado. Podíamos hablar de mil cosas, pero nunca de él. Aunque en el fondo me disgustara ligeramente la idea, terminé aceptándola, porque quizá si fuese lo mejor para nuestra amistad.
Ryu y yo cada vez nos acercábamos más. Parecía una broma, pero últimamente nuestros caminos se cruzaban más de lo normal. Le veía por todos lados, y cuando nos mirábamos, no podíamos evitar reírnos. A veces almorzábamos juntos, una práctica que se había convertido en uno de mis momentos favoritos. Era tan fácil y tan liviano conversar con él que sentía que estaba enganchándome poco a poco a su forma de ser. Hacía unos días que habíamos intercambiado el número de teléfono y nuestro chat era todo memes tronchantes y conversaciones con stickers. Reconozco que más de un día me quedé hasta tarde intercambiando imágenes y mordiéndome los labios para que mis carcajadas no despertasen a los estudiantes de las habitaciones contiguas a la mía. Pero lo que más me gustaba, algo que me reconfortaba y que no sabía que necesitaba hasta que ocurrió, fue tener cada mañana y cada noche un mensaje suyo al despertar y antes de acostarme. Me había acostumbrado tanto que hoy en día sería extraño no encontrarme ese mensaje, como si me faltara una pierna.
Me repetí una y otra vez que no era malo sonreír a esas palabras a través de la pantalla, que no era malo abrir los ojos y coger el teléfono rápidamente para verlas. Los amigos suelen hacer este tipo de cosas, aunque Erika y yo pocas veces nos habíamos escrito de esta forma.
Da igual, los amigos hacen eso.
Atravesé las puertas de la residencia al tiempo que le enviaba a Ryu uno de mis stickers favoritos. Él respondió al instante con uno de un perro al cual parecía que se le iban a salir los ojos. No pude contener la risa. Respondí rápidamente y bloqueé el teléfono, alzando al fin la vista.
No solo un grupo de chicos y chicas estaba delante de mí, si no que Colin Green estaba entre ellos. Me empezaron a sudar las palmas de las manos en el mismo momento en que sus ojos azules me miraron. Una vez más sus preciosos rasgos, la belleza de su rostro me dejó sin habla. Sonrió de medio lado y volvió la vista hacia el chico con el que camina todas las mañanas a su Facultad. Otro de sus amigos al que pude reconocer hablaba animadamente con tres chicas, unas escuchando más atentas que otras. Descubrí a dos de ellas desviando la mirada hacia Colin Green, quien pareció no percatarse de ello. Los ojos de ella refulgían deseo, uno tan palpable que podía caldear el ambiente. Quería tener sexo con él, y me ponía enferma ese pensamiento. A pesar de que Colin Green y yo no hayamos pasado de los besos, sé que en algún momento el sexo va a llegar, como en toda relación. Y solo espero que sea tan mágico como lo he imaginado.
Las puertas del ascensor se abrieron y todo el grupo se agachó para recoger unas bolsas de plástico que había a sus pies, unas que pasaron totalmente inadvertidas para mí. Cada uno llevaba un par, y algunas parecían bastante pesadas pues los músculos de los chicos se marcaban al sostenerlas. Clavé la mirada en el brazo de Colin Green, definido y voluminoso bajo la sudadera. Tuve que contenerme para no emitir un suspiro.
Uno tras otro, todos fueron subiéndose al ascensor y apiñándose al fondo de éste. Paso tras paso fui acercándome hasta las puertas, viendo el espacio reducido cada vez más lleno. El corazón me martilleó en el pecho, respiré hondo antes de poner un pie en el aparato. El silencio de los que ya estaban dentro era sepulcral, y sentí todos sus ojos sobre mí. Despacio, introduje mi cuerpo dentro del ascensor y me acomodé en el centro para evitar que las puertas hicieran un sándwich conmigo cuando se cerraran. Tenía el cuerpo agarrotado, la tensión impidiéndome que respirara con normalidad. No cerré los ojos, pero sí bajé la vista hasta mis zapatillas. Rogué para que esa puertas se cerraran y para que este momento se terminara cuanto antes.
Rogué en silencio, tan fuerte como pude, pero ocurrió totalmente lo contrario.
Un pitido agudo y estridente comenzó a sonar, uno que inundó el espacio y seguramente parte del vestíbulo de la residencia.
No. No, no, no.
Abrí tanto los ojos que me dolieron y alcé lentamente la vista hasta el panel de control del ascensor. La pequeña pantalla iluminada en rojo parpadeaba, en ella una irritante y vergonzosa figura de triángulo con una exclamación en el centro.
No, no, no, ¡joder!
No podía estar sucediendo esto, no ahora, no aquí. Sabía lo que significaba, lo que conllevaba que esa luz se estuviese emitiendo, que ese pitido resonase con fuerza. No tenía que haberlo hecho, pero paseé mis ojos por todos los chicos y chicas que estaban en ese ascensor. No había ni uno que no me estuviese mirando, incluido Colin Green. Todos ellos mantenían una expresión de incomodidad, los labios tensos eran una fina línea, los ojos abiertos por la sorpresa y el desconcierto. Pero todos me miraban, porque sabían que yo era la culpable de esta situación.
Mierda, MIERDA.
Cuando pensé que la situación ya no podía ser más humillante, que esa luz y ese pitido serían la marca de mi vergüenza y tendría que cargar con ella tanto tiempo como me quedase en este lugar, escuché otro sonido por encima del pitido. También agudo, pero ni la mitad de horrible que el inicial. Era una risa acentuada, intensa aunque breve al mismo tiempo, una que débilmente trataron de disimular. Busqué a la chica que la había emitido, y la encontré. La mano sobre sus labios, la mirada bailando entre mi figura y su cómplice amiga, quien se mordía los carillos para no reír. La tercera de ellas fue más descarada, giró la cabeza, ocultando su rostro. Pero a pesar de sus esfuerzos, todos fueron en vano, pues seguía escuchando sus risas.
Editado: 05.08.2025