Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 27

Ese algo empañaba todos los días de mi vida, ese algo no me dejaba dormir, ese algo me perseguía como una sombra era cada vez más fuerte. Lo notaba hacerse más grande y más negro con el paso del tiempo, se sentía frío y solitario. Me asustaba lo profundo que pudiese ser, me asustaba acercarme demasiado y no poder volver a alejarme. Lo miraba con curiosidad y precaución, pensaba sobre ello el menor tiempo posible. Pero no podía negar que vivía en mí, cada vez más arraigado.

Es por eso que había perdido el interés por las cosas más banales del día a día como escoger la ropa todas las mañanas o hacerme algún tipo de peinado. Me levantaba con una sensación de pesadez que me llevaba mi esfuerzo arrastrarme fuera de la cama, escogía un vaquero, una sudadera y una cazadora, me lavaba la cara y los dientes, cepillaba mi pelo y salía por la puerta de la residencia para estar a las 08:45 clavada en la entrada, esperando.

Colin Green lucía radiante cada mañana, me pregunté cómo lo hacía para verse siempre tan impecable y tan hermoso. Me echaba miradas fugaces desde las escaleras del edificio antes de darse la vuelta y caminar hacia clase.

Aún no habíamos hablado de la noche de Halloween, y ya había pasado una semana.

Me arrastré hasta mi aula y me dejé caer en la silla al tiempo que Erika cruzaba el umbral de la puerta, un vaso de café en la mano y un par de coletitas que sobresalían de su gorro de lana.

-Dime por favor que tienes los apuntes de los temas tres y cuatro de esta asignatura- me pidió dejando su bolso sobre el escritorio de madera oscuro.

-Sí, los tengo.

-Eres mi salvación- sonrió, dándome un abrazo y unos cuantos besos por la cabeza.

-La pregunta es, ¿por qué no los tienes tú?

-No lo sé, yo juraría que tomé apuntes, pero desaparecieron.

-¿Cómo has podido perder doscientas hojas?

Mi amiga se sentó despacio en la silla, el rostro pálido.

-¿Cuántas?-. Me aguanté la risa. -Espera, ¿cuántos temas son en total?

-Veinte- comenté abriendo el ordenador.

-A doscientas hojas cada tema...- empezó a contar. -Genial, voy a suspender.

El profesor entró en el aula y las voces se convirtieron en susurros.

-Aún tienes tiempo para estudiar- le tranquilicé.

-¿Vamos después a la biblioteca? Necesito rebajar la ansiedad que acaba de entrarme.

Asentí mordiéndome los labios.

Las clases esa mañana fueron aburridas, exageradamente largas y llenas de advertencias sobre lo complicado que serían los exámenes ya que estábamos en el último curso. Llegué a pensar que a los profesores les hacía gracia meternos miedo y presión, sino, no comprendía porqué hacían que nuestros niveles de estrés se disparasen día sí y día también.

Erika y yo fuimos hasta la biblioteca, sorprendiéndonos con lo abarrotada que estaba. Dimos vueltas y vueltas, pero no encontramos un solo sitio libre. Volvimos a los pasillos principales.

-Fíjate, hasta las mesas con ordenador están cogidas- me señaló Erika.

-¿Qué hacemos? ¿Vamos a la cafetería?

-Demasiado ruido- alegó mi amiga.

-Pues ya me dirás tú, como no nos sentemos en el suelo...

Erika se pellizcó los labios, algo que hacía muy a menudo cuando pensaba. Giraba sobre sí misma, buscando una alternativa. Mientras tanto, saqué mi teléfono del bolsillo de la sudadera entrando directamente a la conversación con Ryu, inactiva desde la noche de Halloween. Aunque él me mandó stickers y memes bastante graciosos, no fui capaz de contestarle. Ni siquiera sabía porqué le ignoraba, solo que necesitaba un poco de espacio. Alejarme.

Esperaba estar haciendo lo correcto.

-¡Ya lo tengo! Quizá no se a lo más tranquilo, pero es mejor que la cafetería.

Erika me llevó hasta la sala de trabajos, estaba repleta. Si había diez mesas para seis personas, todas estaban ocupadas, los alumnos comenzaban a ponerse las pilas. Oteé el lugar en busca de un sitio con la mínima esperanza, pero encontré justo lo que no quería.

-¿Qué hace él aquí?- susurré a mi amiga. Le buscó por la sala.

-Estudiar no, eso seguro

-Esto es una biblioteca.

-Y está demasiado lejos de su Facultad- apuntó ella con perspicacia, me hizo dudar.

Colin Green se encontraba junto a su amigo, ese con el que camina cada mañana, y dos chicas a las que no había visto nunca. Mientras que dos de ellos mantenían la cabeza gacha sobre sus apuntes, él reía y hablaba con una de las chicas, de cabello oscuro y piel pálida. Las miradas que ambos cruzaban eran intensas, sofocantes.

Un par de chicas pasaron por nuestro lado y abandonaron la sala al tiempo que Colin Green levantaba la vista hacia mí, como si hubiera tenido la sensación de que alguien le observaba. Su risa se borró de un plumazo y frunció los labios. Le mantuve la mirada, seria, con esa sensación ardiente en el estómago. No negaré que estaba celosa de ver que mantenía esa complicidad con otra chica.

-¡Mira, dos sitios! Y en la mejor mesa de todas- habló Erika a mi lado, no la miré.

Tiró de mi brazo mientras yo seguía con la vista fija en el chico rubio, que siguió mi movimiento por el espacio hasta que mis piernas chocaron con una silla.

Deshice el contacto visual para toparme con otro par de ojos tan oscuros como una noche sin estrellas, tan sorprendidos que fue incapaz de disimularlo.

-Hola bombón- saludó Erika.

Ryu ni siquiera respondió. Mi amiga tomó asiento y empezó a sacar sus cosas tratando de no molestar al otro chico que ocupaba la silla frente a ella. Era la única mesa de cuatro personas en toda la sala, la más apartada y la que menos acceso a luz natural tenía.

Puse las manos sobre el respaldo de la silla, lo apreté con fuerza y la deslicé tratando de hacer el menor ruido posible. Ryu seguía mirándome con una expresión gélida. Observó cada uno de mis movimientos hasta que me senté. No traté de adivinar qué reflejaban sus ojos, me dio miedo averiguarlo. ¿Odio? ¿Decepción? ¿Pena? No estaba preparada para que sintiera todo eso hacia mí, así que me escondí tras la pantalla de mi ordenador y no volví a alzar la vista. Al otro lado de la sala y con un ángulo de visión perfecto entre ambos, Colin Green me miraba con una ceja alzada. Me encogí de hombros pidiéndole perdón sin saber porqué. Su rostro me gritó en ese momento que iba a pagar por haberme sentado allí.




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