Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 28

Dos días más tardó en llegarme una nota de Colin Green.

Subí a la azotea unos minutos antes, habíamos quedado a la una de la madrugada. Hacía un frío terrible. Esperé paciente a que llegase, nerviosa e imaginándome miles de conversaciones. En el trozo de papel no ponía nada más que la hora, así que no sabía qué esperar de él, qué querría decirme.

Dejé de sentir los dedos de los pies pasada media hora y trataba de calentarme las manos soplando en ellas. Después de lo que ocurrió en la biblioteca, solo volví a cruzarme con él por las mañanas. Aún me miraba cuando salía de la residencia, y yo todavía sentía que estaba profundamente enamorada de él cuando lo hacía, a pesar de que su actitud se había vuelto más extraña e impredecible.

Miré la hora en mi teléfono, ya habían pasado las dos de la madrugada y no había aparecido. Daba vueltas por el espacio para impedir que mis huesos se congelasen. El silencio era tal que podía escuchar mi respiración, el vaho salía de mis labios.

Empecé a impacientarme cuando a las dos y media no daba señales. Pensé que a lo mejor se había entretenido estudiando. Cavilé sobre la posibilidad de que quizá estaba tan cansado que se había echado una cabezada y se quedó dormido, que tal vez le había surgido algo importante y no podía presentarse. No tenía su número de teléfono, no conocía cuál era su habitación, así que avisarme de su retraso le era imposible. Cualquier cosa antes que creer que se había olvidado de nuestro encuentro. Pero el tiempo pasaba, y no aparecía.

Desesperada y enfadada cuando el reloj dio las tres de la madrugada, me encaminé hacia la puerta con la total certeza de que no subiría. Me había dejado tirada, era un hecho. Posé la mano sobre el picaporte, pero la puerta se abrió sin que yo la accionara. El rostro de Colin Green me devolvió la mirada al otro lado del umbral. Ahí estaba, dos horas tarde.

-Has aparecido- susurré.

Me empujó fuera y cerró la puerta. Su pelo se veía húmedo, sus ojos cansados. Nos sentamos sobre ese pequeño tejado, demasiado conocido para ambos. Se mantuvo callado, mirando al horizonte. Moví las piernas, convenciéndome de que era para mantener el poco calor que me quedaba en vez de por expulsar los nervios que me encogían el pecho.

No dije nada hasta que él lo hizo.

-¿Por qué me haces esto?- preguntó.

No sabía qué esperaba que dijera primero, pero me dolió ver que no fue una disculpa por su tardanza. Lo dejé pasar, al fin y al cabo, ahí estaba.

-¿A qué te refieres?

-Siempre que te veo estás con ese chico, es como si trataras de ponerme celoso. ¿Acaso buscas algo más allá de una amistad?

-El que tonteó con otra chica delante de mí, y de forma muy descarada, por cierto, fuiste tú.

No supe como tuve el valor para decirle eso, pero lo hice. Me sentí orgullosa y aterrada al mismo tiempo. Se rió, bajó la mirada.

-No lo has negado- replicó obviando mis palabras.

Suspiré profundamente.

-No quiero nada con Ryu.

-Ryu- repitió el nombre, no me gustó cómo sonó en sus labios.

-Solo somos...

-Amigos, sí, deja de repetirlo.

Su actitud pasivo-agresiva me estaba desquiciando.

-¿Eso es lo que querías decirme?- pregunté.

-No, yo quería pasar tiempo contigo, pero al verte me he dado cuenta de que sigo muy enfadado.

Parpadeé, sorprendida.

-¿Por qué eres tú quién se enfada?

-Te pedí que vinieras a la fiesta de Halloween y preferiste pasar la noche con él, en la biblioteca te sentaste en su mesa, ¿y no puedo estar molesto?

-Le tocaste el culo a esa chica en mi cara, ¿cómo debería sentirme yo?- me defendí.

-¿Y me culpas por buscar afecto en otras cuando tú no me lo das?

-Eso es muy injusto.

-Vale, olvídalo, contigo no se puede hablar.

No sabía qué decir, cómo reaccionar. Sus reproches me parecían desproporcionados. Sí es verdad que últimamente he estado más con Ryu, me apetece y no sé ni porqué, pero sentía que estaba sacando las cosas de lugar. Aún así, me asustaban las consecuencias.

-¿Qué quieres que haga?- pregunté, un deje de ansiedad en mi voz.

-No lo sé, las cosas están muy mal entre nosotros.

Sentí el mundo sobre mí una vez más.

-¿Qué quieres decir con eso?

-A lo mejor necesitamos un tiempo.

No.

No acababa de decir eso.

No estaba intentando dejarme, no ahora que por fin le tenía.

Las lágrimas se anegaron a mis ojos, les di rienda suelta.

-Oye, podemos solucionarlo, podemos volver a...

-Me agobias, Alaia-. Tenía que ser una broma, no podía hablar en serio. -Necesito espacio, estar lejos de ti una temporada.

No pude evitar el sollozo.

-Por favor...

Se levantó y exhaló una gran bocanada de aire, como quien acaba de quitarse un peso de encima. Yo era ese peso, y él se estaba liberando. Me sentí morir en ese instante.

-Déjame arreglarlo- le supliqué.

-No hay nada que puedas hacer.

Estaba siendo muy duro con sus palabras, tajante, y todas ellas se estaban clavando con tal fuerza que sus cicatrices serían difíciles de ocultar. Me estaba destruyendo y parecía no darse cuenta.

Me levanté y le abracé por la espalda. Él no se movió.

-No me dejes, por favor- rogué.

No dijo nada, y yo lloré sobre su espalda. Absorbí su olor, a puro tabaco, ya tan familiar que me negaba a dejarlo ir.

-Suéltame, no seas cría- ordenó, pero clavé los dedos en su pecho aún más fuerte.

-No puedo dejarte ir- gimoteé.

-Es lo mejor para los dos.

-Para mí no, no sé qué voy a hacer sin ti.

-No es un adiós definitivo.

Y esas palabras fueron mi rayo de esperanza, así que me aferré a ellas como si fueran la última ráfaga de aire a la que mis pulmones pudieran acceder.

-¿Qué quieres decir?

Atrapó mis manos y me obligó a soltarle. Dio un paso, alejándose de mí. Solo podía ver su espalda borrosa por las lágrimas.

-Tú espérame, y algún día, volveré- aclaró.




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