Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 30

Hoy era un día muy especial para mi amiga, se celebraba la XX Edición de RECONOCE MI ARTE, una exposición donde solo aquellos artistas que sobresalían eran concedidos con el honor de presentar algunas de sus pinturas en una galería de arte a la que acudirían ojos expertos que podían suponer una diferencia considerable en el futuro de las jóvenes promesas.

Erika era una de ellos.

Pasé la tarde preparándome, haciéndome un maquillaje lo más sofisticado que pudiera y pensando en algún peinado que no requiriese demasiada habilidad. Pero mi punto débil era la ropa. En un principio tenía pensado acudir con algún conjunto normal, sin sudadera, pero esta mañana, tras pedirnos perdón mutuamente por nuestra actitud ayer, Erika me aseguró que en el sitio donde se exhibían las obras había que acceder con prendas dignas de la ópera. Por ello, durante una hora, estuve sentada frente al armario, devanándome los sesos en busca de alguna opción.

Cuando estaba a punto de tirar la toalla y quedar en ridículo frente a todas esas personas, aporrearon la puerta de mi habitación.

-¡Servicio a domicilio!- escuché gritar a Lucas a través de la madera. Me apresuré a abrir.

-¿Qué haces aquí tan pronto?-. Se había presentado una hora antes de lo acordado. -¿Y qué llevas ahí?- señalé a la amplia caja que sostenía en sus manos.

Lucas me guiñó un ojo, entrando en mi cuarto y depositando el paquete sobre mi cama. Se arregló las mangas de un elegante elegante traje negro a juego con unos zapatos brillantes, de punta, y una camisa satinada púrpura. Algunos tatuajes sobresalían por el cuello y las mangas, extendiéndose por sus manos. Se había peinado con cuidado y recogido el pelo en un moño perfectamente hecho.

-¡Estás impresionante!- comenté.

-¿Te gusta? Erika me obligó a comprármelo la semana pasada- explicó.

-Pareces un joven ejecutivo al mando de una docena de empresas.

-Esa es la idea-. Se ajustó el cuello de la americana entallada. -Y esto es para ti, de parte de mi controladora, preciosa y exitosa novia.

Me acerqué hasta la caja, de un precioso tono granate y con un lazo de tul más claro envolviéndola. Lo deshice con cuidado, aprecié su suavidad. Levanté la tapa para encontrarme una nota sobre el papel maché blanco.

Supuse que no tendrías nada que ponerte y quiero que te veas preciosa. Lo vi y pensé en ti de inmediato, estarás deslumbrante.

¡Te quiero! -E.

Dejé la tarjeta sobre la colcha de la cama y saqué del paquete el innecesario aunque precioso regalo de Erika.

El color de la caja era exactamente del mismo tono que el vestido, una pieza de corte recto por las rodillas, manga larga y cuello alto. La prenda resplandecía como si las estrellas hubiesen sido aplicadas con máximo cuidado sobre una tela bañada por el más caro de los vinos. La encontré una pieza única, deslumbrante y hermosa. Y era para mí.

-Estoy deseando ver cómo te queda- habló Lucas.

-Es demasiado, Erika no tenía porqué.

-No digas bobadas, seguro que estás preciosa con el puesto.

Miré a mi amigo, las manos me temblaban.

-¿Lo piensas de verdad?

-Hasta un saco de patatas te quedaría bien- me dio un beso en la cabeza. -Te espero aquí.

Fui al baño con esa obra de arte en mis manos y miles de dudas embotándome la cabeza. Con sumo cuidado fui deslizándolo por mi cuerpo. Cuando estuve lista me giré hacia el espejo que tenía sobre el lavabo, admirando como el maquillaje combinaba perfectamente. El color de mis labios se asemejaba al de la prenda y las sombras oscuras junto con las pestañas hacían mi mirada más profunda. El peinado, una coleta alta y trenzada de la que saqué algunos mechones desenfadados para restarle seriedad, combinaba perfectamente con el corte de la prenda.

Todo se acoplaba espectacularmente bien. Quise llorar.

Salí por la puerta temblorosa.

-Nunca te había visto tan espléndida- cortó el silencio Lucas.

-No pensé que un vestido pudiese quedarme tan bien.

-En la caja también había esto-. Me tendió un pequeño bolso granate, más sencillo que el vestido, de correa corta y cierre de clip. -Erika ha pensado en todo.

-Lo ha hecho- respondí al borde del llanto.

Lucas me abrazó, me dejé querer por él. Secó una lágrima que rodaba por mi rostro.

-Vamos a disfrutar- añadió. Asentí, sabiendo que nada podría estropear este momento.

Cogí del armario un par de botas con tacón y me senté en la silla.

-Alaia, tu teléfono está sonando- me informó Lucas.

-¿Quién es?

-María-. La novia de mi padre.

-Luego la llamo, cuelga.

-¿Lista?- preguntó, tendiéndome el teléfono.

-Lista.

Salimos de la residencia, yo sosteniendo su brazo que como todo un caballero me había ofrecido, y nos dirigimos hasta el coche. Nos cruzamos con algunas personas que se quedaron observándonos, y por primera vez, a pesar de los fantasmas que susurraban sin cesar en mis oídos, me sentí verdaderamente empoderada, como si ese vestido me hubiera dado las fuerzas para ello. O tal vez fue mi autoestima que decidió salir del agujero en el que se había escondido hacía años y ahora miraba el mundo con distintos ojos.

Tardamos casi una hora en llegar a la exposición, el tráfico era horroroso. Lucas encontró un sitio cerca de la entrada, y una vez apagó el motor se apresuró a abrir mi puerta. Negué con una sonrisa mientras aceptaba su mano. Ninguno de los dos llevábamos chaqueta, así que caminamos rápido hasta la entrada, donde una pequeña fila de personas esperaba. Descubrí que todos vestían con prendas finas y elegantes dignas de una gala de premios. Mi vestido no desentonaba en absoluto, y agradecí profundamente a mi amiga el haberlo comprado. Si me hubiese presentado con cualquiera de mis conjuntos pantalón-camiseta, estoy segura que no me hubieran dejado pasar.

Avanzamos más rápido de lo que pensé, por lo que no tuvimos que soportar mucho el frío gélido que congelaba los huesos. Un señor nos esperaba en la puerta. Era alto, de pelo moreno y enfundado en un precioso traje negro con corbata fina del mismo color.




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