Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 32

Las primeras 24H transcurrieron sin cambios. Esa tarde pude volver a entrar a verle, y esta vez no salí corriendo, aunque lloré durante casi la media hora que estuve allí, escuchando los ruidos de las máquinas. Era una imagen tan similar a la de mi madre que a veces me obligaba a apartar la mirada para poder sobrellevarlo.

Aún tenía una mezcla de sentimientos que debía poner en orden. Culpabilidad, tristeza, frustración, enfado, miedo eran solo algunos de ellos. Cuando me sobrepasaban volvía a salir del hospital, a llorar sobre el pecho de Ryu, en el hombro de Erika, en brazos de Lucas. Incluso María me ofrecía las pocas fuerzas que le quedaban para ayudarme a sentirme mejor, pero lo cierto es que ambas estábamos igual de devastadas. La presencia de mis amigos era un alivio, una vía de escape muy eficaz, pero algún día ellos no estarían, y ese momento llegó esa misma tarde.

-Debéis regresar- repetí por cuarta vez.

-No, fin del tema- zanjó Erika, cruzándose de brazos.

-Si tú no vienes, nos quedamos- se sumó Ryu a su causa.

-Lucas...- busqué apoyo.

-Ya no hacemos nada aquí, y allí tenemos clases, proyectos...

-Dijo el alumno del año- le reprochó Erika.

-Oye, intento hacer las cosas fáciles.

Mi amiga puso los ojos en blanco, Lucas se encogió de hombros.

Era una decisión que había estado pesando esa misma noche en la sala de espera del hospital. Agradecía su amabilidad y apoyo, pero no podían dar de lado las clases, mucho menos cuando era el último año de todos. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y este mes era crucial para ellos. No podían jugarse algo tan importante solo porque yo fuese a quedarme.

-¿Y si nos necesitas? ¿Y si mañana quieres que te abrace? ¡A cuatro horas de distancia no voy a poder!- se quejaba Erika.

-Te llamaré por teléfono, así me consolarás.

-No es lo mismo.

-Por favor, voy a necesitar tus apuntes si quiero tener una mínima posibilidad de aprobar y sacarme la carrera- traté de convencerla. Me miró dubitativa.

-¿Qué vamos a hacer allí sin ti?- preguntó Ryu.

-Ir a clase, estudiar, hacer trabajos- respondí.

-No me estás convenciendo.

-Beber café, asistir a fiestas, organizar una noche de juegos de mesa- lancé ideas.

Ryu me miró con los brazos en jarras, una ceja en alto.

-Serías una pésima vendedora, que lo sepas- dijo.

-Por favor chicos, no puedo reteneros aquí.

-No nos retienes, nos quedamos porque queremos- apuntó Erika.

Me masajeé el punte de la nariz. Adoraba esta actitud perseverante, pero necesitaba que lo comprendieran. Era una situación difícil, María y yo vivíamos más tiempo en el hospital que en casa y no era un ambiente en el que me gustaba que estuvieran, sobre todo cuando tenían cientos de cosas que hacer.

-Chicos, Alaia nos llamará si tiene algún problema. Si las cosas se ponen feas y nos necesita nos pedirá que vengamos, pero no podemos ser egoístas ahora- habló Lucas, todos le miramos. -No porque nosotros creamos que estamos actuando correctamente significa que sea cierto. Escuchadlas, si nos piden que nos vayamos, es lo que tenemos que hacer.

Hubo un instante de silencio.

-No quiero decirlo, pero tienes razón-. Ryu fue el primero en comenzar a dar su brazo a torcer.

-¿Y si vuelves a tener un ataque de ansiedad? ¿Y si hay que acercarte a casa, o a María? ¿Y si...?

-Cariño, respira-. Lucas puso las manos en los hombros de Erika.

-Ambas tenemos el carnet de conducir y el coche de mi padre está en el garaje, podemos usarlo cuando queramos. Y si tengo un ataque de ansiedad al menos estoy rodeada de médicos.

-No es gracioso- espetó mi amiga.

-Por favor Erika, te prometo que te llamaré dos veces al día.

-Tres.

-De acuerdo.

-Y una de ellas en videollamada.

-Hecho- sonreí.

Me acerqué a ella, nos fundimos en un fuerte abrazo.

Pronuncié un silencioso gracias con los labios que solo Lucas vio y al que respondió con una cálida sonrisa. Era un cómplice perfecto.

Solo quedaba Ryu, las manos en los bolsillos.

-Supongo que ya está todo dicho.

-Así es- confirmé.

-Yo también quiero que me llames.

-¿Me vas a exigir con vídeo?

-Bueno, si insistes.

Le golpeé sutilmente y fui directa a su pecho. Su olor a lavanda calmó algunos malos pensamientos y casi le pedí que se quedara, pero tenía que pensar en ellos incluso cuando ninguno lo hacía. Me demoré un poco más en los brazos de Ryu que en cualquier otros.

Una vez María se reunió con nosotros y despidió a mis amigos, Lucas me llevó hasta mi casa para que pudiera coger algunas cosas. Frente a ella nos volvimos a despedir, aguanté las lágrimas hasta que doblaron la esquina y estuve sola.

Vi la vivienda frente a mí, siempre me pareció excesiva.

Cuando formalizaron su relación, mi padre y yo nos trasladamos a casa de María. Vendimos el piso y nos mudamos con las pocas cosas que teníamos.

El interior olía a jazmín y parecía tan limpio como si cada día alguien hiciese la casa sin dejarse un solo rincón por limpiar. Nunca supe el secreto de María, trabajaba y cuidaba de mi padre a tiempo completo así que cómo conseguía mantener la casa en orden seguía siendo un misterio. Subí las escaleras hasta mi cuarto, ridículamente espacioso. En la mochila que ya llevaba metí más ropa interior, otro chándal, el cargador del teléfono y un libro que dejé a medias en verano con la esperanza de acabarlo.

Cuando fui al cuarto que María y mi padre compartían volví a llorar lágrimas silenciosas. Metí en la mochila ropa, productos de aseo y el iPad. Me detuve cuando vi los efectos personales de mi padre sobre la mesilla de noche, María los trajo a casa por miedo a perderlos. Solo tuve ojos para los anillos, un aro plateado que compartía con su mujer actual, adquirido el día que se hicieron pareja de hecho, y la alianza de oro que aún conservaba de su boda con mi madre.




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