Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 33

Mi padre llevaba tres horas en el quirófano.

María podría haber hecho un agujero en el suelo de la cantidad de vueltas que daba sobre sí misma, en completo silencio. Por mi parte, comenzaba a ser doloroso seguir sentada en las incómodas sillas de plástico que había en la sala de espera. No podíamos comunicarnos con el personal sanitario porque todo lo que teníamos que hacer era esperar la llamada del cirujano en un máximo de seis horas. Nos recomendaron salir a dar una vuelta, ir a comer, pero ninguna quisimos movernos de esta planta, una vaga forma por sentirnos más cerca de él.

Cuando se cumplió la quinta hora, me desquicié.

-Voy a tomar el aire cinco minutos, ¿te traigo algo de la cafetería?- avisé a María.

-Estoy bien, gracias Alaia.

Bajé hasta la planta principal y atravesé las puertas giratorias dándome de bruces con el ambiente gélido. Sentí que el frescor del aire eliminaba los restos de desinfectante que el hospital me había impregnado por todas partes. Lo disfruté con los ojos cerrados todo el tiempo que pude hasta que mi teléfono comenzó a sonar. Creí que era María, pero se trataba de Erika haciendo una videollamada.

-¿Cómo va la operación? ¿Ya sabéis algo?

-Aún seguimos esperando- respondí.

-¿Tú cómo estás?

-Ha llegado un punto que no sé qué responder a eso.

-Siento mucho no estar allí.

-Tienes una vida Erika- la excusé.

-Ya, pero yo quie...-. Un ruido distrajo a mi amiga. -Tiene que ser una broma.

-¿Qué te parece, cariño?

-Lucas, ¿dónde narices pretendes dejar eso?

La pantalla se movió al tiempo que mi amiga lo hacía, de pronto me encontré con la imagen de su novio sosteniendo orgulloso una mesilla de tres cajones que había vivido tiempos mejores a juzgar por lo escascarillada y falta de color que estaba. No pude evitar sonreír.

-¿Qué piensas hacer con eso?- pregunté.

-Voy a restaurarla, quedará genial en mi habitación.

-¿Ese es tu nuevo hobbie?

-Es más bien una tortura- se quejó mi amiga.

Ambos mantuvieron una pequeña discusión que me hizo reír, no recordaba lo bien que sentía un sentimiento distinto a la preocupación y el constante miedo. La cámara comenzó a moverse por el pasillo, se detuvo ante una puerta y lo siguiente que vi fue a Ryu ataviado con un chándal frente a un lienzo a medio pintar. Su sonrisa inundó la pantalla cuando mi amiga le pasó el teléfono y se fue para continuar la discusión con su novio.

-¿Se puede saber qué les pasa?- quiso saber Ryu mientras se retiraba unos pequeños auriculares.

-Lucas está haciendo cosas de Lucas y Erika intenta controlar su TDA como puede- resumí.

La risa que dejó escapar provocó que mi corazón brincara.

-¿Cómo va la operación de tu padre?

-Aún no sabemos nada-. La alegría que percibí hace unos segundos comenzaba a hacerse pequeña, quise aferrarme a ella un poco más. -Distráeme, cuéntame qué estabas pintando- pedí.

-No era algo concreto, solo lo hacía para desahogarme.

-¿Qué te sucede?

-Mis padres, los estándares asiáticos, el poco valor que tiene mi idea de futuro allí, esas cosas.

El hastío de su voz era tal que me sobrecogió, o tal vez fuese la verdad que esas palabras significaban, la realidad de que algún día Ryu volvería a su país, a miles de kilómetros de distancia.

-No te preocupes por eso todavía, aún queda mucho tiempo- añadió como si hubiera escuchado mis pensamientos.

-Tampoco tanto.

-Siempre tan positiva- se burló.

-¿Cuándo te irás?

-No deberíamos hablar de eso.

-Por favor, necesito saberlo.

-Principios de Julio- respondió con pesadez.

Faltaban muchos meses, pero lo sentí como si fuera a ocurrir mañana mismo.

-¿Te importa si hablamos en otro momento?

-Claro que no, pero Alaia, no malgastes tu tiempo pensando en que me voy, tienes algo mucho más importante en lo que invertirlo, y es en la recuperación de tu padre.

-Lo sé, es solo que...

Ni siquiera pude terminar, no supe darle forma al pensamiento que me rondaba.

-Tranquila, voy a mediar entre los dos críos que siguen discutiendo en el salón antes de que se lancen cosas, llámanos cuando quieras, ¿de acuerdo?

-Gracias, por todo.

Me deleité en su perfecta sonrisa y sus hoyuelos marcados antes de colgar.

¿Qué se supone que estaba haciendo? El tiempo corría, no paraba, no esperaba y me asfixiaba ser consciente cada vez más de que era una mera espectadora de mi propia vida.

La operación, aunque complicada, transcurrió perfectamente. A mi padre volvieron a trasladarle a la UCI, así que María y yo aguardamos hasta las seis de la tarde para poder verle. Aún estaba dormido y enganchado a múltiples máquinas, pero su pronóstico había mejorado ligeramente. Acaricié su mano y besé su frente mientras le observaba. Me aferré a la esperanza.

Un par de días después ya no me impresionaba tanto como al principio verle rodeado de cables, quizá se debía a que sustituyeron el tubo de plástico que le atravesaba la garganta por uno más fino colocado en la nariz. Y aunque tenía unas ojeras muy marcadas y la piel aún pálida, estaba despierto y podía hablar. Me acerqué con cuidado de no tocar ningún cable y sostuve su mano.

-Te veo mejor- hablé. Era lo primero que le decía en cinco días.

-Aún duele- susurró.

Tuve que hacer un esfuerzo porque no se me saltaran las lágrimas al escuchar su voz.

-La recuperación será larga- apunté.

-No me ayudas.

Sonreí, esa pequeña broma demostraba muchas cosas, tantas que esta vez no pude controlar el llanto. Mi padre me observaba con tristeza.

-Hija, yo...

-Shh- le corté acariciando su rostro. -Hablaremos cuando te hayas recuperado, ¿vale?

Asintió despacio. Apoyé mi cabeza sobre su brazo, mi mano en torno a la suya y nos quedamos en silencio el resto del tiempo, pero se sentía bien, como una tirita en el alma.




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