Los días pasaban, las semanas pasaban.
Noviembre se esfumó dejando paso a un luminoso y ruidoso Diciembre.
El frío y lluvioso Otoño se convirtió en un mucho más gélido y ventoso Invierno.
Sin embargo, en el hospital, las estaciones, los meses no parecían variar. Ni siquiera nos habríamos dado cuenta de no ser porque los pasillos y las salas comunes comenzaron a ser adornadas con guirnaldas y árboles llenos de bolas de colores y luces blancas. Habían pasado seis semanas desde que mi padre ingresó grave en la UCI, tres desde el día que le trasladaron de planta, y su estado de salud seguía siendo delicado. Su corazón parecía volver a funcionar correctamente, pero el peso continuaba siendo una irritante molestia. Estaba obligado a adelgazar, de lo contrario este episodio podría volver a repetirse y la próxima vez quizá no tendría tanta suerte. Así que aquí seguíamos, entre estas paredes grises a la espera de que bajara los kilos que le habían impuesto.
-Estoy harto, quiero irme a casa.
-Javier, ¿podrías comportarte como un hombre adulto y comerte el caldo?- se quejó María.
Mi padre le echó un vistazo.
-Es agua sucia, seguro que ahí han metido unos calcetines apestosos.
Me mordí los labios para evitar reírme, pero mi padre se dio cuenta. María también.
-Alaia, no estás ayudando- me reprendió.
-No sé de qué me hablas- añadí mirando mi ordenador, revisando el temario de los exámenes.
-¿Por qué sois los dos tan infantiles?
-¿Genética?- me encogí de hombros al tiempo que María me fulminaba con la mirada. -Perdón.
Detrás de ella, mi padre me guiñaba un ojo.
-Te he visto Javier.
-¿Y qué has visto exactamente, cariño? Yo solo estoy comiendo mi delicioso caldo- comentó, cuchara en mano.
-¿Ah, sí? Pues venga, quiero verte- le retó su pareja.
Mi padre pareció dudar, me buscó por encima del hombro de María suplicando ayuda.
-A mí no me mires, ni de broma comería eso- dije, acercándome. -Además, ¿qué se supone que es? Huele horrible- arrugué la nariz.
-Dan ganas de vomitar, ¿a que sí?- añadió mi padre.
-Sois los dos un par de niños malcriados- replicó María.
-¿Pero tú has visto esto? Dudo que sea si quiera comida- metí la cuchara en ese caldo verdoso.
-Exacto, ¿por qué no mejor me subís un bocadillo de la cafetería? De filetes con mayonesa y...
-No- espetó María. -Ya has escuchado a la médico, tienes que adelgazar.
Mi padre me buscó rápidamente.
-Lo siento papá, esta vez estoy de su lado.
-Traición- comentó, mirándome con los ojos entrecerrados.
-En cuanto a tu dieta soy inflexible.
-Tortura- añadió en tono dramático.
-Tampoco es para tanto.
Mi teléfono sonó dentro del bolso. Fui hasta allí mientras mi padre y María seguían discutiendo de fondo. Sonreí al ver el mensaje seguido de un sticker.
Comencé a recoger mi abrigo, el gorro y la bufanda.
-¿A dónde vas?- quiso saber María.
-Ryu me está esperando, vamos a comer.
-No le conozco, ¿acaso es tu novio?- preguntó mi padre.
-Solo amigos.
La palabra sonó extraña.
-Dile que suba, me gustaría conocerle, hacerle unas preguntas de padre autoritario, infundirle respeto.
-¿Sabes? Iremos a un italiano y pediré pasta a la carbonara y pizza cuatro quesos lo más seguro. Y de postre un coulant de chocolate.
-Eres cruel, hija mía.
-¡Luego os veo!
Salí del cuarto directa al ascensor.
Aún me estaba acostumbrando a esta nueva relación con mi padre. A la vez que comenzó su recuperación, también lo hicieron nuestras conversaciones. Al principio no eran más que unas cuantas frases para rellenar los silencios incómodos entre los dos, nada que no hubiéramos hecho antes. Pero no era suficiente, así que una noche que no pudo dormir decidimos tratar el tema que nos había distanciado: mi madre.
Hablamos de ella, de cómo era y de lo mucho que la echábamos de menos. Terminamos tocando el tema espinoso de su muerte y cómo nos afectó. Mi padre dijo que no supo cómo sobrellevarlo, estaba tan triste y enfadado con la vida hasta el punto de que se olvidó de ser padre y cuidarme. Pensó que darme tiempo y espacio para hacerme a la idea y superarlo eso era lo correcto, pero cuando quiso remediarlo ya era demasiado tarde. Por mi parte, le expuse qué era lo que más me había dolido, el hecho de que me había sentido sola frente a una pérdida tan grande. Hubo lágrimas, muchas de ellas que no pudieron salir cuando debieron hacerlo.
Al final nos sentimos liberados, aunque nos llevó trabajo llegar al punto en el que estábamos ahora. Decidimos dejar el rencor a un lado y comenzar nuestra relación desde un punto y aparte. Mi padre empezó a escucharme, a interesarse por mi vida, mis gustos, mis aficiones. Yo hice lo mismo, nos dimos cuenta de que durante muchos años habíamos sido dos extraños compartiendo el mismo techo. No fue agradable aceptar esa realidad, pero lo hicimos.
Ahora mejorábamos poco a poco, tratábamos de recuperar la confianza perdida cada día. Las bromas entre los dos nos ayudaban, hacían que la tensión desapareciese. María fue de gran ayuda, guiándonos por este camino para poder recorrerlo correctamente. A veces la pillaba mirándonos con una sonrisa en los labios y las cuencas de los ojos húmedas. Yo me tomé un tiempo para ver su relación como antes no lo había hecho. Sabía que mi padre jamás olvidaría a mi madre, pero quería a María más de lo que yo imaginaba. Ella le había devuelto la sonrisa, las ganas de vivir. Eran un par de tortolitos de lo más empalagoso en ocasiones, pero no me molestaba porque sobre todo eran felices, y al final del día era lo único que me importaba.
El ascensor me dejó en la planta principal del hospital. Anduve los pocos metros que lo separaba de la entrada para encontrarme a Ryu esperándome cerca de las puertas giratorias. Sonreí, llevaba tres semanas sin verle. La última vez que vino fue acompañado de Erika y Lucas. Ellos subieron a ver a mi padre, estuvieron casi una hora en la habitación. Ryu pensaba que aún era demasiado pronto, pero siempre que venía traía un cuadernillo de sudokus para mi padre.
Editado: 05.08.2025