Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 35

Un par de días después le dieron el alta médica a mi padre, pero la vuelta a casa no era un camino de rosas. Toda su vida debía cambiar y era estrictamente obligatorio que continuara con la dieta. Ni siquiera en los días más señalados de estas fechas podía darse un capricho, así que preveía una cena de Navidad con crema de verduras y pescado a la plancha. Pero daba igual, lo importante era que él volvía a casa.

María y yo guardamos todas sus pertenencias en una bolsa de viaje, y mientras la dejaba en el coche, mi padre se preparaba con María para salir del hospital. Escribí un mensaje a Erika y recibí instantáneamente un audio con su voz y la de Lucas alegrándose mucho y diciéndome que vendrían a visitarnos antes del final del año. Cambié de chat e informé a Ryu, allí era de noche así que estaría dormido. Guardé el teléfono y regresé a la habitación, donde la médica daba las últimas instrucciones del tratamiento a seguir.

Salimos del hospital los tres juntos, como una familia.

La casa estaba impecable, con ese característico olor a jazmín que tanto le gustaba a mi padre. Cada día María y yo recogíamos y limpiábamos, preparándonos para este momento. Ayudé a mi padre a sentarse en el enorme sofá frente a la televisión mientras su pareja llevaba la bolsa al piso superior. Le pillé observando cada rincón de la casa.

-No me creo que haya estado a punto de no volver a ver estas cuatro paredes- habló con emoción.

-No pienses en eso ahora papá.

-La vida es tan corta, tan frágil...-. Le observé con el corazón en un puño, no me gustaba que hablase de esa forma, mucho menos ahora que las cosas parecían volver a su cauce. Me miró con una sonrisa y los ojos vidriosos. -No dejes escapar ni un solo segundo del tiempo que te presta la vida. Cosas como el enfado, la envidia, no pedir perdón, rogar por amor... Todo eso no vale la pena. Vive, Alaia, como si no te quedara más tiempo.

Me enjuagué las lágrimas.

-¿Por qué me dices esto ahora?

-Porque creí que nunca tendría la oportunidad de hacerlo.

-¿Eso también significa que quieres recuperar el tiempo perdido?

-No, quiero crear nuevos recuerdos en el tiempo que se nos ha regalado.

Le abracé, llorando en su hombro. Habíamos tenido ese golpe de suerte que no se le brinda a cualquiera, una nueva oportunidad. No tenía que haber pasado algo tan grave para darnos cuenta de lo idiotas que habíamos sido, pero por lo menos ahora estaba en nuestra mano comenzar de nuevo. Le estreché aún más, siendo consciente de lo afortunada que era por tener a mi padre con vida. Nos quedamos fundidos en el abrazo que llevábamos años queriendo darnos.

El teléfono comenzó a sonar al lado de mi oído. Busqué a tientas el aparato hasta encontrarlo debajo de mi almohada. Aún con los ojos cerrados contesté la llamada.

-¿Quién es?- pregunté aún adormecida.

Después de un saludable almuerzo, María y mi padre se quedaron viendo una de esas películas antiguas en la televisión. Yo subí a mi cuarto y me tumbé en la cama con la intención de trastear un poco con el teléfono, pero por lo visto me quedé dormida.

Me froté los ojos en un intento por abrirlos.

-Qué bonito es escuchar tu voz.

Sonreí en la oscuridad parcial de mi cuarto, Ryu.

-¿Cómo estás?

-Con un jet lag terrible- rió, ese dulce sonido se coló bajo mi piel. -Pero estoy feliz, he ido a cenar con mi padre y ha sido un buen momento. Hablando de padres, ¿qué tal se encuentra el tuyo?

-Irritado, odia la dieta.

-¿Cómo lleva ese tema?

-Después de comer una rica ensalada, mientras recogíamos, le hemos pillado cogiendo un poco de chocolate. Según él era un pequeño incentivo, según nosotras mañana vamos a comprar un candado para el armario de los dulces.

Ryu prorrumpió en una carcajada a través de la línea.

-Lo vais a tener complicado- apuntó.

-No sabes cuánto-. Me senté con la espalda apoyada en el cabecero. -¿Qué tal todo por esa parte del mundo?

-Disimuladamente estresados y rigurosamente educados.

-Parece que odias tu país.

-No me malinterpretes, es un lugar fabuloso, pero seguir las normas sociales aquí es casi como una religión, y hay momentos en los que resulta asfixiante.

-Te entiendo.

La sociedad Occidental también resultaba opresiva en unos cuantos términos, y daba la cruel casualidad de que yo entraba dentro de todos ellos. Así que comprendía que Ryu quisiese escapar de allí, era lo que yo deseaba prácticamente todos los días.

-En verdad, te gustaría Corea del Sur- añadió.

-Mmm, no creo que yo le interesara a tu sociedad obsesionada con la delgadez.

-No comparto sus mismo ideales- expresó, serio de pronto. -Pero no me refería a la estética, sino a los templos, los paisajes y la cultura. Creo que los disfrutarías.

-¿Acaso es una invitación para ir?

-Las puertas de la casa de mi padre están abiertas para ti, literalmente.

La sonrisa se me borró de un plumazo.

-¿Cómo que literalmente?- sentí que mi corazón palpitaba más rápido.

-Que él mismo me lo ha dicho.

-Ryu, ¿le has hablado de mí a tu padre?

-Y de Lucas y Erika, no seas tan egocéntrica.

Le escuché reír, me mordí los labios.

-¿Qué le he parecido?- pregunté tímida.

-Guapa y encantadora, quiere conocerte, así que cuando quieras volamos a Seúl.

-Estás de broma.

-Para nada, me gustaría muchísimo que vinieras. Quiero enseñarte esta parte de mi vida.

Pasamos un par de horas al teléfono hasta que tuvimos que colgar. Miré el móvil con dolor en las mejillas de tanto reírme, incluso a miles de kilómetros Ryu conseguía hacer que me ardiese la tripa a causa de las carcajadas.

Abrí las cortinas para descubrir el comienzo de un atardecer, el cielo con algunas nubes y un prometedor espectáculo de colores. Cogí mi abrigo y mis zapatillas y bajé las escaleras. María y mi padre seguían viendo la televisión, estaban mucho más cerca y compartían unos palitos de zanahoria y hummus. Decidí que merecían tiempo a solas, todo el que no habían tenido mientras él estuvo en el hospital. Les avisé de que saldría a dar una vuelta y volvería para la cena.




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