No podía dormir. Y no porque siguiera pensando en que Colin estaba aquí, conocía el estado de salud de mi padre y no me hubiera dicho nada, sino porque escuchaba la música atronadora desde mi cuarto. Traté de evadirme con lectura y vídeos en internet, pero no tuve buenos resultados. El reloj marcaba las tres de la madrugada. Tenía algunos mensajes de Erika donde me comunicaba que otro de sus cuadros se había vendido y Ryu me había escrito contándome que pasó la tarde jugando al mini golf. Me sentí horrible por no contestarles, pero no tenía ganas, no después de lo que había descubierto esta misma tarde.
Me levanté, caminé hasta la ventana. Desde aquí no podía ver más que la casa contigua de mi vecino, completamente a oscuras, pero sí alcanzaba a vislumbrar a muchas personas caminando por la calle, hablando entre los coches y dándose tórridos besos.
La fiesta comenzó en torno a las once de la noche y aún parecía estar tremendamente animada. Me pareció extraño que ningún vecino hubiera llamado a la policía, porque ya no solo era el ruido de la música sino también los gritos de los asistentes, aunque siendo sábado por la noche quizá hicieran la vista gorda. Me pregunté dónde estarían los señores Green, a lo mejor habían salido de fin de semana, porque ni de broma iban a permitir semejante fiesta en su casa con ellos en la vivienda. También me pregunté cómo estarían todos, seguramente borrachos, bailando o haciendo alguna estupidez. Apreté las cortinas, no negaré que me picaba la curiosidad, pero la mayoría de las personas serían del colegio, me conocían, y no estaba preparada para las miradas despectivas mezcladas con los rostros de pena que me seguirían a cada paso. Pero él estaba allí, y las ganas de hablar, de preguntarle, de saber porqué no se había puesto en contacto conmigo calentaban mis venas.
Al principio, cuando me encerré en mi cuarto y lloré solo sentí una profunda tristeza, como si me hubieran traicionado. Me desahogué hasta que no me quedaron más lágrimas que derramar. Con el paso de la noche mis emociones fueron cambiando, llegué a pensar que no se interesaba por mí pero me resguardé en estos meses de besos para negarlo. Finalmente sentí ira, una fuerte y abrasadora que quemaba mi piel. Me enfadé muchísimo con él, con todos por la forma en que me hablaban y me trataban desde hace años, porque ninguno pareciera arrepentirse de ello. Pero hacerles frente a todos a la vez se me hacía imposible, el miedo atenazaba mis músculos. Por eso seguía en mi cuarto.
Estaba a punto de regresar a la cama cuando un chico apareció tambaleándose por la carretera. Se apoyó en un coche frente a mi casa y comenzó a vomitar. Le reconocí.
Me puse una chaqueta tan vieja que no recordaba cuándo la había comprado y bajé corriendo y en silencio las escaleras. El maldito frío se colaba por todo mi cuerpo, alcanzando mis huesos, de mis labios salía un espeso vaho cada vez que respiraba. Atravesé la valla y fui hasta el fiat rojo en el que Colin Green se había apoyado. Cuando llegué, seguía vomitando. Olía a vozka, tabaco y marihuana. Arrugué la nariz intentando calmar mi estómago, revuelto al sentir esa mezcla de aromas. Miré a ambos lados, ninguno de los allí presentes pareció percatarse de que estábamos entre los dos vehículos.
Cuando terminó trató de incorporarse, dando un traspiés. Me apresuré a cogerle por la cintura, ayudarle a mantener el equilibrio. Se giró asustado. Tardó un poco en reconocerme, después se alejó de mi agarre.
-¿Qué haces aquí?- habló con dificultad. Se sentó sobre el capó del coche rojo.
-¿Qué haces vomitando?
-Una ronda de chupitos que me ha sentado mal-. Sonrió, llevándose una mano a la boca. Se miró ambas extrañado. -¿Dónde está mi copa? ¿Me la has quitado tú?
-No la tenías cuando he salido.
-Joder, la dejaría dentro.
Se humedeció los labios pasándose la lengua. Incluso desde aquí podía ver lo seca que la tenía, consecuencia de la marihuana. Se frotó la cara, se acomodó el pelo. Me fijé en que su piel se había convertido en puntos, estaba en marga corta y debía tener mucho frío.
-¿Por qué me miras de esa forma?- preguntó cruzando los brazos.
-Estás aquí.
-Claro, ¿dónde iba a estar si no?
-En la residencia.
-¿Ya me estás controlando de nuevo?- negó, claramente irritado.
-Sabías lo de mi padre- continué.
El enfado se tambaleó en su rostro, quise advertir una pizca de culpabilidad que se volatilizó tan rápido como había llegado, dejando una expresión seria.
-Mi madre me lo dijo en cuanto llegué- asumió, su voz ligeramente más calmada.
-¿Cuándo ha sido eso?
-Hace una semana.
Amasé el dolor.
- No me has dicho nada.
-No tengo tu número- se excusó.
-Sabes dónde vivo.
-No quería molestaros.
Encogió los hombros. Esperé que hiciera o dijera algo más, quizá darme un abrazo, tal vez pedirme perdón, pero no se movió. No supe cómo sentirme al respecto, cómo mirar al chico del que llevaba ocho años enamorada y aceptar la realidad que caía como una pesada losa entre los dos. No le importaba, ni yo ni lo que pasaba a mi alrededor. Y puede que tampoco fuera ese chico que conocí hacía tanto tiempo, pero se me hizo un mundo esa posibilidad.
Su actitud era cada vez más confusa.
Un grupo de chicos pasó por nuestro lado, Colin se desperezó, bostezando y adoptando de nuevo la expresión de me importa todo una mierda.
-Me estás aburriendo y hay una fiesta, así que si solo vas a reprocharme y controlarme, me piro.
Me enfadó como nunca pensé que él lo haría.
-Después de todo, ¿acaso esperabas otra cosa de mí?- casi grité.
Me miró, desde los ojos hasta los pies y vuelta.
-No, lo cierto es que no.
Tensé la mandíbula.
-¿Qué te está pasando?- pregunté confusa. -No pareces... Tú.
-¿A qué te refieres?
-Siempre has sido una buena persona, atento, generoso, alegre, dispuesto a ayudar a los demás. No hablas así a la gente, con altivia y desprecio, y nunca has mostrado la prepotencia que veo ahora mismo en ti. Tampoco te emborrachas hasta este punto, no...
Editado: 05.08.2025