El día siguiente me negué a socializar. Me dediqué a ver series, escuchar música y leer libros de terror, cualquier cosa para evadirme de lo que ocurrió anoche. Pero cada vez que cerraba los ojos, el beso de Marina y Colin, la forma en la que me habló seguía atormentándome. Traté de encontrarle una explicación, pero desistí cuando no obtuve nada.
Mi teléfono vibró por novena vez, entré al chat de Ryu.
¡Buenos días! ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu padre?
Hoy mi familia ha decidido que vamos a comer una barbacoa coreana, ¡te envío una foto!
Foto.
Estaba deliciosa, ¿tú has comido?
Sigo muy mal con el jet lag, he ido a pasear por el río Han para evitar dormirme.
Foto.
¿No te parece precioso? El puente, el agua, el cielo despejado, ¡me encanta!
Supongo que no tienes un buen día, si quieres hablar sabes que puedes llamarme a cualquier hora, contestaré sin dudarlo.
Buenas noches Alaia, espero que mañana estés mejor, ¡descansa!
La fotografía de la barbacoa hizo que me rugieran las tripas, pero la imagen del río Han era realmente preciosa. En ella se veía un enorme puente y muchas personas caminando. Parecía un lugar tranquilo, un sitio al que recurrir para desconectar. Anhelé algo así.
No fui capaz de contestarle.
Por la mañana desperté con el sonido de los villancicos. En la planta baja, mi padre estaba colocando una bola dorada en la rama del alto pino que ocupaba una esquina del salón. María sustituía las decoraciones de las mesas por otras más acordes con estas fechas. La luz gris gracias al cielo encapotado no empañaba el buen humor de mi familia.
-Alaia, ¡ven a ayudarnos!- me invitó la mujer, una amplia sonrisa en sus labios.
-Necesito refuerzos para colocar los adornos del árbol- añadió mi padre, también sonriendo.
Hacía años que estas fechas no tenían el color de la felicidad. Siempre eran caras largas, silencios incómodos y conversaciones banales. Aunque María se esmeraba por crear un ambiente familiar, terminábamos cada uno por su lado. Este año parecía diferente, se sentía diferente, y pensé que todos nos merecíamos las Navidades que nunca habíamos vivido. Así que me forcé a olvidar el suceso de anoche y me agaché para coger una enorme bola dorada que coloqué en una de las puntiagudas ramas.
-¿Te apetece un poco de panettone para desayunar?- ofreció María.
-¿Has comprado este año?- se asombró mi padre.
-Claro, con pepitas de chocolate.
-¿Y por qué yo no he tenido un trozo?
-Porque estás a dieta, ¿recuerdas?
-¿Ni siquiera el día de Nochebuena?
-Javier, no lo hagas más difícil y asume tu condición.
María llegó hasta la cocina abierta y abrió con la llave el candado del armario de los dulces.
-Hija, ¿me echas una mano?
-Claro, lo comeré lejos de tu vista para no tentarte- contesté con una sonrisa.
-Eres cruel...- dijo con los ojos entrecerrados.
Cuando le miré de soslayo, estaba sonriendo.
Durante todo el día nos preparamos para esa noche. La familia de María no acudiría a casa hoy, así que seríamos solo nosotros tres. Cocinamos una cena saludable y pasamos una noche divertida rememorando anécdotas y viendo programas en la televisión de música y humor.
Me sentí en una familia por fin
Cuando la madrugada comenzó a caer, me retiré a mi cuarto y por fin decidí mirar el teléfono. Tenía tres llamadas perdidas de Erika, la última hacía treinta minutos. Marqué su número.
-¡Milagro Navideño!- gritó a través de la línea.
-¿Puedes dejar el sarcasmo, por favor?
-Fíjate, y está de tan buen humor como siempre.
-Erika...
-Llevas dos días pasando de mí, merecía esto-. Escuché que se alejaba del ruido. -¿Qué tal todo? ¿Cómo está tu padre?
-Parece un niño pequeño, pero lo va sobrellevando.
-Me alegro. Y después de las preguntas rutinarias, ¿me puedes decir qué te ha pasado?
Suspiré y cambié de tema.
-Hola Lucas- saludé a su novio, noté cómo cambió al manos libres.
-Hola bonita, ¿cómo estás?
-Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Todo bien por tu casa?
-Ya sabes, somos cinco hermanos y dos de ellos ya están casados y con dos hijos cada uno así que hay demasiada gente, pero todo estupendo.
-Y ahora que ya hemos sido cordiales, habla- exigió mi amiga.
Jugueteé con la esquina de uno de mis cojines, sabiendo que me arrepentiría de esto, pero aún así tomé aire y lo solté de golpe. Cuando terminé el relato solo hubo un incómodo y tenso silencio que traspasaba la línea telefónica hasta que Lucas decidió romperlo.
-¿Cómo estás tú?
-Ayer fatal, hoy algo mejor. Será la Navidad que alegra a todos.
-¿Has vuelto a verle?
-No, y prefiero que por un tiempo siga siendo así.
-¿¡Por un tiempo!?- bramó mi amiga, contuve el aire. -¡Nunca deberías querer verle otra vez! Semejante sinvergüenza, estúpido niñato, ¡te ha hecho el vacío en uno de los momentos más difíciles de tu vida! Por favor, si ni siquiera...
-Erika, cariño, respira- trató de calmarla Lucas.
-¡Es que es un completo idiota!
-Estoy de acuerdo contigo, todos lo estamos, pero hay que tener algo más de tacto.
Mi amiga bufó, aproveché estos segundos para volver a respirar.
-¿Qué opinas al respecto, Alaia?- se interesó Lucas.
-Que se ha comportado mal- respondí.
-¿Piensas que es una buena actitud?
-No, y no lo voy a justificar, pero está pasando por un mal momento.
-Eso es justificarle- soltó mi amiga.
Suspiré, porque era cierto.
-Al parecer Medicina le estresa y en verano irá a Manchester porque su padre le obliga.
-Oh, pobrecito, entonces podemos entender que se comporte como un insensible cabronazo.
-¡Erika!- chillé.
-Es que no puedes ser tan ingenua.
-Entiendo su situación.
-Es una excusa barata, y tú te conformas con ello.
Cerré los ojos. Sabía que Erika explotaría de esta forma, pero aún así me entristeció lo que dijo. Durante un minuto escuché como Lucas trataba de calmarla. Miré el techo, pensando en sus palabras. No creo que fueran excusas, pero tal vez fui más condescendiente de lo que debería. No tengo porqué pagar por su mala actitud, aunque por eso me apartó, él mismo lo dijo. Sin embargo, aún no encontraba un porqué a ese beso con Marina.
Editado: 05.08.2025