Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 40

Pasaron cuatro días, Colin aún no me había dicho nada. Cada mañana nos veíamos a las 08:45, pero ya no había guiños ni sonrisas, solo una fugaz mirada para cerciorarnos de que estábamos ahí y después volvíamos a nuestras vidas. El primer día miré la puerta casi toda la tarde, esperando ese papel. Al segundo traté de distraerme haciendo trabajos o leyendo algún libro, pero seguía ojeando muy de vez en cuando. El tercero fue una decepción, y hoy había decidido estudiar en la biblioteca.

Erika comía un regaliz frente a mí, mirando la pantalla de su ordenador pero con la tablet gráfica al lado, siempre preparada por si le llegaba la inspiración. Yo tenía un documento abierto en el que había leído tres veces el mismo párrafo sin comprender nada. Seguía tratando de averiguar porqué Colin Green parecía haberse esfumado. De no ser por ese segundo cada mañana, creería que había hecho las maletas y había regresado a casa. Tal vez la culpa de esta situación era mía por ser ambiciosa, por querer más, aunque no me pareció descabellado pedírselo. He pasado años viendo la relación de Erika y Lucas, quienes pasan más tiempo fuera de casa que dentro. Hacen planes en pareja envidiables, creativos, divertidos y románticos. Mi favorito fue el paseo en globo que ella le regaló porque sí. No era el cumpleaños de Lucas, ni su aniversario, ni un día especial para los dos. Solo un día cualquiera, un día en el que Erika se había acordado de él y decidió darle ese paseo.

Una bola de papel me golpeó la frente, miré a mi amiga por encima de la pantalla.

-¿Qué quieres?- susurré devolviéndole el proyectil.

-Otra nota.

Cogí rápida el teléfono y entré en la aplicación de la Facultad.

-¿Qué tal?- quiso saber Erika.

-Aprobado- sonreí. -¿Y tú?

-También, somos la leche.

Chocamos los puños. De momento conocía cinco de siete asignaturas, si conseguía superar esta primera mitad de curso, sería un milagro. Aunque mi implicación en los trabajos siempre me ayudaba a la hora de la nota final. Un ruidoso trueno irrumpió en la biblioteca, haciendo que los pocos estudiantes que estábamos allí levantásemos la cabeza.

-Creo que será mejor irnos antes de que empiece a llover- propuse.

-También podemos llamar a Lucas y que nos acerque a casa.

-Es tu novio, no tu chófer, lo sabes, ¿verdad?

-En el contrato de noviazgo especifica que este tipo de labores son fundamentales.

Puse los ojos en blanco.

-Anda, ponte a recoger- ordené con una sonrisa.

Erika y yo recorrimos los pasillos de la Universidad hasta la puerta exterior. El viento era feroz, el cielo estaba tan encapotado y oscuro que asustaba, los rayos iluminaban las calles y unos segundos después aparecían los ensordecedores truenos. El petricor se hizo eco en mi nariz con su característico aroma agradable.

-Vale, me piro, le tengo pánico a estas tormentas- comentó mi amiga.

-Mañana nos vemos.

Nos dimos un fuerte abrazo y cada una tomó una dirección diferente.

Avivé el paso, comenzaría a llover en cualquier momento. Me aferré al calor de mi abrigo, escondiéndome tras el y dando gracias por tener un gorro que me protegiese. Caminaba tan rápido, con la vista gacha y los ojos entrecerrados por el viento que no vi la persona con la que me chocaba. Subí la cabeza y enmudecí en cuanto le reconocí. Me quedé petrificada en unos ojos negros como el ónix. Primero vi la sorpresa en su rostro, después una amplia sonrisa.

-No podía chocarme con otra persona que no fueras tú- declaró Ryu recolocando su cartera.

Sonreí a su comentario, a él. El pelo danzaba alrededor de su cabeza con el son del viento.

-No te he visto esta semana- apunté. -¿Has estado ocupado?

-Más de lo que me gustaría.

-¿La Universidad o la pintura?

-Para lo segundo no tengo más tiempo que el de las clases, así que es más bien lo primero.

-Lo siento- puse una mueca.

-No pasa nada. La buena noticia es que tengo todo el fin de semana libre para ti. ¿Algún plan?

Advertí la ilusión en su voz, observé la felicidad en su expresión, una que yo no era capaz de alcanzar. De pronto me sentí egoísta y ambiciosa como nunca antes. Ryu me regalaba su tiempo desinteresadamente y yo lo utilizaba en mi beneficio para lograr acariciar con los dedos la felicidad que solo se presentaba cuando estaba a su lado, pero me daba tanto miedo dejar escapar todo lo me anclaba al pasado que volvía al punto de partida, echándolo todo a perder. ¿Cuántas veces más tenía que verle llorar para darme cuenta de que sus sentimientos por mí no eran tan buenos como él creía, de que mi indecisión le estaba haciendo sufrir?

Di un paso hacia atrás, borré la sonrisa de mi rostro, la suya también flaqueó.

-¿Qué pasa Alaia?

-Esto no puede ser- dije mirando nuestros pies, porque si levantaba la cabeza y atrapaba sus ojos estaba perdida.

-¿A qué te refieres?

Me colgaba de Ryu y de sus sentimientos cada vez que tenía ocasión porque era tan cobarde que no le quería dedicar ni medio pensamiento a la aplastante realidad. El otro día casi le beso, y aunque me siguiera pareciendo cruelmente atractivo y me gustasen absolutamente todas las cualidades que tenía, había retomado mi anterior relación.

-¿Qué ha ocurrido?-. Sentí que algo se rompía en mi interior. -Cuéntamelo, podemos hablarlo.

Trató de alcanzarme, me alejé uno, dos pasos más atrás.

En su silencio ató los cabos que yo no era capaz de pronunciar, lo supe por el suspiro que dejó escapar, pesado y afligido.

-Dilo- me pidió, la angustia palpable, envolvente, asfixiante.

Noté cada trocito de mi corazón desgarrándome por dentro, rompiendo viejas heridas y abriendo nuevas. Cerré los ojos tratando de doblegar las lágrimas.

-Dilo- instó.

-Va a dolerte.

-No importa.

En este punto ya estaba ahogándome con el nudo de mi garganta.

-No quiero lastimarte.

-Necesito escucharlo.




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