Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 44.

Los días pasaban, las semanas pasaban y todo seguía exactamente igual.

Pero pude encontrar un descanso de mí misma para centrarme en mi padre. Hoy era su operación de balón gástrico, y para mi sorpresa cuando encendí el teléfono mis amigos se habían acordado. Los tres me pidieron desearle una pronta recuperación, les prometí hacerlo.

María y yo esperamos en la cafetería de la clínica mientras intervenían a mi padre. Hace poco les había contado que ese problema por el que regresé a casa fue por un chico, sin decirles de quién se trataba. Trataron de darme algunos consejos, pero estaba tan absorta en mis pensamientos que más de la mitad de ellos no los escuché. Me arrepiento de ello. Así que aproveché este momento para hablar con la mujer que tenía frente a mí.

-¿Puedo preguntarte algo?- dije, sacándola de su ensimismamiento.

-Siempre vas a poder- respondió con una sonrisa.

-¿Por qué te enamoraste de mi padre?

Estaba claro que la pregunta la pilló por sorpresa.

-¿Por qué quieres saber eso?

-Tú solo cuéntamelo, por favor.

Llevaba un tiempo queriendo plantear este tema, tenía mis motivos para hacerlo y realmente necesitaba esa respuesta. María pareció percatarse de la súplica y desesperación en mi voz.

-Conocí a tu padre en las peores circunstancias, tanto suyas como mías. Él trataba de superar la muerte de tu madre mientras lidiaba con el hecho de ser padre y yo estaba resolviendo las cosas con mi ex marido en términos no muy amistosos. Pero nunca voy a olvidar el primer día que nos encontramos en la terapia de grupo-. La mujer sonrió. -Tras haber estado varias sesiones juntos, un día me acerqué y le ofrecí un vaso de agua. Fue una excusa muy tonta pero quería hablar con él, fuera como fuese, y no sabía cómo hacerlo. Al principio estaba tímido, callado, pero después de unos minutos comenzó a soltarse hasta que le vi sonreír. Y te prometo Alaia que fue la sonrisa más bonita que jamás había visto.

Los ojos de María brillaban con ternura por el recuerdo.

-Tardé una semana en pedirle una cita, y Javier pasó dos semanas sin responderme- rió. -Pero finalmente fuimos a cenar a un restaurante elegante del centro de la ciudad.

-¿Y no te dio vergüenza?- interrumpí, ella me miró extrañada. -Cenar con él, digo.

-No, ¿por qué debería? Tu padre me gustaba-. Asimilé su respuesta. -Estuvimos quedando meses hasta que dimos el paso y nos besamos, formalizando la relación. Los dos estábamos aterrorizados, no sabíamos si saldría bien pero valía la pena intentarlo, nos debíamos esa felicidad a pesar de todo- continuó. -Me enamoré de él porque cuando pasaba tiempo a su lado me hacía olvidar los problemas que me rodeaban, porque recuperé una sonrisa que creí perdida hace muchos años. Me daba paz, seguridad y eso es muy importante.

-¿Nunca te preocupó su físico?

-No buscaba a un hombre que impresionara a primera vista, buscaba a un hombre que me escuchara y me entendiera, que me hiciera reír y con quien pudiera ser yo misma sin tener miedo de mostrar mis defectos. Tu padre me ofrece todo eso y mucho más. ¿Debería haberle rechazado solo por estar gordo? Habría sido el mayor error de mi vida, créeme.

Miré fijamente a María, hablaba con el corazón en la mano. Siempre me había sorprendido que se enamorase de mi padre, pero les veía muy cómodos juntos, se compenetraban estupendamente. Además, nunca tuve la confianza suficiente para indagar en ello.

-Gracias por contármelo- añadí con una sonrisa.

-No hay de qué.

Ambas terminamos el café y regresamos a la puerta del quirófano donde estaba mi padre.

-Alaia, una cosa más-. Me giré para mirarla. María cogió mis manos, las apretó fuerte. -La persona que se enamore de ti va a adorarte tal y como eres, no querrá cambiar ni un solo ápice de tu piel y te lo demostrará cada día. No le des tu amor a alguien que no esté dispuesto a aceptarte por dentro y por fuera.

Me mordí los carrillos para no llorar. Creí que había encontrado a esa persona, pero desperté demasiado pronto de mi sueño y descubrí que en verdad estuve viviendo una pesadilla disfrazada.

Guardé las palabras de María en un lugar especial y sonreí a la mujer.

***

Mi padre estaba respondiendo bien a ese balón gástrico que le devolvería a una vida sin peligros cardíacos. Aunque su dieta seguía siendo muy estricta, parecía haberse familiarizado con ella. En casa las cosas cambiaban para mejor cada día, algo que me hacía tremendamente feliz. Pero respecto a mi vida todo seguía siendo igual de frustrarte como hacía meses.

Me gustaría negar que había pensado en Colin Green, pero rondaba mi mente todos los días. Pensaba en el primer beso que nos dimos y las consecuencias posteriores, en el hecho de que todos lo supieron y aún así recibí burlas por ello. Algunos decían que ese era mi único golpe de suerte en la vida y no se repetiría, otros esperaban que lo hubiera aprovechado porque no volvería a pasar. Colin no se pronunció al respecto. Cuando nos veíamos giraba la cara o simulaba no haberse dado cuenta de que yo estaba ahí. Ahora comprendía ese comportamiento, se avergonzaba de mí.

Pero no explicaba porqué estos meses ha querido mantener este extraño tipo de relación.

Por primera vez después de tres semanas, había salido a dar una pequeña vuelta. Hasta hoy solo me limitaba al jardín trasero. Me sentaba en el banco exterior y observaba el limonero del jardín. Normalmente acompañaba estos momentos con alguno de los libros que guardaba en la estantería y que había leído cientos de veces, pero hoy decidí cambiar e ir a hacer la compra. Algo básico pero que para mí significaba un gran paso. Mientras caminaba hacia el supermercado mi teléfono vibró en el bolsillo, pero entrar allí hablando con quien sea que me hubiera llamado lo sentía como hacer trampa. Debía enfrentar esto sola, con las consecuencias que fueran.

Fui recorriendo los pasillos dejándome los nudillos blancos de tanto apretar el manillar del carro de la compra, focalizándome en la lista que María me había dado y añadiendo algunas otras cosas. Llevaba diez minutos cuando una señora me detuvo preguntándome por la salud de mi padre, a lo que me obligué a entablar una conversación con ella. No la conocía mucho, pero me resultó una persona amable y risueña, por lo que a pesar del bombeo incesante de mi corazón, estuve relativamente bien.




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