Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 45.

Ya llevaba en casa un mes, dos semanas y tres días concretamente.

Y todo seguía siendo un continuo, sin cambios ni sorpresas. Aunque había vuelto al supermercado en más de una ocasión, lo que requirió mi máximo esfuerzo, no volví a encontrarme con Claudia y Marina. Solo con algunas señoras que conocían a mi padre y preferían preguntarme a mí qué tal estaba antes que pasarse por casa y verle ellas mismas. Pero era mejor así, no quería que mi padre lidiara con ellas, prefería hacerlo yo.

Esta mañana decidí escribir a mi amiga e interesarme por ella, por como llevaba el curso y las pinturas. Estuvimos intercambiando mensajes durante dos horas en las que me arrancó más de una sonrisa, igual que Lucas, siempre con datos totalmente aleatorios y palabras bonitas enmascaradas en bromas fáciles.

También escribí a Ryu, quien me contestó unas horas más tarde. Me contó su día, lo complicados que eran los miércoles para él y que había vuelto a discutir con su madre debido al estilo de vida que él quería llevar y el que ella trataba de obligarle a tener. Charlamos sobre ello largo y tendido hasta que supuse se quedó dormido. No era para menos, cuando miré el reloj me di cuenta que era la una de la madrugada.

Pero no tenía sueño, anoche tampoco pude dormir y esta tarde la siesta se me fue de las manos. Así que tras dar varias vueltas en la cama, decidí bajar a la cocina y calentarme un vaso de leche.

El pasillo estaba totalmente a oscuras, caminé de puntillas para no hacer ruido ni despertar a nadie. A mitad de tramo la escalera se iluminaba débilmente y me llegaron murmullos que no comprendí. Descendí los últimos escalones para descubrir que la luz y las voces provenían de la televisión aún encendida. Frente a ella, mi padre miraba una película sin perder un solo detalle. Se me encogió el corazón al reconocer el largometraje: Flashdance. Hacía años que no veía esas imágenes, que no escuchaba esas canciones. Caminé temblando hasta el sofá, mi padre no se sobresaltó, como si supiera que estaba ahí.

-Esta película era la favorita de mamá- susurré sin poder apartar los ojos.

Observé a los protagonistas, hubo un momento en que me sabía los diálogos de memoria.

-¿Cuánto tiempo hace que no la ves?

-Desde que se fue- contestó mi padre.

Me incorporé sobre el respaldo del sofá, le descubrí sonriendo.

-¿No te da pena?- quise saber. Él me hizo un gesto para sentarme a su lado, así lo hice.

Me acurruqué contra su pecho y me tapó con la manta que tenía sobre las piernas.

-Me da mucha rabia y mucha tristeza, daría cualquier cosa porque tu madre estuviera aquí- dijo acariciando mi brazo con ternura. -Pero cuando veía esta película ella era tan feliz que es como si estuviera sentada a mi lado disfrutando de la historia y cantando las canciones. No puedo evitar sonreír-. Yo tampoco pude. -Durante muchos años me negué a hacer cualquier cosa que me recordara a ella, pero después descubrí que era absurdo.

-¿Por qué?

-Porque parecía que la estaba evitando, olvidando, y eso nunca va a pasar-. Quizá yo hubiera actuado como él en muchos aspectos. -Tu madre fue el amor de mi vida y tuve la gran suerte de que se enamorara de un tipo como yo y me permitiese vivir a su lado los mejores y más felices años. Tú eres una prueba de ello.

Le miré por encima de las pestañas, sus ojos llenos de lágrimas. Me abracé más fuerte a él, le di un beso y me recosté sobre su pecho viendo la película como solíamos hacer los tres hace muchos años. Fue un recuerdo amargo pero feliz al mismo tiempo, algo que dolía pero reconfortaba.

Mi padre la quiso incondicionalmente, a pesar de...

-Papá, incluso cuando mamá comenzó a ganar peso, ¿tú la querías?

-Su sobrepeso fue una enfermedad terrible a la que hacer frente, tuvimos épocas muy malas, discutíamos mucho. Yo insistía en que se esforzara por recuperarse y ella parecía haberse abandonado, quién sabe porqué. Si hubo un motivo, nunca me lo dijo-. Hizo una pausa, sentí el latido de su corazón más rápido. -Pero incluso cuando no podía moverse por si misma, cuando no era capaz de levantar su cuerpo, yo estaba profundamente enamorado de ella. Fue su forma de ser lo que se ganó mi corazón, no la forma de su cuerpo.

-¿En algún momento te avergonzaste de ella?

-Jamás. Sí me preocupé, y se lo hice saber muchas veces, al fin y al cabo su estado no era saludable. Pero hasta que le fue imposible moverse, seguí paseando orgulloso de la mano con ella, sabiendo que tenía a una maravillosa mujer a mi lado.

Respiré profundamente. Me había erizado la piel la forma en la que mi padre hablaba de ella. Nunca le importó su condición física, porque la quería de verdad. Igual que a María no le afectaba el sobrepeso de mi padre, estaba enamorada de él. Quizá esa era la clave, y quizá por eso Colin se avergonzaba de mí, porque no me quería realmente, porque a lo mejor yo solo era un capricho.

-Terminemos la película, ¿quieres?- interrumpió mis pensamientos.

Le abracé más fuerte y juntos nos transportamos a una casa más pequeña, cuando éramos tres en el sofá y el amor rebosaba por todas partes. Cerré los ojos y me permití pensar en mi madre abrazándome, protegiéndome, cuidándome. Recordé el dulce sonido de su voz y su olor a jazmín.

Me pregunté cómo se supera un dolor tan desgarrador como perder al amor de tu vida, porque yo conocía el sufrimiento de crecer sin una madre, pero no de sentir que me arrebatan a la persona con la que siempre soñé envejecer. Nunca me puse del lado de mi padre en este aspecto. Él no solo tuvo que lidiar con la pérdida, sino también con una hija que se distanciaba a cada segundo y un problema físico que le acabó arrastrando casi por el mismo camino.

La petición surgió sola, tan liberadora como esclarecedora.

-Papá, necesito ir a terapia.

El resto de la película la pasamos sumidos en un profundo abrazo y navegando por cientos de recuerdos que siempre serán eternos.




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