Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 48.

El coche se detuvo frente a mi residencia. Fuera, todo eran voces. Los alumnos regresaban tras las vacaciones de primavera, la semana de descanso antes del sprint final del curso. Para mí era más que eso, la Universidad se acababa y tocaba pensar en el futuro.

Después de los últimos meses sentía que mi visión sobre la vida había cambiado, y no solo en lo personal. Profesionalmente, quería continuar mi formación antes de entrar en el mundo laboral, pero también necesitaba un descanso, vivir y disfrutar un poco de la nueva yo, una que cada vez estaba más viva gracias al apoyo incondicional de mi familia, a la terapia que fue el fuego que prendió la mecha y a mi propio esfuerzo titánico por salir del molde en el que otros me habían obligado a encajar. Quizá realizar un viaje durante el verano me ayudase a terminar de crearme a mí misma. Ya pensaría sobre ello. Respondí a Ryu, quien me había preguntado si había llegado, llevaba todo el día hablando con él. También a Erika y Lucas, estaban deseando verme.

-¿Estás preparada?- preguntó mi padre, guardé el teléfono.

-Sí, lo estoy-. Le miré con una sonrisa, me devolvió el gesto.

Ambos bajamos del vehículo hacia un sol abrasador a estas horas de la tarde. Alrededor, los colores vivos nos saludaron, tanto el verde del césped y los árboles como las flores blancas y amarillas que decoraban el final de los troncos. Era bonito. Rodeé el coche hasta la parte trasera.

-Si tienes algún problema, llámame.

-No creo, pero lo haré- le tranquilicé. Mi padre me miró una vez más.

-¿En serio tenías que hacerlo?

-¿Qué tienes en contra?

-Es demasiado... Naranja.

-Cobrizo- le corregí.

Antes de regresar decidí que si iba a cambiar, había algo que estaba obligada a hacer. Era como un paso importante cuando quieres poner un punto y aparte en tu vida. Así que ayer fui a la peluquería con María y me teñí y corté el pelo. Decidí un tono cobrizo no demasiado suave, pero tampoco que pareciera una mandarina. Aún estaba aprendiendo a peinar las capas y el flequillo de mariposa. La primera vez que me vi me asusté y arrepentí al momento, pero ya estaba hecho y sentía que este color me definía mucho más que el castaño oscuro y sin brillo. Este gritaba que estaba de vuelta, renovada y más fuerte, y que nadie podría conmigo.

Gritaba que me mirarían, pero no me importaría.

-Lo que sea, tú solo no derrames más pintura sobre nada.

-Nunca me dijiste qué te pareció.

-Estuvo mal, pero escuché toda la conversación, lo que esas chicas te decían. Hija, no tenía ni idea, si lo hubiera sabido...

-No es tu culpa papá.

-Pero si hubiera estado más atento quizá no habría llegado hasta este extremo.

Le abracé fuerte, odiaba que se sintiera responsable de esto.

-Ya acabó todo- susurré, segura de que era cierto

Nos quedamos así un rato hasta que tuvimos que despedirnos.

-Estudia mucho y termina la carrera, te estaremos esperando en casa.

-Está bien- sonreí.

Le vi subir al coche y marchar de nuevo.

Me giré para ver el enorme edifico frente a mí, los residentes entrando y saliendo por la puerta principal. Respiré hondo, sintiéndome como si fuese la primera vez que cruzaba ese umbral. Caminé entre la multitud que se había formado a la entrada y sentí las miradas de más personas de las que me gustaría. En vez de bajar la cabeza, la subí, orgullosa de quién era.

Saludé al portero y me encaminé hacia el ascensor arrastrando una pequeña maleta con toda mi ropa nueva. Varios estudiantes aguardaban frente a las puertas metálicas. Un reflejo naranja les llamó la atención, girándose y dándose cuenta que era yo. Sonreí por el efecto de mi nuevo pelo.

Si antes quería ser invisible, ahora deseaba que me miraran.

Entramos dentro del pequeño cubículo, y aunque mi lucha con los ascensores seguía presente, lancé el miedo a un cajón, cerré la llave y subí. Tras de mí entraron tres personas más, aplastándome contra los que ya estaban dentro. Conté al menos diez cabezas.

El aparato comenzó a pitar, la luz parpadeó con intensidad.

Mis demonios gritaban desde su jaula, los ahogue a todos y miré a la pequeña versión de mí, con color en sus mejillas y ropa más alegre, alejada de esa esquina pero aún rondándola, porque a veces flaqueaba, pero trataba de recomponerme antes de que supusiera un paso atrás. Sentí que todos los ojos estaban puestos en mí. Lejos de moverme, estudié el interior. Algunos de ellos cargaban mochilas a sus espaldas, yo incluida, otros alguna que otra bolsa de deporte. Me volteé todo lo que pude para mirar a los que subieron de últimas.

-Quizá sean esas maletas por las que el ascensor está pitando- apunté a dos piezas de equipaje azul celeste de veinte kilos cada una que llevaba una chica. Todos la observaron.

-Mejor espero al siguiente- añadió con el rojo tiñiendo sus mejillas y descendió.

No mentiré si digo que recé porque el aparato dejase de pitar y esa luz se apagara. Traté de encontrar la respuesta más lógica al sobrepeso del ascensor, negándome a ser mi presencia la que lo hubiese provocado. En cuanto la chica y su equipaje estuvieron fuera, todo volvió a la calma. El ruido desapareció y la luz remitió. Respiré aliviada, las puertas se cerraron.

Bajé en mi planta y fui hasta el cuarto aún sin poder creerme cómo de bien había manejado esa situación. Estaba tremendamente orgullosa de mí misma.

Accioné la cerradura y sentí como si entrara en un lugar extraño. Lo primero que hice fue abrir las ventanas para que desapareciera ese olor a cerrado tan desagradable. El ambientador de jazmín que siempre tenía puesto se había agotado hacía ya muchas semanas atrás. Decidí limpiar un poco, quitando el polvo y cambiando las sábanas. Recogí el escritorio, lleno de libros y papeles, y los ordené como mejor pude. Por último barrí el suelo, y no fue hasta que llegué a la puerta que no me percaté de los trozos de papel que había a su vera. Los miré con recelo pero finalmente las recogí. Apoyada en el umbral leí uno tras otro.




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