Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

CAPÍTULO 60.

Hoy era uno de los días más importantes en la vida de mi mejor amiga, la exposición de arte. Sus pinturas colgarían de una flamante galería donde un público curioso, amateurs y críticos respetados verían y comentarían las obras. Podía imaginarme a Erika temblando, preguntándose una y otra vez si su trabajo era lo suficientemente bueno como para ser expuesto, y acto seguido, llenarse de confianza y entrar en ese sitio con la cabeza bien alta.

Las puertas abrirían a las seis de la tarde, aún tenía dos horas para prepararme. Durante tres días estuve yendo de compras en busca del atuendo perfecto para la ocasión, y lo encontré después de visitar diez tiendas de las cuales siete me dijeron que no hacían vestidos para personas como yo. En dos de ellas los dependientes se rieron nada más verme entrar, sacándome algunas prendas en las que claramente no entraba solo para seguir escuchando sus risitas a mi espalda. Fue bochornoso, pero ya no me afectaba sus críticas. Había cambiado, sus burlas solo me hacían más fuerte. Aún así, recurrí a mi terapeuta de confianza para continuar limando los sentimientos negativos que no terminaban por marcharse. Finalmente llamé a María, quien acudió a esa tienda tan maravillosa que me descubrió meses atrás en el centro comercial, y compró un atuendo espléndido con mi aprobación. Incluso la pequeña Alaia daba saltitos, alegre y emocionada. Ya no había vuelto a esa esquina, a esconderse y perder su brillo, a ser silenciada por los demonios. Ahora, esa versión infantil de mí misma era quien alzaba la voz y encerraba a los fantasmas.

Tras maquillarme, alisarme el pelo y decorar la parte trasera de mi cabeza con un lazo que destacaba sobre el naranja de mi cabello, descolgué le vestido de la percha. Llegó por mensajería hacía dos días, lo planché con cuidado y lo cubrí con un plástico para que no se ensuciara. Era precioso, o al menos, a mí me lo parecía. Me enfundé en una pieza corta y ajustada hasta la mitad de mis muslos en un tono azul pastel, el escote fruncido simulaba ser palabra de honor, pero dos mangas salían de éste y caían con gracia sobre mis brazos. Me gustó la sencillez de la prenda y los sutiles detalles, como una fina hilera de fruncido en tul que sobresalía ligeramente por encima del escote o los casi imperceptibles toques de brillo de las mangas. Era elegante, romántico y sofisticado.

Nunca me había sentido tan preciosa.

A las seis en punto estaba en la puerta de la residencia esperando a Lucas, vendría a recogerme con el coche como la última vez. Traté de disimular mis nervios al ver cómo se acercaba. Caminé hasta llegar al borde de la acera sintiendo una presión en el estómago, porque estaba segura de que él estaría dentro de ese vehículo. Tomé aire, tanto como pude hasta que el coche se detuvo. Mi amigo se apeó, un precioso traje burdeos entallado y el pelo blanco recogido en un moño. Estiró los puños de la americana, me miró tras las gafas Ray-ban oscuras.

-Pequeña tangerine, te has superado- agregó con una sonrisa.

-Tú también estás muy elegante.

-Hoy es un día especial.

Estaba en lo cierto, pero ni él sabía cuánto. Dio la vuelta al vehículo y abrió la puerta del copiloto. Noté la decepción caer pesada en mi estómago.

-¿Esperabas a alguien aquí sentado?

-No sé de qué me hablas- respondí rodeando el coche por la parte delantera.

-Déjame ayudarte, un chico igual de alto que yo, asiático, con melena negra...

-Vámonos- zanjé.

Me senté con la risa de Lucas de fondo. Abroché mi cinturón al tiempo que él subía al asiento del piloto y metía las llaves en el contacto.

-Tengo una fotografía suya en mi teléfono de un día que se nos estropeó la caldera y salió del baño con el pelo lleno de champú y una toalla gris minúscula, si quieres la busco para que no te pongas triste.

-Lucas, conduce.

-¿Segura? No es la mejor instantánea pero aquí mi amigo guarda unos buenos abdominales bajo la ropa.

-¿Por qué no mejor apreciamos el valor del silencio?

Su carcajada rebotó contra las paredes del vehículo.

-Eres demasiado obvia, pequeña tangerine.

-Y tú igual de molesto que un grano en el culo.

-Tu vida es más divertida desde que me conociste, es un hecho que tienes que asumir.

El condenado llevaba razón. Nos detuvimos en un semáforo, miré sus ojos a través de los lentes negros.

-Voy a echarte mucho de menos- susurré con la voz rota.

Lucas suspiró, desbloqueó el teléfono y buscó rápidamente en el. Unos segundos después, Wannabe de las Spice Girls irrumpió por el vehículo. Solté una profunda carcajada mientras Lucas bajaba las ventanillas y cantaba a todo pulmón la canción, la misma que sonó el día que nos conocimos. Le acompañé, gritando mientras conducíamos por la ciudad. Mi amigo odiaba las cursilerías, decir te quiero y todo esto nunca fue con él, así que esta era su manera de hacerlo, por ello me aguanté el nudo de la garganta y disfruté de nuestras voces desafinando juntas. Estaba segura que muchos viandantes y otros conductores nos miraban extrañados cuando el coche se detenía y la música se escuchaba alta y clara, pero nosotros estábamos dentro de nuestra propia burbuja, pletóricos. Atesoré este recuerdo con Lucas en un lugar especial.

Al llegar al lugar de la exposición nuestra voz fallaba después de haber gritado canciones de los BackStreetBoys y Britney Spears. Lucas bajó el volumen cuando los agentes de seguridad nos redirigieron a un parking privado donde un par de aparcacoches nos abrieron las puertas con una amable sonrisa y se llevaron el coche de mi amigo, quien me tendió el brazo, el cual acepté. Subimos los escalones hasta la entrada de la galería. Incluso desde fuera el lugar rebosaba arte a través de las líneas rectas y cuidadas de la estructura del edificio. Unas amplias ventanas cuadradas y columnas corintias decoraban el exterior, dándole el toque de elegancia junto a ese tono arenoso de la piedra.




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